El veredicto que confirma su condena a ocho años de prisión trastorna los planes del ex presidente, que había diseñado con mucha antelación el regreso a su país por la puerta grande, como Ulises en busca de su Íthaca del poder.
"Finalmente lo lograron. En tiempo récord sacan
sentencia definitiva para inhabilitarme como candidato. No entienden que lo
único que hacen es aumentar el apoyo popular. Recuerden: a lo único que nos
condenan es a vencer". Rafael Correa, de 57 años, no competirá por
decisión judicial en las elecciones presidenciales del año que viene en
Ecuador, pese a que se cree ungido por el pueblo y por Dios para seguir
dirigiendo el destino de la nación.
El esperado veredicto del Tribunal de Casación de la
Corte Nacional de Justicia ha confirmado la condena a ocho años de cárcel por
instigación al delito de cohecho, denegando los recursos presentados por
Correa, por quien fuera su vicepresidente, Jorge Glas, y por varios ex
funcionarios de primer nivel. Todos ellos conformaron una estructura criminal
junto a empresarios privados, quienes pagaron con cuantiosos sobornos la
adjudicación de obra pública. Versión fraudulenta del "Nada para nosotros,
todo para la Patria", que tanto le gustaba repetir en sus alocuciones.
El prófugo Correa había diseñado con mucha antelación el
regreso a su país por la puerta grande, como Ulises en busca de su Íthaca del
poder tras una odisea por mares de Europa y América Latina. Un mapa de
navegación que pasaba de forma inexorable por su candidatura a vicepresidente
en el binomio del Centro Democrático, el nuevo partido del correísmo.
compañero de fórmula era Andrés Arauz, joven ex ministro
de 35 años, ideal para que Correa desplegara sin cortapisas el encanto del
poder, la misma que ya usó durante los 12 años que se mantuvo al frente del
país andino. Nada que ver con el presidente argentino Alberto Fernández, un
político de contrapesos que hasta ahora ha limitado las ansias de la
vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Las sospechas llegaron incluso antes de salir de puerto
hace tres años. Su vicepresidente Lenín Moreno, ungido ya como primer
mandatario, llegó decidido a acabar con los abusos y con la corrupción, dispuesto
a convertirse en un verso libre y no el títere diseñado por Correa. Desde el
principio se trató de una apuesta arriesgada: un candidato ganador, pero
demasiado independiente. La alternativa, el ahora encarcelado Glas, hubiera
caído en las urnas hundido por su falta de carisma. Todavía hoy Correa se
arrepiente de una decisión que le ha marcado su destino político, aún más
complicado tras el empuje de dos mujeres, sirenas y cíclopes a la vez: la
fiscal general, Diana Salazar, y la jueza Daniella Camacho.
Tanto una como otra han probado que 'SP' ("Señor
Presidente") comandaba la organización delincuencial que entre 2012 y 2016
canalizó los regalos, promesas y ofertas de los empresarios en favor del
movimiento de la revolución ciudadana, Alianza País. Los apodos con los que era
conocido Correa dentro del esquema de sobornos explican a la perfección quién
es este ex mandatario, una de las estrellas de las revoluciones
latinoamericanas, dotado con la palabra torrencial y con un ego al que sólo
Hugo Chávez hacía sombra. 'SP' aparece de forma reiterada en la investigación
de la Fiscalía, supervisando, aprobando y delegando en sus personas de
confianza.
"¡Ánimo, pueblo ecuatoriano! Esto no se sostendrá en
el tiempo", se compadeció Correa desde su refugio europeo en Bélgica, como
si viviera todavía en los mejores tiempos de sus mandatos, cuando arrasaba en
las urnas, tiempos que ya no volverán. La corrupción y la deriva autoritaria de
este economista de 57 años ensombrecieron 10 años de gobierno, que comenzaron bien
para el país gracias a la estabilidad tan añorada tras décadas de golpes,
levantamientos e interminables crisis económicas.
"Nos estamos preparando para ganar conmigo o sin
mí", clamó ayer el político ecuatoriano, uno de los pocos que habla al
oído de Nicolás Maduro, capaz de convencerle del giro aperturista, al estilo
chino, de una economía destrozada.
"Un fantasma que delira con volver al poder"
Correa no ha sufrido coronavirus, pero sí ha perdido su
olfato político, aquel que le caracterizaba en su juventud y que hoy ha sido
desplazado por su monumental ego. El expresidente se mueve en el mundo político
de hoy como si fuera una vedette, entre la contundencia de sus sentencias y el
cinismo de sus palabras. Estas virtudes le reconvirtieron en estrella televisiva
del canal de Putin y en una de las banderas del Grupo de Puebla, con cuya
protección cuenta y que reúne a dirigentes izquierdistas, incluidos los
españoles José Luis Rodríguez Zapatero y el ex juez Baltasar Garzón.
Nada queda de aquel joven primoroso que en 2007 llegó a
la presidencia decidido a cambiar su país de arriba a abajo, el mismo que
enamoró a tantos ecuatorianos pero que ya en 2011 quiso multiplicar sus poderes
para seguir la misma estela que sus aliados en Venezuela o Bolivia.
El poder es así, nubla incluso a los más despiertos. Y lo
que viene después es aún peor. "Correa es un peligro porque sin la banda
presidencial y sin títere a su servicio se ha convertido en un fantasma que
delira con volver al poder", castiga el periodista José Hernández, uno de
los que mejor le conoce. Una relación viciada desde el primer día, cuando
Correa se dio cuenta de que aquellos periodistas no estaban dispuestos a mirar
a otro lado. Llegaron las amenazas, la persecución, la ley de prensa y las
frases que Ecuador no olvida de un presidente que aseguró que dedicaría su vida
a perseguir a los comunicadores. "El periódico no sirve ni para madurar un
aguacate", ironizó entonces.
"Podrán doblarnos, pero no podrán rompernos. Podrán
cansarnos, pero no podrán rendirnos", dejó dicho el revolucionario a modo
de advertencia. No es de los que se rinden fácil, dicen en su país. Correa no
está roto, pero sí se siente hoy muy lejos de su Íthaca natal.