Hanchalu Hundessa era un símbolo para la discriminada etnia oromo.El Gobierno, acusado de estar tras el crimen, despliega al ejército y corta internet para atajar las protestas.
Era un símbolo por sus versos y su ausencia de miedo. En
diciembre del 2017, la capital de Etiopía, Addis Abeba, vivió el concierto
oromo más grande y desafiante de la historia. En un estadio repleto y con el
palco lleno de representantes políticos, brilló como nadie el músico Hanchalu
Hundessa, quien ofreció un repertorio de guiños a la lucha de su pueblo. Fue un
acto de valor extremo: durante años, Etiopía castigó la crítica con el exilio,
ejecuciones sumarias o la tortura. Aquella noche, Hundessa se reafirmó como
líder de la causa del grupo étnico más numeroso de Etiopía y sus canciones se
erigieron en banda sonora de la revolución.
El asesinato del músico de 34 años, tiroteado el lunes
por la noche en su coche en Addis Abeba por unos hombres sin identificar, ha
provocado un terremoto de consecuencias impredecibles. Etiopía está en shock.
Aunque la policía asegura haber detenido a varios sospechosos y el primer
ministro, Abiy Ahmed, publicó una nota de pésame horas después –“entendemos la
gravedad de la situación”, subrayó–, las protestas por la muerte del artista,
que señalan al Gobierno como autor del asesinato, han provocado choques
sangrientos con la policía. Un portavoz gubernamental confirmó que el martes se
produjeron tres explosiones en la capital y organizaciones humanitarias cifran
en hasta 90 los muertos durante las protestas.
La decisión del Gobierno etíope de desplegar el ejército
en las calles, cortar el acceso a internet desde el martes y detener a figuras
políticas opositoras acusadas de avivar los tumultos ha multiplicado las
suspicacias de que las autoridades querían acallar a una voz incómoda y golpear
al movimiento oromo. Para Laetitia Bader, directora de Human Rights Watch en el
cuerno de África, el apagón digital, las detenciones y el excesivo uso de la fuerza
de la policía, “en lugar de restaurar la calma podrían empeorar una situación
volátil; el Gobierno debería dar pasos rápidos para revertir estas acciones o
se arriesga a deslizarse en una crisis más profunda”.
Durante el funeral celebrado ayer, la viuda del cantante,
Santu Demisew Diro, avanzó lo que todos saben: su marido ya es leyenda.
“Hachalu no está muerto. Quedará para siempre en mi corazón y en el corazón de
millones en el pueblo oromo”.
Entre el 2014 y el 2018, Etiopía vivió una ola revolucionaria
que bebía de fuentes como la injusticia histórica, la pobreza o la corrupción,
pero muy especialmente del abuso de poder. Las etnias oromo y amhara, que
juntas suman el 65% de la población, se levantaron, hartas de no tener
representación en unas instituciones políticas y militares controladas desde
hace décadas por la etnia tigray, que representa apenas un 6% de la población.
La propiedad de la tierra desencadenó definitivamente la rabia: en el 2015, el
Gobierno anunció un plan para expandir Addis Abeba hacia territorios de Oromia
y dar más espacio a la capital. Para los oromo significó el robo de su tierra
ancestral.
El propio Hundessa, que en el 2003 y con solo 17 años fue
encarcelado durante un lustro por su activismo político, criticó duramente los
desplazamientos forzosos de su pueblo, que consideraba una nueva agresión
histórica, en la línea de las expulsiones de los oromo de la tierras de la
capital por el emperador Menelik II. “Levantaos, preparad a vuestros caballos y
pelead, vosotros sois los que estáis más cerca del palacio”, bramó. El destrozo
esta semana de estatuas de figuras militares de la época de Menelik o la de un
busto del emperador Haile Selassie en Londres responden a esas afrentas
denunciadas por el artista.
Aunque la llegada al poder del oromo Abiy calmó las aguas
por su mano tendida a la disidencia –ordenó la libertad de miles de opositores
políticos y puso fin al estado de emergencia–, el asesinato de Hundessa, cuyas
canciones Malaan Jira o Jirraa ya son himnos del movimiento oromo, sume al
segundo país más poblado de África, con 109 millones de habitantes, en la
incertidumbre.
La importancia de Hundessa en la causa oromo, y el
impacto de su muerte, entronca con la tradición africana de músicos con una
gran implicación política como el nigeriano Fela Kuti, el marfileño Tiken Jah
Fakoly, el senegalés Youssou N’dour o el ugandés Bobi Wine. Pero en el caso de
la revolución oromo va incluso más allá. Según el analista Awol Allo, “las
letras conmovedoras y poderosas de los artistas oromo han dado voz y
significado a la insufrible indignación del grupo. Cuando sus líderes políticos
han fallado, los artistas han dado un nuevo significado a las agonías de la
derrota. Cuando prevalecieron, los artistas amplificaron pequeñas victorias para
inspirar a generaciones enteras”.