Incluso, apropiándose de su narrativa, el representante permanente ante la ONU, Juan Ramón de la Fuente, dijo que se había logrado por la persuasión a través de planteamientos y cabildeo para “demostrar lo que ofrecíamos”. Un poco sobrada la fiesta y la grandilocuencia retórica, que no recoge la verdad detrás del ingreso como uno de los 10 miembros no permanentes del organismo.
México entró por un periodo de dos años como resultado de
una gestión iniciada en el gobierno de Enrique Peña Nieto, y cuyo cabildeo
mantuvo el de López Obrador. Fue un trabajo relativamente sencillo y barato –De
la Fuente presumió tramposamente la austeridad con la que se logró– por una
razón: la silla que le corresponde a Latinoamérica y el Caribe no tuvo ningún
candidato salvo México. Casi podría decirse que su llegada fue por default. La
venta pública del ingreso, bañada de confeti y propaganda, llega sin embargo en
un mal momento para México, que tiene al Presidente más servil ante un jefe de
la Casa Blanca que se recuerde, quizás, en casi 70 años.
Este es un hecho para no olvidar. El Consejo de Seguridad
es donde las cinco potencias nucleares del mundo –China, Estados Unidos,
Francia, Reino Unido y Rusia– mantienen el equilibrio global con forcejeos y
acuerdos, jugando y presionando a los 10 miembros no permanentes, que cuando no
están alineados con una de ellas, sufren presiones.
Cada vez que México ha jugado un papel activo en ese
órgano, choca con Estados Unidos, como sucedió en 2003 con Adolfo Aguilar
Zínser por la invasión a Irak, y en 1982 con Porfirio Muñoz Ledo, por la
intentona invasora en Nicaragua.
Aguilar Zínser presidió el Consejo de Seguridad y se
enfrentó con el representante John D. Negroponte –que fue embajador en México–,
y públicamente con el entonces secretario de Estado, Colin Powell. Rechazó la
invasión a Irak y pidió una salida diplomática al conflicto, impulsando que la
ONU, no el gobierno de George W. Bush, se encargara de la reconstrucción de ese
país. Las tensiones con los estadounidenses se socializaron cuando en un
discurso en la Universidad Iberoamericana, dijo que “Estados Unidos nunca ha
visto a México como su socio”, sino como “patio trasero”. Aunque era una verdad
de Perogrullo, el entonces presidente Vicente Fox lo descalificó y lo cesó.
Años antes, Muñoz Ledo, que también llegó a presidir el Consejo
de Seguridad, se enfrentó con la representante estadounidense, Jeanne
Kirkpatrick, un halcón en el gobierno del presidente Ronald Reagan, que quería
el derrocamiento del régimen sandinista. Al igual que años después haría Powell
con fotografías de supuestas armas de destrucción masiva en Irak, el entonces
secretario de Estado, Alexander Haig, presentó en ese organismo fotografías que
supuestamente mostraban armas soviéticas en territorio nicaragüense. La
invasión a Nicaragua fue frenada, pero Estados Unidos armó un ejército
mercenario contra los sandinistas, organizado por Negroponte desde Honduras,
donde era embajador en los 80.
Muñoz Ledo no enfrentó las intrigas palaciegas que sufrió
Aguilar Zínser, porque el presidente José López Portillo, altamente cuestionado
por el manejo económico del país, en política exterior se mantuvo consecuente
con los principios diplomáticos mexicanos, a diferencia del presidente Vicente
Fox, inconsistente y contradictorio en los asuntos internacionales.
Sin embargo, Muñoz Ledo salió de Naciones Unidas por las
presiones de Estados Unidos, después de un incidente en las calles de Nueva
York, donde, alcoholizado, amenazó a una persona en un incidente de tráfico
menor. Incluso, la molestia de Washington contra él era tan grande, que cuando
el gobierno de México pidió el plácet para enviarlo como embajador al Reino
Unido, ese gran aliado de Estados Unidos se lo negó.
Estar en el Consejo de Seguridad requiere oficio,
conocimiento y, ciertamente, valor al tomar decisiones, porque no se sabe la
reacción de Estados Unidos, un país de quien México depende económicamente. En
el contexto actual, el presidente López Obrador borró los márgenes de maniobra
que siempre han buscado tener los mandatarios mexicanos con Estados Unidos, y se
ha prestado para su trabajo sucio –el muro en el Suchiate contra la migración
centroamericana–, o cedido soberanía –como la aceptación de inspectores
laborales en empresas mexicanas.
En la larga exposición laudatoria hecha por De la Fuente,
enumeró acciones que quiere hacer en el Consejo de Seguridad, que en realidad
son más bien temas de la Asamblea General, no de ese órgano. La agenda que
resumió el Presidente como mandato fueron lugares comunes que, o no tienen que
ver directamente con las funciones del Consejo, o fueron una reiteración de sus
tareas. Ninguno de los dos tocó asuntos sustantivos. ¿Qué conflictos verá
México en el Consejo?
El de China, con las naciones occidentales, en particular
con Estados Unidos, por temas comerciales y de derechos humanos. Venezuela es
otro, respaldada por China y Rusia, ante los embates de Estados Unidos. Corea
del Norte, Siria e Irán son otros tres puntos de choque entre las potencias.
Las posiciones de López Obrador han sido a favor de Venezuela, está cerca de Corea
del Norte y de Irán, y coquetea con China.
En el Consejo de Seguridad no hay claroscuros: o se está
con una de las potencias, o se tiene una posición independiente sólida. Pero no
esperamos sorpresas. El récord de López Obrador lo dice todo: nunca ha criticado
al presidente Donald Trump. Estados Unidos contará con un aliado sumiso, como
lo ha sido en este primer año de gobierno, y como no ha tenido Washington desde
los primeros años de la Guerra Fría.