Las recientes protestas violentas que de pronto explotaron en la ciudad de Minneapolis, en los EEUU, como consecuencia inmediata del imperdonable abuso de la fuerza por parte de un policía que lamentablemente derivara en la muerte de George Floyd -asfixiado inhumanamente por la rodilla de ese uniformado, mientras estaba tirado en el suelo- revelaron la aparente existencia de una organización violenta, que ha sido muy poco conocida hasta ahora. Pese a que ella, aparentemente, tiene ramificaciones activas en todo el mundo.
Hablamos de “Antifa”, un grupo de extrema izquierda,
sumamente violento, aunque sin organización formal. Pero muy eficiente cuando
de recurrir a utilizar la violencia callejera se trata. “Antifa” fue partícipe
de las recientes protestas norteamericanas.
Tendría, se supone, lazos estrechos con otras
organizaciones sociales que comparten parte de su visón del mundo, como
sucedería, por ejemplo, con: “Black Lives Matter” o con el movimiento
denominado “Occupy”, a cuyo accionar político individual “Antifa” agregaría la
rápida recurrencia a la violencia callejera que la caracteriza y en la que
presuntamente estaría “especializada”. Algunos políticos norteamericanos, como
sucede específicamente con el senador Ted Cruz, ya han denunciado su presencia
y actividades en el pasado.
Hay quienes sostienen que la organización referida
habría, en su momento, combatido a la Alemania nazi, en 1932, en coordinación
entonces con el Partido Comunista alemán. Esto, sin embargo, flota más bien en
el plano de las especulaciones. Y no es demasiado creíble. La denominación
“Antifa”, por otra parte, tendría que ver con su declamado “anti-fascismo”.
Pero lo cierto es que su activo accionar callejero, en
los EEUU al menos, se remonta, más bien, a la década de los 80. Sus enemigos
más frontales son los, también extremistas, llamados “cabezas rapadas”
norteamericanos.
Los integrantes de “Antifa” son mayoritariamente jóvenes
que suelen estar vestidos de riguroso color negro, atuendo bien sugestivo que
los une -e identifica- al tiempo de la acción. A lo que agregan las máscaras,
con las que siempre cubren sus rostros.
Actúan generalmente juntos, en una suerte de bloque, como
pauta o norma operativa, para así ser claramente vistos e identificados y poder
causar el máximo impacto público que, en cada caso, sea posible. Van con
frecuencia tomados de la mano y suelen conformar visibles “cadenas” humanas.
Entre sus miembros hay, curiosamente, también muchas
mujeres, las que, como sus pares masculinos, hacen del culto a la extrema
violencia una suerte de contagiosa religión que rápidamente corroe los valores
occidentales centrales de modo permanente y, ciertamente, desgastante.
Tienen, por lo demás sus propios “sitios” en el mundo de
la electrónica, desde los que tratan de reclutar a los más jóvenes, mientras
predican incansablemente la violencia, cual terrible evangelio motivador.
En los EEUU los miembros de la extraña organización a la
que nos referimos han sido específicamente reconocidos como participantes en
disturbios callejeros bien concretos que fueron protagonizados por ellos en
Oregon, Virginia, California (Berkeley), Texas y Pennsylvania.
De alguna manera, son el “antídoto” edificado por la
izquierda radical al actuar de sus propios militantes “no-violentos”.
La televisión los ha mostrado reiteradamente, una y otra
vez, al asombrado mundo entero; pero recién ahora se los está mencionando, muy
específicamente, desde lo más alto de la política, como protagonistas y agentes
-realmente centrales- de los despliegues, protestas y, más aún, de las acciones
de violencia callejera norteamericanos.
Suelen tratar de desprestigiar -constantemente y con
innegable bajeza- a sus oponentes políticos y sociales, difundiendo información
personal negativa sobre sus líderes a los que, luego, apuntan y atacan
específicamente. Utilizan, muy frecuentemente, palos, armas de fuego, cadenas
y, además, lanzadores de gas pimienta.
Uno de sus principales enemigos más nombrados -y
vituperados- es el actual presidente norteamericano, Donald Trump, a quien
aborrecen especial y notoriamente. Son, queda visto, casi siempre sigilosos en
lo que se refiere a su vida diaria e integrantes, pero muy notorios cuando de
recurrir efectivamente a la violencia, que es su razón de ser, se trata.
Hasta ahora, los “antifas” habían, casi siempre, pasado
bastante desapercibidos por los analistas, quizás su participación central en
las -indignadas y recientes- multitudinarias protestas norteamericanas los ha
sacado de una suerte de “anonimato”, de hecho, que parecía ser estratégico,
identificándolos como el brazo de la violencia que complica siempre las
protestas sociales en los EEUU, generando insistentemente los desbordes
violentos que muchas veces las perturban.
Lo cierto es que, al identificar a los “antifas”, los
analistas parecen haber encontrado la razón por la cual se pueda sostener, con
argumentos, que no todo lo que sucede con relación a las protestas sociales
típicas del país del norte sea necesariamente “espontáneo”.
En rigor, ellas tienen que ver con una dura lucha
política y social, también sorda, en la que los “antifas” debieran ser
identificados como lo que presumiblemente son: esto es, como agentes
provocadores, protagonistas esenciales de la violencia y grandes responsables,
que hasta ahora han estado -con frecuencia- ocultos.
Es hora, entonces, de tenerlos en cuenta. Y de tratar de
conocer cuáles son sus verdaderos designios. No toda la violencia que se
observa es necesariamente casual, ni necesariamente sorpresiva.
Para los “antifas” en particular, la acción violenta es
probablemente un componente sustantivo al que recurren siempre, en la que es
una desorbitada y enfermiza pretensión de “cambiar, a palos, al mundo”. Un tema
que ciertamente hoy luce preocupante, en extremo.
***Emilio Cárdenas, Ex embajador de la República
Argentina ante las Naciones Unidas