El caso del opositor Navalni, último ejemplo en una práctica que se empleó ya con Rasputin y se perfeccionó en la era Stalin.
El uso de los venenos en Rusia para eliminar enemigos,
adversarios o para que quitar a alguien de en medio momentáneamente tiene una
dilatada tradición, de la que el caso del opositor Alexéi Navalni, conocido
este jueves, habría sido supuestamente el último hasta ahora.
Un ejemplo histórico lo constituye el de Rasputín, el
monje que tanta influencia ejerció sobre la corte del último Zar ruso, Nicolás
II. Fue envenenado en 1916 en el palacio del príncipe Félix Yusúpov. Pero el
perfeccionamiento de la sintetización de toxinas y su empleo masivo se
perfeccionó durante la época de Stalin.
Fue entonces, concretamente en los años 30, cuando surgió
el llamado «Laboratorio-12», conocido también como la «Cámara». Allí se crearon
poderosos venenos capaces de matar rápidamente sin dejar huella en el
organismo. La existencia de esa fábrica de sustancias tóxicas fue desvelada por
Oleg Kaluguin, antiguo general del KGB exiliado en Estados Unidos.
Otros casos recientes
Con uno de esos poderosos venenos fue eliminado, en 1947,
el diplomático sueco Raoul Wallenberg en los calabozos de la «Lubianka» (la
sede del KGB). Más recientes son los casos del antiguo presidente de Ucrania
Víctor Yúshenko, envenenado con una dioxina que no le mató, pero le desfiguró
el rostro, de Alexánder Litvinenko, eliminado con polonio, y de Serguéi
Skripal, uno de los pocos que ha logrado sobrevivir a la acción del reactivo
químico de uso militar conocido como «Novichok».
Ahora Alexéi Navalni, en estado de coma, lucha por su
vida en la unidad de cuidados intensivos de la ciudad siberiana de Omsk, donde
ingresó este jueves tras ser presuntamente envenenado por una sustancia aún
desconocida que habría sido mezclada en el té que había bebido, según su
portavoz. El avión en que se dirigía a Moscú aterrizó de emergencia en el
aeropuerto local ante la gravedad de su estado.