Bruselas enfría las expectativas de un acuerdo económico y de inversión este año al no constatar avances hacia el aperturismo en Pekín.
La idea se ha expresado en la última década de muchas
formas diferentes. Hay quienes, como Josep Borrell, dicen que Europa tiene que
aprender y desarrollar muy pronto el "lenguaje del poder" o se
enfrenta a la irrelevancia. Hay quienes, económicamente, avisan de que corremos
el riesgo de ser "la Florida del mundo", un lugar para jubilados
ricos de otras partes del planeta, si no 'recuperamos' la soberanía digital que
hoy se disputan a nivel global China y EEUU. Hay quienes, en palabras más convencionales,
hablan del encaje menos malo posible entre superpotencias militares y las
potencias comerciales. Pero la expresión utilizada hoy por el presidente del
Consejo Europeo, Charles Michel, tras una Cumbre a cuatro manos con China, lo
resume de una forma que probablemente entienda mucha más gente: "Europa
necesita ser un jugador, no el terreno de juego" del futuro.
El plan original era que esta semana la UE y China se
vieran las caras en la ciudad alemana de Leipzig para una gran cumbre, pero las
restricciones de viaje han forzado un formato mucho más reducido e incómodo.
Estaban, en teleconferencia, Michel, la presidenta de la Comisión Europea,
Ursula von der Leyen; y la canciller alemana, Angela Merkel, pues su país tiene
la presidencia temporal del Consejo este semestre. Del otro lado, el presidente
Xi Jingping. La ironía es que, dado lo poco que hay que celebrar, la discreción
probablemente haya ayudado a diluir titulares cargados de decepción y fracaso.
Analizar la situación de ambos bloques no es nada fácil.
La cantidad de asuntos que generan fricción es enorme: el cambio climático, y
la laxa implementación de los Acuerdos de la COP-21 de París. La situación de
los derechos humanos por toda China, y en especial la situación de las
minorías, la falta de observadores internacionales en Xinjiang y la presión
asfixiante sobre Hong Kong. Por no hablar de la amenaza constante a Taiwan.
Hay mucho más. El caso de la persecución de periodistas y
el encarcelamiento de un ciudadano sueco y dos canadienses. Está la cuestión de
la competencia desleal de las empresas de propiedad pública china, con masivas
ayudas de Estado. La sobreproducción, de acero y aluminio pero también en alta
tecnología; y están las barreras para la inversión extranjera, todos ellos
temas que siguen retrasando el esperadísimo acuerdo de Inversión que lleva
posponiéndose meses. "No habrá acuerdo si no hay avances
sustanciales", aseguró este lunes Ursula von der Leyen. Las expectativas
más optimistas, sobre todo de Pekín, hablan de algo en diciembre, pero parece
muy poco realista.
Si se pregunta en Washington, Europa es poco más que una
piedra en el zapato que es hoy el tablero global. Si se pregunta a Pekín, el
resumen que se hace va por líneas muy diferentes. El presidente Xi, al terminar
la teleconferencia, reiteró que su posición había sido clara, sustentada en
cuatro insistencias: "una coexistencia pacífica; apertura y cooperación:
Multilateralismo; y diálogo y consultas". Una guía magnífica, prometedora,
pero que absolutamente nadie se toma y se puede tomar en serio.
Pero el caso que es si se pregunta a los expertos en
China de Bruselas, en el servicio de Acción Exterior y el equipo de la Comisión
sobre todo, la respuesta es que si un tema se está llevando bien y marcha a un
ritmo aceptable es precisamente el de las relaciones con China. Es poco
vendible, requiere muchos matices y explicaciones, pero esa es precisamente la
definición y labor de la diplomacia.
Los últimos meses no han sido fáciles, con tensiones de
todo tipo, un pequeño escándalo por un informe presuntamente rebajado sobre la
situación en el país. O que el embajador de la UE en Pekín aceptara la
mutilación de una tribuna de opinión para su publicación en la prensa local.
