QAnon, nacida en el lado más oscuro de Internet, cuenta con el visto bueno de la Casa Blanca.
Todo es delirante. Surrealista como que Barack Obama,
traidor y terrorista, ha pedido asilo en Mónaco. Doloroso como la afirmación de
que el chef Anthony Bourdain se suicidó en 2018 cuando supo que le iban a
arrestar por pederastia. Descabellado como que la casa de la omnipresente Oprah
Winfrey ha sido registrada en busca de niños abusados. Irrisorio como que, en
realidad, Tom Hanks no padeció la covid-19, sino que fue detenido en Australia
y enviado a Estados Unidos. Triste como el relato de que el senador John McCain
no murió de un cáncer cerebral sino que fue ejecutado. Demencial como la
creencia de que a toda esta élite mundial de pederastas les espera Guantánamo,
que ya ha sido ampliado para acoger, al menos, a 60.000 personas contra las que
hay orden de arresto.
Un solo apunte más. Kim Jong-un no es un tirano cruel con
el pueblo norcoreano. ¡Fue implantado en Pyongyang por la CIA! Pero el gran
salvador, Donald Trump, lo liberó en 2018. Ahora ocupa su lugar un doble.
Si en su origen fue comprensiblemente despreciada como un
fenómeno irrelevante, esta teoría conspiratoria apoteósica que vive en las
cloacas de Internet bajo el nombre de QAnon está, sin embargo, a punto de
colocar en el Congreso de Estados Unidos a una representante en las próximas
elecciones de noviembre. Marjorie Taylor Green, que va por Georgia, podría
estar sentada en la institución el próximo año. Green, seguidora de QAnon y
definida recientemente por Trump como “la futura estrella republicana”, defiende
que Obama contrató a sicarios de la mara MS-13 salvadoreña para asesinar al
miembro del Comité Nacional Demócrata Seth Rich (su muerte está en el centro de
cientos de delirios conspiranoicos), asesinado a los 27 años de dos tiros en la
espalda en 2016.
En mayo de 2019, el FBI declaró que QAnon representa una
amenaza de terrorismo doméstico. A pesar de esto, Donald Trump, siempre
dejándose querer, le daba su visto bueno. Después ha ido creciendo ayudado por
un presidente que da pábulo a las teorías más estrambóticas, una economía en
caída libre y la soledad de mucha gente adicta a presuntas conspiraciones que
se ha visto agravada por el encierro obligado en respuesta a la pandemia del
coronavirus.
Acababa el lluvioso mes de agosto en Washington, cuando
un reportero preguntó al presidente de EE UU qué pensaba sobre QAnon. El
mandatario no dudó mucho en su respuesta y declaró que no sabía gran cosa del
movimiento más allá de que son personas a la que les gusta él, y lo agradecía.
“Son gente que ama nuestro país”, añadió. Pero la pregunta del periodista de la
Casa Blanca tenía una segunda parte. Cuando preguntó a Trump si era consciente
de que el movimiento creía que él secretamente estaba salvando al mundo de un
culto satánico de pedófilos y caníbales, Trump, lejos de escandalizarse, reírse
ante la ocurrencia o pasar a la siguiente pregunta por lo demencial de esta,
sencillamente contestó: “No había oído eso. ¿Pero eso se supone que es una
buena o una mala cosa? Quiero decir, que si puedo ayudar al mundo en sus
problemas, estoy deseoso de hacerlo”.
QAnon no tiene líder conocido ni ideología más allá de
las patrañas y conspiraciones de las que se alimenta. Su nombre se trata de la
suma de dos ideas. La Q es la letra que designa el máximo nivel de acceso a
información clasificada del Departamento de Energía de EE UU. Pero nadie sabe
quién es Q. Y como sus seguidores operan en la sombra y actúan cobardemente
tras el anonimato, a la Q le han sumado “Anon”, abreviatura de anónimo.
QAnon nace a finales de 2017 cuando empieza a ser
utilizado por la ultraderecha y comienza a crecer como un alien en 4chan y
8chan, dos gigantescos foros de Internet, hoy clausurados, en los que no
existían filtros y sus usuarios participaban de forma anónima. La misión de
QAnon es clara: acabar con un proyecto diabólico dirigido por una supuesta
élite pedófila mundial, formada, entre otros, por George Soros, los Rothschild
y Angela Merkel (que en realidad es la nieta de Adolf Hitler). En la malévola
red militan también destacados demócratas, actores de Hollywood e incluso el
papa Francisco, como prueban, argumentan los conspiranoicos, los escándalos de
pederastia de la Iglesia católica. Porque la tarea principal de la red, además
de destruir la civilización judeocristiana para imponer un Nuevo Orden, es
traficar con niños, que son violados y asesinados en ceremonias secretas.
‘Pizzagate’
Un primer episodio similar a los que promulga QAnon
estuvo en lo que se conoce como el pizzagate, cuando en diciembre de 2016, un
joven de 28 años condujo desde Carolina del Norte para entrar armado con un
rifle AR-15 en una popular pizzería del norte de Washington DC. Edgar Maddison
Welch estaba convencido de que allí se escondía un cartel, dirigido por Hillary
Clinton y John Podesta (hermano de su antiguo jefe de campaña), que traficaba
con niños para esclavizarlos sexualmente o venderlos.
La cercanía de las elecciones presidenciales del 3 de
noviembre puede llevar a los extremistas a sumarse a una de las teorías de la
conspiración quizá más peligrosas de la historia, hasta el punto de que sus
seguidores podrían no respetar el resultado electoral en caso de perder Trump,
el hombre llamado a acabar con ese Deep State (Estado profundo), con esa
cábala, frente a Joe Biden. Hay precedentes. QAnon ya ha protagonizado actos
violentos por parte de estos supremacistas blancos, incluido el tiroteo en la
sinagoga en octubre de 2018 que acabó con la vida de 11 personas o la masacre
de El Paso en agosto de 2019 con 22 víctimas mortales.
Cada vez son más los seguidores que ondean banderas o
lucen camisetas con la gran Q que representa QAnon en los mítines de Trump.
Buscan mensajes encriptados de boca de su líder. Como por ejemplo cuando en un
discurso en Florida dijo cuatro veces el número 17 y pensaron que hacía
referencia a la Q, que ocupa el decimoséptimo lugar en el abecedario. Esto
responde a la forma de comunicarse con sus fanáticos seguidores, que suele ser
a través de crípticos mensajes —llamados crumbs (migas) o drops (gotas)— en
8kun, un foro de mensajes anónimos que ha sustituido a 8chan, cerrado el año
pasado por ser un nido de extremistas. Entre ellos estaba el autor de la
matanza de Christchurch, en Nueva Zelanda, que dejó 51 cadáveres.
El pistoletazo de salida en la relación de Qanon con la
Casa Blanca se originó en un encuentro con familias de militares en el que
Trump dijo: “Tal vez esta sea la calma que precede a la tormenta”. Ahí fue
cuando quisieron entender que Trump había sido enviado para destruir el Deep
State, la sociedad secreta “incrustada en las instituciones y controlada por
las élites globales y demócratas para traficar con niños”. Entonces se produjo
el “despertar”, cuando los miembros de este grupo, que se llaman a sí mismos
“red-pilled” (en referencia a la película Matrix, cuando quienes toman la
píldora roja ven cómo es realmente el mundo), salieron de los sumideros de
Internet y comenzaron a verse en los mítines del candidato republicano a la
reelección por la Casa Blanca. Si en febrero había 155.000 red-pilled, en junio
superaban el millón. Y sumando.