El problema de la OMS, como casi todos los problemas que afectan hoy a Occidente, comenzó tras la implosión de la Unión Soviética y por la convicción simplista de que asomaba un mundo uno, sin banderas ni fronteras ni ideologías, no ya una sociedad sino un gran mercado mundial compuesto de compradores y vendedores, productores y consumidores, despojados de toda otra condición humana, desde el sexo a la historia y desde la nacionalidad al idioma.
El presidente Donald Trump decidió cesar las
contribuciones de los Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud
mientras su país somete a revisión las actuaciones del organismo creado en
1948. Trump acusó a la OMS de no haber cumplido sus obligaciones básicas al
ocurrir el brote del virus corona en China, y de haber disimulado o encubierto
su amenaza. Podría creerse que trató de descargar en terceros la pobre
respuesta de su gobierno a la llegada del virus. Pero es la segunda vez que
Washington toma distancia de una rama del sistema de las Naciones Unidas. En
2017 Trump anunció la desvinculación de la Unesco, que se materializó el 1 de
enero de 2019. En esa oportunidad el argumento fue que el organismo consagrado
a la promoción de la educación, la ciencia y la cultura mostraba una marcada
parcialidad en contra de Israel. También es posible que hubiese en ese caso un
motivo inmediato, como el de mejorar sus relaciones con el país del Medio
Oriente, que inmediatamente imitó su decisión.-
Sin embargo, desde que asumió su cargo, Trump ha venido
reclamando una reducción de las contribuciones de su país al sistema de la ONU
por lo que no debe descartarse que detrás de ambas decisiones haya existido un
razonamiento estratégico: tanto la OMS como la Unesco se han venido degradando
desde fines del siglo pasado y apartándose de sus propósitos originales hasta
convertirse en poco más que herramientas de acción y propaganda para las
exclusivas élites mundiales empeñadas en la implantación de un sistema
económico y político supranacional. Esas élites son enemigas juradas de Trump
(y de cualquier líder empeñado en la defensa y promoción de su Estado-nación),
y han encontrado en la OMS y la Unesco dos poderosos instrumentos culturales
para orientar y modificar la mentalidad y el comportamiento de los pueblos del
mundo.
En la segunda mitad del siglo pasado, la Unesco era un
campeón universal de la cultura en su sentido más amplio. Leíamos mensualmente
en su Correo la crónica de sus salvatajes arqueológicos y sus programas de
apoyo a la educación y la investigación. Del mismo modo, la OMS era un punto de
referencia insoslayable para los programas de salud pública de los países
miembros. Pero todo fue cambiando con el tiempo y, como ha sucedido con marcas que
alguna vez fueron sinónimo de calidad, esas instituciones ya no son lo que
eran. La crisis del virus corona puso nuevamente a la OMS en la escena pública,
y los gobiernos, los sanitaristas, los virólogos y los medios, incluidos los
nuestros, siguen citándola como referencia confiable y hasta inapelable. El
resto de esta nota está destinado a reclamarles cautela.-
LA RAIZ DEL PROBLEMA-
El problema de la OMS, como casi todos los problemas que
afectan hoy a Occidente, comenzó tras la implosión de la Unión Soviética y por
la convicción simplista de que asomaba un mundo uno, sin banderas ni fronteras
ni ideologías, no ya una sociedad sino un gran mercado mundial compuesto de
compradores y vendedores, productores y consumidores, despojados de toda otra condición
humana, desde el sexo a la historia y desde la nacionalidad al idioma. La
noción de lo público y común fue repudiada, ridiculizada y remitida a la
prehistoria, y con ella la noción de la salud pública como parte de las
atribuciones y responsabilidades del Estado nacional. La salud pública fue
equiparada a una empresa estatal, y despachada por el mismo andarivel de otras
empresas estatales: hacia la privatización eficaz, competitiva y meritocrática.
Pero salud pública y salud privada son cosas distintas.
La salud privada tiene que ver con el acceso directo a los especialistas (en la
Argentina, afuera no siempre es así), tecnología de última generación para el
diagnóstico, y hotelería cinco estrellas. La salud pública tiene que ver con la
prevención, la demografía y también con la defensa nacional. A pesar de que se
decidió llamarla mundial y no internacional para subrayar su carácter global,
la OMS nació como una proyección de los sistemas nacionales de salud pública, a
los que debía servir como autoridad de dirección y coordinación, especialmente
para enfrentar las amenazas sanitarias que no prestan atención a las fronteras.
