Para un mejor y mayor control de la población, el capitalismo acelera su transición digital. En este proceso está obligado a introducir cambios estructurales en sus instituciones. Nuevos tiempos nuevos requerimientos, otras funciones. Algunas nacerán bajo palio, otras serán declaradas obsoletas, y las restantes sufrirán mutaciones. La universidad es una de ellas. Por razones utilitarias, mantendrá su nombre, pero su ADN habrá mutado.
La universidad pública será una caricatura de sí misma,
al introducir el ideario empresarial de las universidades privadas. Hasta hoy,
los fines "de la pública" han sido la promoción de las ciencias, las
artes, el pensamiento crítico, la investigación y los saberes poco
convencionales. Sus valores y principios aquilatan sus enseñanzas. Siempre
encuentra un espacio para incorporar avances científicos o modificar planes y
programas de estudio. En sus 10 siglos de existencia pervive gracias a mantener
el norte en sus reformas: defender la libertad de pensamiento, la crítica, y
ser atalaya contra la inquisición y el dogmatismo. Además, tiene fama de
incentivar itinerarios "nada rentables", como la historia del arte,
griego, latín o las humanidades.
Una sociedad democrática se proyecta en sus aulas
universitarias. Autonomía, libertad de cátedra, representatividad estudiantil,
respeto, valores republicanos, responsabilidad y compromiso ciudadano. En las
ciudades universitarias está grabada la memoria colectiva de los pueblos.
Murales, esculturas, pinturas, arquitectura, bibliotecas, centros de
investigación. Las luchas universitarias sintetizan momentos democráticos, y
represión. Cómo no recordar aquel ¡adelante, adelante, obreros y estudiantes!,
sello de la revolución universitaria de Córdoba, Argentina, en 1918. En España,
los recitales y las manifestaciones reivindicando el fin de la dictadura
franquista. Las movilizaciones estudiantiles en México y la matanza de
Tlatelolco en 1968. Los ejemplos son muchos. Resulta significativo que en cada
golpe de Estado, la universidad es una las instituciones más castigadas. Se
cierran facultades, expulsan docentes y estudiantes. Se criban bibliotecas y
sus aulas se convierten en espacio yermo donde predomina la mediocridad, el
miedo y el autoritarismo.
Hoy, en la transición digital, el camino de las reformas
universitarias tiene las mismas consecuencias que un golpe de Estado. Entre sus
tareas no estará promover el librepensamiento, la creación artística o fomentar
la capacidad de juicio crítico. El estudiante será considerado un cliente.
Desaparecerán itinerarios poco rentables. El éxito se medirá por los ingresos y
las matrículas en grados, masters, doctorados y su capacidad para digitalizar
la enseñanza. Será una universidad castrada. Dejará de enseñar valores éticos
para apoyar la competitividad, el individualismo y un exacerbado egoísmo.
En esta nueva realidad, la universidad, forjada en el
humanismo y el pensamiento crítico, constituye un estorbo. Los lemas que
identifican las universidades quedan obsoletos. "Por mi raza hablará el
espíritu", de la UNAM; "La virtud argentina es la fuerza y el
estudio", de la Universidad de Buenos Aires; "Busca la verdad en las
aulas de la academia", de la Universidad de Bogotá; "Hacia la
libertad por la cultura", de la Universidad de El Salvador; "La
libertad ilumina todas las cosas", de la Complutense de Madrid; "Id y
enseñad a todos", de la Universidad de San Carlos de Guatemala; "La
casa que vence a la sombra", de la Universidad Central de Caracas, o
"En busca de la luz", de la Universidad de Costa Rica. Tal vez surja
otro acorde con la digitalización y la economía de mercado: “Por el big data
hablará mi algoritmo” o "la inteligencia artificial nos hará libres".
Sustituir hábitos, modificar técnicas pedagógicas y
modernizar la docencia es el objetivo. Las aulas se reconvierten para albergar
la tecnología digital. Acoplados a la mesa del profesor, los ordenadores,
cámaras para retransmitir las clases y los usuarios y clientes conectados en
tiempo real desde cualquier lugar. Las clases magistrales son un estorbo. La
docencia debe digitalizarse. No más pizarras, tiza ni borradores. Las clases,
por videoconferencia. Aquella complicidad, chistes, risas, gestos de admiración
o aburrimiento desaparecen. ¡Y todo comenzó con el Power Point!
Grabados, observados y objeto de manipulación a
distancia, la docencia pierde su valor formativo. Educar en valores, guiar
motivaciones, compartir y socializar conocimientos, conductas sólo posibles en
el aula de clases, se desvanecen. Lo siguiente, profesores robots. Ya será posible
dar clases desde el wáter. El único requisito: tener un dispositivo para
engancharse a la red. Al otro lado, los usuarios viven la experiencia virtual.
Es posible que el cliente-alumno nunca tenga un encuentro cara a cara con su
profesor. Así, las ciudades universitarias irán desapareciendo y con ello el
sentido humanista de la docencia y vida universitaria. La deshumanización
seguirá su curso.