“A diferencia de la propaganda, cuyo objetivo es diseminar la ideología del régimen, el propósito del culto a la personalidad es reforzar la posición política del líder”.
A principios del siglo XX el emperador alemán Guillermo
II (el Kaiser) buscaba emular a su abuelo Guillermo I, quien apoyado por su
Canciller, Otto von Bismarck, había derrotado a Francia en 1871 y logrado la
Unificación de Alemania. En 1890, al poco tiempo de iniciar su gobierno,
Guillermo II destituyó a Bismarck, rodeándose de ministros que no se atrevían a
contradecirlo. En las décadas siguientes, el Kaiser se fue convenciendo de que
Alemania podía convertirse en la mayor potencia mundial y que él debía liderar
ese esfuerzo. En los primeros años del siglo XX, afirmaba que Alemania le podía
ganar fácilmente la guerra a Francia, ya que consideraba que los franceses eran
“un pueblo delicado y fácil de vencer”. Afirmaba con ligereza que los
británicos, aun cuando contaban con una poderosa fuerza naval, no defenderían a
Bélgica ante la posibilidad de una invasión alemana, porque no contaban con un
ejército poderoso. Adoptó como suyo el plan estratégico de ataque, diseñado por
su Estado Mayor, el llamado “Plan Schlieffen” afirmando con arrogancia:
“Francia para el desayuno y Rusia para el almuerzo”.
Los sentimientos del pueblo alemán fueron hábilmente
explotados por el impulsivo y voluble emperador, quien ávido de reconocimiento,
pensó que podría ir construyendo un culto a su personalidad al lograr la
aprobación de su pueblo a través de su proyecto bélico. Hasta los miembros del
Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que por años se habían opuesto al
incremento en el gasto militar, cambiaron de opinión, rompiendo con la
resolución de los grupos de izquierda de muchos países, que en la “Segunda
Internacional” de 1913, habían rechazado la “absurda carrera armamentista” de
las potencias europeas.
Los sueños de gloria del Kaiser y su deseo de ser
admirado por sus gobernados, fueron interrumpidos, sus afirmaciones previas a
la guerra resultaron erróneas y finalmente el pueblo alemán se dio cuenta,
después de años de escuchar noticias falsas sobre victorias inexistentes tanto
en el Frente Occidental, como en el Frente Oriental, que Alemania había sido
derrotada en la Primera Guerra Mundial. El emperador tuvo que huir disfrazado
al exilio. Perdió para siempre la admiración de su desesperanzado pueblo.
Mientras tanto en Rusia, Vladimir Ilyich Ulyanov, mejor
conocido como Lenin, persuadía a los trabajadores y soldados, con sus discursos
en contra de la guerra. Después de años de promover la revolución, logró tomar
el liderazgo de esta, al regresar a Rusia en 1917. Lenin tenía la gran
habilidad de plantear los temas de forma directa y en un lenguaje claro para
que la gente entendiera. En sus apariciones en público siempre ofrecía
esperanza, aunque esta pudiera estar basada en mentiras. Como lo señala Victor
Sebestyen en su libro Lenin el Dictador, el líder ruso acostumbraba ofrecer
soluciones demasiado simplistas a problemas complejos, lo que sin duda se
reflejaba en una gran aprobación popular, pero esto no ayudaba a resolver los
problemas de fondo. Su desprecio por la experiencia y el conocimiento de los
especialistas era conocido. Varias veces comentó: “La gente ya ha escuchado
demasiado a los expertos”.
La figura de Lenin cobró más fuerza a raíz del atentado
contra su vida en 1918. Sus colaboradores empezaron a referirse a él como
alguien infalible. Aun cuando el líder soviético rechazaba en público la
práctica del culto a la personalidad por ser contraria a los ideales del
Partido, nunca se opuso realmente a que sus fotos y carteles fueran distribuidos
en toda la Unión Soviética o a que se creara el Instituto Lenin para difundir
sus obras literarias.
Las grandes contradicciones de Lenin fueron muy notorias,
acostumbraba desviar su atención y la de sus subalternos hacia temas poco
relevantes. En el año de 1921, cuando diversas regiones de la Unión Soviética
sufrían la escasez de alimentos (resultado entre otras cosas de sus pésimas
políticas agrícolas), Lenin enfocó sus esfuerzos en la construcción de
monumentos de Karl Marx, el fundador del Comunismo, por todo el país. Cambió de
opinión cuando la hambruna había cobrado millones de vidas. Fue hasta ese
momento cuando Implementó la llamada “Nueva Política Económica” que restableció
parcialmente el mecanismo de libre mercado y reintegró una buena parte de las
propiedades agrícolas a manos privadas.
Lenin murió en 1924, ocupando su lugar Iosif Stalin,
quien supo crear una religión secular alrededor de su antecesor, cambiando el
nombre de la ciudad de San Petesburgo (o Petrogrado) por el de Leningrado y
ordenando la preservación del cuerpo del líder, que hasta la fecha está
expuesto en la Plaza Roja de Moscú. Supo utilizar a su favor la admiración del
pueblo hacia el líder fallecido, acusando a sus rivales políticos de ir en
contra de las ideas del “infalible” Lenin, tachándolos de “desviacionistas”,
motivo suficiente para encarcelarlos o fusilarlos. Stalin, llamado el “Zar
Rojo” por sus detractores, fue creando un culto a su propia persona, lo que le
permitió hacerse del control absoluto y permanecer en el poder hasta su muerte
en 1953.
