En la inmediata pospandemia del Covid-19, la guerra por el liderazgo digital del mundo, con sus columnas centrales: la inteligencia artificial, el Internet de las cosas, las redes 5G y el big data cobrará un nuevo impulso en clave geopolítica. Y como antes de la irrupción del coronavirus, la disputa sobre cuál sociedad digitalizada y bajo qué modelo seguirá siendo librada entre Estados Unidos y China.
Elevada a rango de religión por el 1% más rico del
planeta (la plutocracia global del Foro de Davos), la tecnología digital es
algo más que una herramienta de comunicación; es un vigoroso instrumento de
poder para reunir información de masa con la que después se puede manipular,
controlar y/o confinar a millones de personas en el orbe (la experiencia del
coronavirus). De allí que, como adelantábamos en nuestra entrega anterior, el
capitalismo de la vigilancia −según la acertada expresión de Shoshana Zuboff−
es una amenaza para la libertad e independencia de la persona.
Digitalizada, elaborada y transformada en cadena de bits
y bytes, el seguimiento regular y sistemático de la actividad online
(videovigilancia ubicua, ya que cualquier actividad mediada digitalmente deja
huella) se convierte en mercancía informacional, verdadero núcleo, como dice
Zuboff, de la actual economía digital globalizada.Mediante configuraciones
algorítmicas que se suponen secretas, indescifrables e ilegibles, las
megacorporaciones del sector extraen a la persona −como nueva mercancía
ficticia al igual que la tierra, el trabajo y el dinero, según la temprana
intuición de Karl Polanyi− datos de su vida diaria (sin el consentimiento del
usuario convertido sin saberlo en materia prima), que se transforman en
productos predictivos destinados a rastrear y modificar los sentimientos y la
conducta de millones de individuos.
A su vez, la colonización digital, como nueva forma de
dominación y construcción de hegemonía –dictadura tecnológica la llama Vandana
Shiva−, permite a las plataformas de infraestructura oligopólicas globales de
doble vía comercializar la mercancía informacional (el producto predictivo) y
obtener lucro excesivo y superrenta.
Así, la persona es la mina a cielo abierto de la riqueza
digital del filantrocapitalismo (V. Shiva dixit), simbolizado en el fundador de
Microsoft y la segunda fortuna mundial, Bill Gates, y otros supermillonarios
cuya riqueza deriva de la infraestructura tecnológica de Internet instalada en
el Valle del Silicón, en la bahía de San Francisco, California, como Mark
Zuckerberg (Facebook/Instagram/WhatsApp); Jeff Bezos (Amazon); el privatizador
del espacio ElonMusk (Tesla y SpaceX); Apple (iPhone), que tiene entre sus
inversores a Warren Buffett (Berkshire Hathaway); Eric Yuan (Zoom) y Larry Page
y Sergey Brin, fundadores de Google (Gmail, YouTube), las tres propiedad del
conglomerado Alphabet, y otras corporaciones como la neoyorquina Verizon
(Yahoo!), ambas propiedad de los fondos de inversión The Vanguard Group y
BlackRock, ligadas todas al Departamento de Defensa de EU.
En los últimos 25 años de neoliberalismo, EU se
transformó de Estado-empresa a un Estado de vigilancia, y como dice Shiva, Bill
Gates se convirtió en el Cristóbal Colón de los tiempos modernos, no haciendo
otra cosa que conquistar territorios Microsoft donde adquirió posiciones
dominantes. Lo que el francés Éric Sadin dio en llamar la silicolonización del
mundo.
Sin embargo, la reconfiguración del capitalismo vía un
nuevo gobierno mundial plutocrático bajo hegemonía estadunidense en la
inmediata pospandemia (la hipótesis de Chossudovsky descrita en la primera
entrega de esta serie), podría enfrentar como variable la emergencia de un
orden tripolar (Rusia/China/EU) no exento de contradicciones y conflictos
calientes de dimensiones geopolíticas, incluida una eventual guerra naval en el
océano Pacífico entre EU y China.
A corto plazo, la transición del mundo unipolar al
tripolar tendrá como ejes de la disputa la redefinición digital del orbe a
través de la conquista de tecnologías claves como la inteligencia artificial,
la red 5G (imprescindible para la vigilancia total) y la infraestructura de
Internet, lo que tendrá profundas implicaciones para el futuro del comercio
internacional.
El pasado 25 de abril, el gobierno de Xi Jinping, en
China, estableció el ecosistema blockchain (cadena de bloques) más grande del
mundo, la BlockchainService Network (BSN) y su banco central introdujo
programas piloto de un yuan digital en cuatro ciudades, convirtiendo al gigante
asiático en la primera gran economía del mundo en emitir una moneda digital
nacional.
Denominada infraestructura de infraestructuras, la BSN
está llamada a ser la columna vertebral de la Ruta Digital de la Seda,
proporcionando interconectividad a los socios económicos de China a lo largo de
la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative, BRI). Así como
el ferrocarril, los puertos y las redes eléctricas de BRI conectan al mundo
físicamente con China, los cables de fibra submarina, las estaciones de bahía
Huawei 5G y las soluciones estandarizadas de blockchain servirán para mejorar
la conectividad digital de China.
Al desplegar simultáneamente el BSN y el yuan digital,
China está lista para capturar las ganancias de una economía global que rápido
se digitaliza. Lo que tiene una dimensión geopolítica y de disputa de
hegemonía, que implica un desafío a las corporaciones del Silicon Valley y al
sueño de America first del presidente Donald Trump.