En sus primeras décadas de vida, las políticas de la OMS reflejaron las
políticas sanitarias de sus estados miembros, con sus diferentes pesos e
influencias, que eran además su fuente de financiación principal y decisiva.
A mediados de la década de 1980, el presupuesto anual de
la OMS había multiplicado por 100 los cinco millones de dólares de sus primeros
años, en buena parte porque, como toda estructura burocrática, se inclinó antes
que nada a servirse a sí misma. Hoy la OMS tiene su propio edificio en Ginebra,
seis oficinas regionales, 150 agencias repartidas por todo el mundo, y 8.500
empleados. Gasta anualmente unos 200 millones de dólares en viáticos (más de lo
que asigna a los programas de salud mental, sida, tuberculosis y malaria
combinados) y sus máximas autoridades han sabido alojarse en hoteles de cinco
estrellas y cuatro cifras la noche. Hoy el presupuesto anual de la OMS supera
los 5.500 millones de dólares anuales: en 70 años de existencia multiplicó por
mil su asignación inicial.-
La historia de la OMS replica la de las estructuras
políticas y gubernamentales de Occidente, absorbidas por una casta
administrativa autorreferencial cuya vida regalada debe justificarse con nobles
y humanitarios argumentos, diligentemente aportados por la agenda progresista.
Los propósitos originales de coordinación e investigación fueron paulatinamente
reemplazados por el asistencialismo y la ingeniería social que hoy dominan la
actividad del organismo. Este cambio fue posible, y se fue acentuando, desde
que, por razones ideológicas y por la influencia de intereses relacionados con
la lucrativa industria de la salud, los estados nacionales que le dieron origen
y la sustentaron en sus comienzos fueron perdiendo interés por la salud
pública, y por la OMS como su instrumento global.-
En la década de 1980, dominada por la reaganomics, los
países miembros de la OMS decidieron congelar sus contribuciones anuales en
dólares en términos reales (es decir, ajustadas por inflación), y en la década
de 1990, la de la caída del muro, el mundo uno y el consenso de Washington,
resolvieron congelarlas en términos nominales (es decir, sin ajuste por inflación)
lo que de hecho supuso reducirlas.
La OMS, como dijimos, se financia con las cuotas anuales
de sus estados miembros, pero casi desde sus comienzos contó con aportes
voluntarios de esos mismos estados, de otros organismos de la ONU, y de fuentes
privadas, principalmente fondos de beneficencia y fundaciones. Con el repliegue
de las cuotas estatales y el crecimiento exponencial de sus presupuestos, el
papel de los aportes voluntarios se volvió cada vez mayor. En el bienio 1988-89
se convirtieron en la fuente principal de financiación, y desde entonces su
participación no ha dejado de crecer. En el bienio 2016-17, las cuotas
cubrieron el 20% del presupuesto de la OMS, y los aportes voluntarios el 80%
restante.-
Esos aportes voluntarios plantean un problema adicional,
porque vienen en dos sabores: los aportes de libre disponibilidad, que pasan a
engrosar el presupuesto básico del organismo y se asignan según las prioridades
fijadas por sus responsables, y los aportes dirigidos, que se asignan a
determinados proyectos de investigación o emprendimientos sanitarios según las
prioridades fijadas por los donantes de acuerdo con sus propios intereses. En
el bienio 2016-2017, los aportes de libre disponibilidad representaron el 7%
del total voluntario y los dirigidos el 93%. Esto quiere decir que las
autoridades formales de la OMS, las que, al menos en teoría, recogen y
representan las preocupaciones de los sistemas de salud pública de los países
miembros, apenas tienen control sobre no más del 25% de su presupuesto.-
Los países que pagan las mayores cuotas son los Estados
Unidos, el Reino Unido, Alemania, Japón y Kuwait. La nómina de los principales
donantes voluntarios incluye a grandes laboratorios farmacéuticos y a algunas
de las familias más ricas del planeta (Soros, Gates, Buffett, Bloomberg,
Rockefeller, Turner, etc, etc), unas identificadas por sus nombres y otras
ocultas detrás de una miríada de entidades y fundaciones casi todas
entrecruzadas y vinculadas. Pertenecen a ese 1% de la humanidad que posee el doble
de riqueza que el 99% restante y al que se atribuye la intención de gestar de
un orden social global, homogéneo, ateo y esclavista. Ese temor puede parecer
extravagante, pero más extravagante es creer que quienes poseen semejante poder
económico no van a usarlo para promover sus ideas más caprichosas sobre cómo
debe funcionar el mundo.-
INTERESES OCULTOS-
Las contribuciones privadas a la OMS no van en auxilio de
las necesidades comunes de los sistemas nacionales de salud pública, como era
el propósito original de la organización. Detrás de su aparente altruismo hay
intereses específicos que atan los aportes a determinadas campañas y de hecho
condicionan sus actividades. En el bienio 2016-2017, la erradicación de la
polio, la respuesta a las epidemias, el aborto y las vacunas atrajeron los
mayores aportes. "Cuando los actores económicos privados tienen mayor peso
que las políticas de los estados soberanos hay razones para preocuparse'', se
quejó en 2014 la anterior directora de la OMS, Margaret Chan. De poco valió su
queja: los donantes voluntarios demandan ahora el control total del organismo.