El culto a su personalidad le sirvió como escudo de
protección ante dos errores muy importantes. La hambruna en Ucrania en
1932-1933 y la derrota inicial de la Unión Soviética ante Alemania en la
Segunda Guerra Mundial. La escasez de alimentos en Rusia, que fue la segunda en
10 años, ocurrió en Ucrania, región conocida tradicionalmente como el “granero
de Rusia” y se explica en gran parte por el enfrentamiento entre el gobierno y
los propietarios de tierras. Se calcula que en este trágico episodio murieron
más de 5 millones de personas. Los seguidores de Stalin calificaron este hecho
como “propaganda nazi” y con ello se evitó que su imagen ante el pueblo ruso
fuera afectada.
La derrota inicial frente a Alemania se debió en gran
medida al efecto de las “purgas stalinistas”, que iniciaron como la forma de
destruir a sus rivales políticos y que terminaron destrozando la estructura del
Ejército Rojo, al haber fusilado a una proporción muy elevada de los mariscales
y generales en funciones. Como señalan Baba Vickram y Adtya Bedi en el ensayo
What if Trotsky had become the leader of the Soviet Union, Stalin escuchaba
únicamente a su “círculo cercano” y carecía de una formación analítica,
factores que pusieron al país en una situación muy vulnerable, al dejar al
Ejército Rojo sin líderes militares experimentados. Por estas razones, cuando
Alemania violó en junio de 1941 el Pacto Ribentrop-Molotov (firmado con la
Unión Soviética en 1939), el Ejército Rojo no tenía la capacidad de frenar a
las tropas alemanas, que atravesaron en una semana el territorio soviético,
llegando a 80 kilómetros de Moscú. Stalin, decaído, renunció a su puesto en los
primeros días de la invasión alemana, retirándose a su casa de campo, donde
aparentemente sufrió una crisis nerviosa al creer que su ejército iba a ser
derrotado y que él iba a ser fusilado. Fue sorprendido por la actitud sumisa de
sus ministros (Molotov, Beria y Mikoian), que le rogaron que regresara al
Kremlin a reasumir su liderazgo, ya que como lo comenta Rosemary Sullivan en su
libro La hija de Stalin: “El solo nombre de Stalin era una gran fuerza para
levantar la moral del pueblo”. De esta manera, gracias al culto a su persona,
Stalin regresó al poder muy fortalecido.
Su sucesor, Nikita Khruschev, dio su “discurso secreto“
de 1956, llamado así porque el texto completo fue conocido en la Unión
Soviética hasta 1988. En este discurso, Khrushchev manifestó: “El Comité
Central del Partido estudia la forma de explicar un hecho ajeno al espíritu del
marxismo-leninismo, el elevar a una persona hasta transformarla en
súper-hombre, dotado de características sobrenaturales semejantes a las de un
dios. A un hombre de esta naturaleza se le supone dotado de un conocimiento
inagotable, de una visión extraordinaria, de un poder de pensamiento que le
permite prever todo y de un comportamiento “infalible“. Khruschev, quien como
colaborador de Stalin, propició dicha idolatría y fue cómplice de muchas de sus
atrocidades, reconoció: “Entre nosotros se asumió una actitud de ese tipo hacia
Stalin durante muchos años. Nos incumbe considerar como el culto a la persona
de Stalin creció gradualmente, transformándose en la fuente de una serie de
perversiones de los principios del Partido y de la legalidad revolucionaria”.
Stalin supo ocultar la realidad de la Unión Soviética al
exterior por años. Para los países occidentales las fallas, la miseria y el
terror que imperaban, no fueron visibles por varias décadas. El carismático
líder logró convencer tanto al pueblo ruso como al resto del mundo, de que
Rusia había logrado un crecimiento económico elevado y sostenido, lo que años
después se demostró que era falso.
En Italia, en la época que siguió a la Primera Guerra
Mundial, el veterano de guerra Benito Mussolini (cuyo nombre fue decidido por
su padre inspirado en Benito Juárez a quien admiraba), inició el movimiento de
las Camisas Negras y pudo atraer a través de sus discursos a las masas de
inconformes y a los desempleados que no se sentían representados por el
gobierno, ni por los demás partidos. Mussolini tuvo como estrategia política
atacar a sus antiguos compañeros del Partido Comunista, para lograr el apoyo de
los empresarios y terratenientes. De esa manera, pudo crear el Partido Fascista
en 1919. Este partido se ostentaba arrogantemente como “representante de los
intereses de la nación en su conjunto”.
Mussolini desarrolló un culto a su propia personalidad a
través de símbolos, uniformes, estandartes y marchas que recordaban al pueblo
italiano la grandeza del antiguo Imperio Romano. A pesar del gran apoyo de su
pueblo, que creyó ciegamente en las promesas del líder por más de dos décadas,
su incapacidad como gobernante se hizo evidente durante la Segunda Guerra
Mundial. Años de intervención gubernamental y fractura de las instituciones,
fueron reflejados en la deficiente actuación de Italia en la guerra, lo que le
costó el poder y la vida al líder del Fascismo, dejando a su país en la miseria
y desolación.
En la segunda parte de este artículo comentaré otros
casos de líderes que supieron crear un culto a su persona basados en promesas
incumplidas como Mao en China, Perón en Argentina y Fujimori en Perú.
https://www.eleconomista.com.mx/opinion/El-culto-a-la-personalidad-y-las-promesas-incumplidas-Parte-I-20200604-0084.html