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10/06/2020 | Opinión - Un misterio llamado Antifa

Emilio Cárdenas

Las recientes protestas violentas que de pronto explotaron en la ciudad de Minneapolis, en los EEUU, como consecuencia inmediata del imperdonable abuso de la fuerza por parte de un policía que lamentablemente derivara en la muerte de George Floyd -asfixiado inhumanamente por la rodilla de ese uniformado, mientras estaba tirado en el suelo- revelaron la aparente existencia de una organización violenta, que ha sido muy poco conocida hasta ahora. Pese a que ella, aparentemente, tiene ramificaciones activas en todo el mundo.

 

Hablamos de “Antifa”, un grupo de extrema izquierda, sumamente violento, aunque sin organización formal. Pero muy eficiente cuando de recurrir a utilizar la violencia callejera se trata. “Antifa” fue partícipe de las recientes protestas norteamericanas.

Tendría, se supone, lazos estrechos con otras organizaciones sociales que comparten parte de su visón del mundo, como sucedería, por ejemplo, con: “Black Lives Matter” o con el movimiento denominado “Occupy”, a cuyo accionar político individual “Antifa” agregaría la rápida recurrencia a la violencia callejera que la caracteriza y en la que presuntamente estaría “especializada”. Algunos políticos norteamericanos, como sucede específicamente con el senador Ted Cruz, ya han denunciado su presencia y actividades en el pasado.

Hay quienes sostienen que la organización referida habría, en su momento, combatido a la Alemania nazi, en 1932, en coordinación entonces con el Partido Comunista alemán. Esto, sin embargo, flota más bien en el plano de las especulaciones. Y no es demasiado creíble. La denominación “Antifa”, por otra parte, tendría que ver con su declamado “anti-fascismo”.

Pero lo cierto es que su activo accionar callejero, en los EEUU al menos, se remonta, más bien, a la década de los 80. Sus enemigos más frontales son los, también extremistas, llamados “cabezas rapadas” norteamericanos.

Los integrantes de “Antifa” son mayoritariamente jóvenes que suelen estar vestidos de riguroso color negro, atuendo bien sugestivo que los une -e identifica- al tiempo de la acción. A lo que agregan las máscaras, con las que siempre cubren sus rostros.

Actúan generalmente juntos, en una suerte de bloque, como pauta o norma operativa, para así ser claramente vistos e identificados y poder causar el máximo impacto público que, en cada caso, sea posible. Van con frecuencia tomados de la mano y suelen conformar visibles “cadenas” humanas.

Entre sus miembros hay, curiosamente, también muchas mujeres, las que, como sus pares masculinos, hacen del culto a la extrema violencia una suerte de contagiosa religión que rápidamente corroe los valores occidentales centrales de modo permanente y, ciertamente, desgastante.

Tienen, por lo demás sus propios “sitios” en el mundo de la electrónica, desde los que tratan de reclutar a los más jóvenes, mientras predican incansablemente la violencia, cual terrible evangelio motivador. 

En los EEUU los miembros de la extraña organización a la que nos referimos han sido específicamente reconocidos como participantes en disturbios callejeros bien concretos que fueron protagonizados por ellos en Oregon, Virginia, California (Berkeley), Texas y Pennsylvania.

De alguna manera, son el “antídoto” edificado por la izquierda radical al actuar de sus propios militantes “no-violentos”.

La televisión los ha mostrado reiteradamente, una y otra vez, al asombrado mundo entero; pero recién ahora se los está mencionando, muy específicamente, desde lo más alto de la política, como protagonistas y agentes -realmente centrales- de los despliegues, protestas y, más aún, de las acciones de violencia callejera norteamericanos.

Suelen tratar de desprestigiar -constantemente y con innegable bajeza- a sus oponentes políticos y sociales, difundiendo información personal negativa sobre sus líderes a los que, luego, apuntan y atacan específicamente. Utilizan, muy frecuentemente, palos, armas de fuego, cadenas y, además, lanzadores de gas pimienta.

Uno de sus principales enemigos más nombrados -y vituperados- es el actual presidente norteamericano, Donald Trump, a quien aborrecen especial y notoriamente. Son, queda visto, casi siempre sigilosos en lo que se refiere a su vida diaria e integrantes, pero muy notorios cuando de recurrir efectivamente a la violencia, que es su razón de ser,  se trata.

Hasta ahora, los “antifas” habían, casi siempre, pasado bastante desapercibidos por los analistas, quizás su participación central en las -indignadas y recientes- multitudinarias protestas norteamericanas los ha sacado de una suerte de “anonimato”, de hecho, que parecía ser estratégico, identificándolos como el brazo de la violencia que complica siempre las protestas sociales en los EEUU, generando insistentemente los desbordes violentos que muchas veces las perturban.

Lo cierto es que, al identificar a los “antifas”, los analistas parecen haber encontrado la razón por la cual se pueda sostener, con argumentos, que no todo lo que sucede con relación a las protestas sociales típicas del país del norte sea necesariamente “espontáneo”.

En rigor, ellas tienen que ver con una dura lucha política y social, también sorda, en la que los “antifas” debieran ser identificados como lo que presumiblemente son: esto es, como agentes provocadores, protagonistas esenciales de la violencia y grandes responsables, que hasta ahora han estado -con frecuencia- ocultos.

Es hora, entonces, de tenerlos en cuenta. Y de tratar de conocer cuáles son sus verdaderos designios. No toda la violencia que se observa es necesariamente casual, ni necesariamente sorpresiva.

Para los “antifas” en particular, la acción violenta es probablemente un componente sustantivo al que recurren siempre, en la que es una desorbitada y enfermiza pretensión de “cambiar, a palos, al mundo”. Un tema que ciertamente hoy luce preocupante, en extremo.

***Emilio Cárdenas, Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

 

La Prensa (AR) (Argentina)

 



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