En 2016, la asamblea que lo gobierna aprobó un Marco para las Relaciones con
los Actores No Estatales (FENSA, en inglés), primer paso para el pasaje desde
un modelo de gestión conducido por los Estados a otro guiado por lo que
eufemísticamente se denomina intereses múltiples.-
A través de la fundación que lleva su nombre, y de otras
que también canalizan su dinero, Bill Gates aporta a la OMS unos 800 millones
de dólares anuales y es el principal donante privado, uno de esos intereses
contemplados en el FENSA. Gates es un hombre obsesionado por la ingeniería
social, debilidad comprensible en alguien que ha acumulado una fortuna
descomunal haciendo que millones de personas en todo el mundo inicien su
jornada de trabajo pulsando el botón Start. Eso le hace volar la cabeza a cualquiera.
Ahora sus mayores preocupaciones son el control demográfico y las vacunas.
Problemáticas cuando se las considera separadamente, y mucho más si se las
asocia.
En varias oportunidades (no una, varias), Gates asoció
las vacunas al control de la natalidad, despertando oleadas de suspicacia,
máxime cuando los proyectos que lo obsesionan apuntan hacia algún tipo de
vacunación universal y compulsiva. Primero la polio, que por decisión suya
absorbe el 27% del presupuesto de la OMS pese a que hay pocos casos en el
mundo, luego los virus gripales.-
El peso que sus propias contribuciones conceden a las
fundaciones y los laboratorios que financian la OMS produce distorsiones como
las que el doctor Arata Kochi, por entonces jefe del programa contra la malaria,
describió en 2007 en una nota a la directora Chan. Allí afirmó que la creciente
influencia de la Fundación Gates en el área de su competencia hacía peligrar la
diversidad de enfoques y aniquilaba la capacidad del organismo para definir
políticas. Sostuvo que la toma de decisiones en el ámbito de los proyectos por
ella financiados "es un proceso interno, cerrado, que, por lo que se ve,
no rinde cuentas más que a sí mismo'', y agregó que la insistencia de la
fundación en que los resultados de sus propias investigaciones se traduzcan en
políticas "podría tener consecuencias implícitamente peligrosas para la
definición de políticas sanitarias a nivel mundial.''-
Es difícil decidir si se debe a la creciente influencia
de los donantes voluntarios, pero en lo que va del siglo la OMS ha adoptado
varias decisiones llamativas. En el año 2005, la asamblea del organismo dictó
un llamado Reglamento Sanitario Internacional, obligatorio para los países
miembros. Los estados se comprometen, entre otras cosas, a "responder a
los riesgos para la salud pública que puedan propagarse
internacionalmente" y a "responder convenientemente a las medidas
recomendadas por la OMS". Entre las situaciones que se ofrecen como
ejemplo para la aplicación del reglamento está, por supuesto, la "pandemia
de gripe". Asunto que conduce a otra decisión llamativa de la
organización: en 2009 la OMS alteró su definición de pandemia no para hacerla
más precisa, sino más amplia y difusa. En su versión original, una pandemia era
una "infección por un agente patógeno, simultáneamente en diferentes
países y con una mortalidad significativa en relación con la proporción de la
población infectada". Ahora dice la OMS: ``Se llama pandemia a la
propagación mundial de una nueva enfermedad''. Al omitir las cualidades de
virulencia y letalidad, casi cualquier cosa podría ser declarada pandemia por
la OMS.
