Gran Bretaña y Francia tratan de apaciguar a las tres potencias que más amenazan el mundo en estos momentos: Irán, China y Rusia.
Europa es presa de una enfermedad extraordinariamente
virulenta y perniciosa que amenaza el bienestar de sus pueblos y del mundo
entero. No me refiero al coronavirus, sino al apaciguamiento. En la década de
los años 30 del siglo pasado, también la política exterior anglo-francesa
estuvo dominada por el apaciguamiento, entonces ante la Alemania nazi;
apaciguamiento que fracasó a la hora de impedir una de las mayores catástrofes
que haya sufrido la civilización y que se cobró la vida de millones de personas.
Ahora, el Reino Unido y Francia tratan de apaciguar a las
tres potencias que más amenazan al mundo en estos momentos: Irán, China y
Rusia. Como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, el otro
día tanto Londres como París se arrodillaron ante sus archienemigos al negarse
a apoyar una resolución de su mayor aliado, EEUU, para prolongar el embargo de
armas onusiano que pesa sobre Irán. Por supuesto, la iniciativa norteamericana
fue rechazada por China y Rusia, que pretenden vender armamento convencional
avanzado a Teherán en cuanto se levante el embargo, el próximo mes de octubre.
Volvamos a los años 30. Las intenciones agresivas de la
Alemania nazi estaban claras. Aunque el apaciguamiento con Hitler no tiene
excusa, la razón primordial era quizá comprensible: la actitud imperante de
'paz a cualquier precio' luego de la inaudita carnicería de la Primera Guerra
Mundial, todavía fresca en la memoria de todo el mundo.
Hoy, las intenciones del Irán de Jamenei son igual de
claras, y las materializa con frecuencia en agresiones imperialistas por todo
Oriente Medio, sobre todo contra Irak, Siria, el Líbano, el Yemen y Arabia
Saudí, así como en sus incesantes amenazas y acciones militares contra Israel.
Aun si los países europeos fueran tan miopes como para
ignorar esas distantes agresiones, ¿cómo podrían hacer lo mismo ante la miríada
de acciones terroristas y asesinatos pergeñada por los peones iraníes en sus
propios territorios en los últimos años? Hablamos de asesinatos o intentos de
asesinato de disidentes iraníes, así como de un intento fallido de atentado con
bombas contra una convención en París en 2018 y del almacenamiento de toneladas
de material explosivo en Londres en 2015. Sólo unos años antes mantuve
discusiones en Downing Street sobre la muerte de soldados británicos en Irak a
manos de aliados de Irán, y me encontré con una amplia reluctancia a adoptar
medida significativa alguna.
Las excusas para el retraimiento franco-británico son
menos convincentes hoy que en los años 30 y aluden, por ejemplo, a la resaca de
las recientes campañas en Irak y Afganistán, aunque, comparadas con la Gran
Guerra, aquéllas apenas afectaron a nadie en Europa. En tal parálisis
encontramos un viejo y arraigado sentimiento de culpa colonialista, explotado
durante décadas por la izquierda para minar la autoconfianza nacional y
promover un espíritu de apaciguamiento hacia los países de Oriente Medio. El
creciente radicalismo islámico tanto en el Reino Unido como en Francia, que
albergan decenas de miles de yihadistas, también ha contribuido a excitar la
pusilanimidad.
Si el legado económico de la Gran Depresión alimentó el
apaciguamiento en los años 30, hoy en día la vinculación comercial con China y
Rusia, junto con la aprensión ante el panorama económico post-covid, hace que
los Gobiernos e instituciones europeos teman alienarse a ambos.
Hay otro factor que quizá pese aún más en los apabullados
políticos europeos. Gran Bretaña e –incluso aún más– Francia están muy
preocupados por el acuerdo nuclear con Irán suscrito por el anterior presidente
de EEUU, Barack Obama, directamente responsable de la crisis que se vive ahora
en el Consejo de Seguridad de la ONU. Los dos países, así como Alemania y la
propia UE, saben perfectamente que, en vez del objetivo declarado de cerrar a
Irán la vía a la adquisición de armamento atómico, el PAIC de hecho le allana
el camino; no sólo a la adquisición de capacidades nucleares, sino a hacerlo de
manera legítima y efectiva, con la bendición del Consejo de Seguridad.
Ignorando valoraciones mejores, accedieron al PAIC porque
así se lo pidió el presidente Obama, al que veneraban. La retirada de EEUU del
acuerdo, ordenada por el presidente Trump, les ha generado un dilema. Y es que
desprecian a Trump tanto como veneraban a Obama y, aunque saben que aquél tiene
razón, posiblemente no sigan su estela.
