El autodesignado y temible Emir Abdelmalek Droukdal, que hasta ahora liderara las temibles huestes terroristas de Al Qaeda que han estado asolando activamente el cinturón territorial que se extiende por debajo del desierto del Sahara, fue recientemente muerto. En el norte de Mali, por las fuerzas militares francesas (que actuaron en coordinación muy estrecha con los militares de Mail, en este caso en particular).
Esto sucedió en el ámbito de una muy amplia operación
esencialmente anti-guerrillera, denominada: Barkhane, en la que Francia tiene
hoy comprometidos a más de cinco mil efectivos militares, que operan
constantemente en operaciones de corte fundamentalmente anti-terrorista que
tienen como teatro principal a la convulsionada región de la denominada triple
frontera, entre Mali, Burkina Faso y Níger, así como asimismo en la desértica
Mauritania y en el paupérrimo Chad.
Los escondites preferidos de los referidos terroristas
islámicos están, con frecuencia, emplazados en las desérticas montañas del norte
de Argelia, desde donde operan con alguna flexibilidad.
SALAFISTA CRIMINAL
Droukdal, que siempre dijo ser un devoto islámico
salafista, era un criminal con antecedentes muy serios desde que había sido,
además, directamente responsable de un importante número de cobardes
secuestros, por los que cobró aparentemente cifras bien importantes al tiempo
de liberar a algunas de sus víctimas, entre las cuales desgraciadamente hubo
algunos funcionarios de las organizaciones humanitarias específicamente dedicadas
a ayudar a quienes viven, sumergidos en la pobreza, en la compleja zona antes
nombrada.
A lo que cabe agregar su participación central en un
sangriento ataque terrorista perpetrado contra un hotel en Burkina Faso,
episodio también sumamente cobarde, en el que perdieran la vida 30 personas
inocentes y quedaran heridas otras 150.
Droukdal era un pretendido especialista en el uso de
explosivos, con los que, en el 2007, perpetrara tres cruentos y devastadores
atentados en la propia capital de Argelia, con un saldo luctuoso de 22 personas
muertas y unos 200 heridos, como consecuencia directa de esos atentados.
Por todo ello, no sorprende que pesara sobre él una
condena a muerte, que fuera dictada en el año 2012 por un tribunal judicial
argelino.
Como ya sucediera -hace algunos meses- con el propio Bin
Laden, aquello de que “quien a hierro mata, a hierro muere” resultó, una vez
más, aplicable.
Bin Laden, que fuera inicialmente entrenado por los
norteamericanos para combatir de su lado en Afganistán, recordemos, fue luego
ubicado y muerto por el ejército norteamericano, el 1 de mayo de 2011, en la
localidad de Abbottabad, ubicada al norte de la capital de Pakistán.
La muerte del referido Droukdal acaba de ser confirmada
expresamente por el gobierno galo, a través de la ministro Florence Parly,
titular de su Ministerio de Fuerzas Armadas.
Curiosamente, por razones que presumiblemente son
militares, Francia no lleva una cuenta pública exacta del número de jihadistas
que han sido ya eliminados por sus efectivos militares en ese peligroso rincón
del mundo.
El líder terrorista antes mencionado, que acaba de ser
asesinado, era -cabe recordar también- oriundo de Argelia y finalmente cayó
muerto en compañía de un grupo de sus colaboradores más inmediatos, quienes
también perdieron la vida en el duro enfrentamiento mantenido con las fuerzas
galas.
Francia anunció, asimismo, haber capturado a un grupo
significativo de los líderes del denominado Estado Islámico, grupo claramente
terrorista, que también opera activamente en el Sahel desde el año 2016. Entre
ellos, a Mohamed el Mrabat, uno de sus inhumanos cabecillas veteranos más
audaces y buscados.
Esta segunda organización terrorista, que actúa también
en el conflictivo territorio del Sahel, ha sido directamente responsable de
casi 4.000 muertes, en su gran mayoría de civiles inocentes, todo a lo largo
del año 2019. Hablamos de nada menos que de más de diez muertes por día,
incluyendo feriados, sábados y domingos. Un verdadero y sangriento horror.
Para Francia, la principal ex potencia colonial de la
región, la pacificación del Sahel es hoy una responsabilidad a la vez compleja
y dura. Que, por lo demás, luce como una tarea que, en los hechos, es
enormemente difícil. Y que supone un esfuerzo militar constante y sumamente
duro, que aún pareciera estar bastante lejos de poder culminar con el éxito
pretendido. Tarea que, ante la constante presencia de los violentos grupos
terroristas ha devenido un compromiso ya inevitable.
***Emilio Cárdenas, Ex embajador de la República
Argentina ante las Naciones Unidas