El comportamiento de la organización frente a las
pandemias en lo que va del siglo ha sido errático, y por lo mismo objeto de
intensas críticas. Se la acusó de apresuramiento y de servir a intereses
farmacéuticos cuando declaró la pandemia de gripe porcina en 2009, y se le
reprochó exceso de burocracia y lentitud para calificar de pandemia el brote de
ébola en 2014. La OMS dice haber abandonado su tradicional caracterización de
las enfermedades gripales en seis escalas, la más alta de las cuales definía
como pandemia. "No existe una categoría oficial (para la pandemia)'', dijo
el 24 de febrero el vocero de la OMS Tariq Jasarevic, y agregó que el uso del término
pertenecía ahora al lenguaje coloquial. Pero el 11 de marzo, y como
consecuencia de presiones de Gates documentadas por la prensa, el director de
la OMS Tedros Adhanom Ghebreyesus declaró: "Hemos evaluado que la covid-19
puede ser caracterizada como una pandemia.'' Sus palabras saltaron de inmediato
a los titulares de todo el mundo, desencadenaron decisiones y pusieron en
marcha políticas porque Ghebreyesus se olvidó de aclarar que hablaba en
lenguaje coloquial.-
COMPLICIDAD CON CHINA-
Aunque los observadores afirman que, dados sus
antecedentes, esta vez la OMS actuó correctamente, Trump la acusó de
complicidad con China en su presunto ocultamiento del brote viral. Pero al
retirarle el apoyo de su país, ¿a quién está castigando en realidad? ¿A las marionetas
que la conducen formalmente, con el penoso Ghebreyesus a la cabeza? ¿O a la
élite globalista que maneja los hilos de la organización, con Gates a la
cabeza? Hay una madeja de relaciones, personales y profesionales, todas
documentadas y todas vivas y actuales, entre científicos chinos del laboratorio
de Wuhan donde apareció el virus y científicos estadounidenses, y entre todos
ellos con la Fundación Gates y otras organizaciones de fachada orientadas por
Gates y Soros, e incluso con el propio asesor de Trump en la emergencia,
Anthony Fauci.
No fue precisamente la OMS la que desinformó al pueblo
norteamericano sobre lo que ocurría en China, e hizo incurrir a Trump en
errores iniciales de apreciación que pueden costarle la reelección. ``Nuestros
científicos sabían más sobre lo que estaba pasando en China que lo que nos
contaron cuando apareció [el virus]'', reconoció Rudy Giuliani, ex alcalde de
Nueva York y asesor legal de Trump.-
Giuliani no estaba equivocado. Desde 2014, financiado por
subsidios concedidos por el estadounidense Fauci y bajo la dirección académica
de la ONG estadounidense EcoHealth Alliance, liderada por el experto
anglonorteamericano en zoonosis Peter Daszak, el laboratorio de Wuhan conducía
investigaciones relacionadas con los virus corona en los murciélagos,
incluyendo mutaciones inducidas que los vuelven más contagiosos o agresivos
(gain of fuction mutations). Esos experimentos están prohibidos en los Estados
Unidos por considerárselos extremadamente peligrosos y se teme que la variante
contagiosa del virus corona haya salido de allí. La semana pasada, el
presidente Trump canceló esos subsidios, que Fauci había renovado a fines de
2019, congeló el saldo de la asignación para este año, y ordenó investigar a
EcoHealth y sus autoridades, cuyos nombres aparecen reiteradamente en los
mismos circuitos académicos y vinculados a las mismas fundaciones que rodean y
sostienen a la Organización Mundial de la Salud.-
Todo esto conduce a dos preguntas finales. ¿Es posible
seguir considerando a la Organización Mundial de la Salud, cada vez más lejos
de las necesidades de salud pública de sus estados miembros y cada vez más
cerca de las alucinadas fantasías de ingeniería social de sus poderosos
cotizantes, como una referencia mundial confiable en cuestiones relacionadas
con la medicina sanitaria, misión para la que fue creada y que hasta cierto
punto cumplió en sus primeras décadas? Para un país como la Argentina, con su
propia tradición y magisterio ejemplares en materia de salud pública, ¿es necesaria
la adhesión a un sistema que tanto se ha alejado de sus propósitos iniciales?
Las recomendaciones de la OMS han respaldado las más drásticas decisiones del
gobierno argentino para enfrentar la crisis del corona. Y esas decisiones no
han sido las más adecuadas para las necesidades del país, ni las más
inteligentes.-
***Santiago González, Periodista. Editor de la página web
gauchomalo.com.ar