Pero los servicios institucionales defienden la labor y se muestran optimistas
o satisfechos, dado que se habla de la gran superpotencia del siglo XXI
En muchas capitales, en el mundo académico, en el
Parlamento Europeo se llevan las manos a la cabeza y denuncian que la UE está
siendo muy blanda, que no hace valer su influencia y que debería ser muchísimo
más dura. En sus discursos públicos y en las negociaciones, poniendo muy alto
en las listas las prioridades democráticas y los derechos humanos antes de
moverse un centímetro en asuntos comerciales. Hoy mismo una tribuna de opinión
en medios internacionales, firmada por voces importantes, exigía contundencia y
un giro comunitario en lo que respecta a Taiwan.
El resumen que han dado los protagonistas tras la
conferencia ha sido diplomático. El habitual. "Ha sido una conversación
franca y abierta, constructiva e intensa", ha asegurado Von der Leyen.
"Hay que forjar una relación más equilibrada, una sobre mutuos
reconocimientos que genere resultados concretos para ambas partes y que sean
buenos para el mundo. En algunas áreas vamos bien. En otras hace falta mucho
más trabajo. Tenemos diferencias y trabajaremos pero estamos listos para
cooperar, remangarnos y encontrar soluciones. En los temas difíciles hay un
mensaje europeo unido: queremos una relación recíproca, responsable y
justa", ha asegurado Michel. "Los temas que hemos tratado son
estratégicos (...) y hacen falta relaciones estratégicas. Las actividades
políticas tienen que ser juzgadas en contexto y en su tiempo. No es útil mirar
15 años atrás para las acciones de hoy", ha matizado Merkel.
Cooperación económica vs Defensa de los DDHH
Los ojos de Bruselas están puestos precisamente en la
canciller. Diplomáticos y funcionarios lamentan estas semanas, y no en voz
baja, que la presión de Berlín en favor de una cooperación económica fuerte
está empujando hacia el fondo de la cesta los temas de derechos humanos. Las
exportaciones germanas superan anualmente los 100.000 millones de dólares, más
que Francia, Italia, España y otra media docena de países europeos juntos. Y el
lobby de sus empresas es abrumador en la cancillería. Sólo Volkswagen vende más
de cuatro millones de coches por ejercicio. Y de ahí vendría una posición nada
firme en temas como la Ley de Hong Kong para revertir la autonomía o la
situación de minorías y opositores en tierra continental.
En la teleconferencia cuatro han sido las grandes áreas,
asumiendo que el debate seguirá en 2021, quizás durante la presidencia
portuguesa, cuando se intente una nueva Cumbre presencial. Cambio Climático,
comercio, derechos humanos y Covid 19 y recuperación económica. El tono ha sido
cordial, pero los adjetivos muestran una desconfianza más propia de los rivales
que son que de los socios que algunos en cada bloque aspiran a ser. "La
discusión de hoy ha sido muy importante. Entendemos que el diálogo es básico,
pero no suficiente: hay que transformar los mensajes en acciones. Queremos una
relación justa basada en el respeto de los intereses mutuos. Creemos en la
reciprocidad", ha reiterado Charles Michel. "No hay pasos adelante
concretos", ha dicho Von der Leyen sobre los temas más delicados de
apertura al exterior y barreras a los inversores, "y eso debe
cambiar", ha zanjado.
Buenas palabras, sonrisas, pero de momento, expectativas
enfriadas: sin aperturismo, sin más simetría, no puede haber más avances ni un
acuerdo más ambicioso. China tiene prisa, presiona, pero sus tiempos son
siempre mucho más largos. Sabe que la dependencia sigue en su favor, pero
también que los ojos de Europa están ahora mismo en EEUU. Tras las elecciones
de noviembre y en función de quién ocupe la Casa Blanca los próximos cuatro
años, todo puede dar un giro de 180 grados.