El otro día, el secretario de Estado norteamericano, Mike
Pompeo, puso en marcha la reactivación de las provisiones sobre las que se basa
el apoyo de la ONU al PAIC, en función de lo consignado en la Resolución 2231
del Consejo de Seguridad. Y lo hizo porque el Consejo rechazó la prórroga del
embargo de armas contra Teherán. Su efecto será la reimposición de todas las
sanciones de la ONU contra Irán, empezando por el embargo de armas
convencionales. También vedará el apoyo internacional al programa misilístico
iraní, al desarrollo iraní de misiles capaces de portar componentes nucleares y
a las actividades nucleares de enriquecimiento de la República Islámica. Y
reinstaurará las prohibiciones de viajar que pesaban sobre ciertos miembros del
régimen de los ayatolás. La reactivación pondrá fin al PAIC de tal manera que
su recuperación será imposible.
La reactivación inmediata está justificada, al amparo de
la Resolución 2231, por las violaciones iraníes de sus compromisos para con el
PAIC, tal y como ha certificado la Agencia Internacional de la Energía Atómica
(AIEA), que en junio anunció que Teherán había enriquecido uranio e
incrementado sus provisiones de uranio poco enriquecido más allá de lo
permitido, almacenado una cantidad excesiva de agua pesada, testado
centrifugadoras avanzadas y recomenzado el enriquecimiento en la planta de
Fordow, todo ello en contravención de lo pactado. Asimismo, la AIEA ha
especificado que Irán sigue negándose a permitir el acceso de inspectores
internacionales a sus instalaciones nucleares, y puede que esté ocultando
materiales y procesos nucleares no declarados.
Por supuesto, el Reino Unido y Francia lo saben de sobra,
y en enero pusieron en marcha, junto con Alemania, el mecanismo de resolución
de disputas del PAIC en protesta por las violaciones iraníes del mismo. Pero
siguen rechazando la exigencia norteamericana de prorrogar el embargo de armas
contra Irán y piensan no sólo negar el apoyo a EEUU en la cuestión de la
reactivación, sino frustrar activamente su empeño en el Consejo de Seguridad,
en refuerzo de los intentos rusos y chinos al respecto, por supuesto saludados
por Alemania y la UE.
Como Irán, esos países esperan y desean que el presidente
Trump pierda las elecciones de noviembre y el acuerdo nuclear sea rescatado por
su sucesor. Con independencia de quién gane esos comicios, no será fácil que
tal cosa suceda. Los defensores de Irán tratan desesperadamente de impedir la
reactivación aduciendo que, tras su retirada del PAIC, EEUU no tiene nada que
decir. Lamentablemente para ellos, están equivocados. Pero eso no quita para
que se desvivan tratando de retorcer los términos y precedentes del Consejo de
Seguridad.
Al final es probable que la maniobra de Pompeo tenga
éxito. La reimposición de las sanciones dejará entonces a China, Rusia y los
países europeos ante la complicada disyuntiva de cumplir con ellas o asumir
unas consecuencias perniciosas en sus relaciones comerciales con EEUU. Puede
producirse un daño irreparable no sólo en las relaciones euro-americanas sino
en la propia ONU, institución ya muy cuestionada por muchos en EEUU.
¿Y todo esto para qué? Puede que saquen tajada Rusia y
China, cuyas ventas de armas a Irán les reportarán jugosos ingresos y que verán
extenderse su influencia sobre la región a expensas de América y Europa.
En cuanto a esta última, quizá logre un retorcido
reconocimiento por plantarse ante EEUU y el malvado Trump. Y algunas migajas
comerciales con Irán. Pero, definitivamente, no se hará avanzar la paz ni la
seguridad global. Puede que los belicistas ayatolás que gobiernan en Teherán
también se beneficien, pero desde luego no lo harán el pueblo iraní ni los demás
países mesorientales. Numerosos iraníes de bien no quieren más que acabar con
los ayatolás opresores que les han convertido en parias y llevado a la miseria.
Si la reintroducción funciona, las sanciones norteamericanas acelerarán el fin
del régimen terrorista de Teherán. Y dará más confianza y seguridad a los
países árabes, cada vez más temerosos de un Irán con armas nucleares.
El apaciguamiento europeo de los años 30 acabó siendo
gestionado casi en exclusiva por un solo hombre: Winston Churchill. Al primer
ministro británico actual, Boris Johnson, que ha escrito una biografía de
aquél, cabría aconsejarle que reflexionase sobre cuál sería la reacción de su
biografiado ante esta difícil situación, y que se alineara con nuestros aliados
americanos en el Consejo de Seguridad.
https://es.gatestoneinstitute.org/16455/apaciguamiento-mal-europeo
***Traducción del texto original: Appeasement: The European Sickness
Traducido por El Medio