El 3 de octubre de 1935, cien mil soldados del Ejército de Italia atacaron Etiopía desde Eritrea y Somalia, posesiones italianas en el este de África.
Con esta invasión, el dictador fascista Benito Mussolini
puso su bota sobre el único país africano que no había sido colonizado. El Duce
quería cobrarse la afrenta del emperador etíope Menelik II a Italia en la
guerra de 1895-96 y, de paso, adquirir recursos minerales para combatir los
efectos de la Gran Depresión.
En Ginebra, sede de la Sociedad de las Naciones, el
embajador mexicano Marte R. Gómez hizo una acalorada defensa de Etiopía.
De hecho, la mexicana fue la única delegación que
protestó por el ataque. Y, el 9 de octubre de 1935, consiguió que la Asamblea
del organismo declarara agresora a Italia.
Al emitir su voto, México fijó un criterio para estos
casos: “El no reconocimiento de las soluciones que no se obtengan por medios
pacíficos y la no validez de las adquisiciones territoriales alcanzadas por la
ocupación o la conquista, por la fuerza de las armas”.
Conforme a los preceptos y procedimientos establecidos en
el Tratado de Versalles, una vez reconocida legalmente la agresión italiana, se
nombró un Comité de Coordinación encargado de imponer sanciones. México fue
parte de él.
Se adoptaron sanciones financieras y comerciales. México
propuso incluir el petróleo entre los productos que no se pudieran exportar a
Italia, pero ante la amenaza de Mussolini de ir a la guerra si eso sucedía,
Francia y otros países no lo aceptaron.
El no reconocimiento del gobierno del presidente Lázaro
Cárdenas a la anexión de Etiopía ‒que
se concretó el 7 de
mayo de 1936‒ condujo a la
decisión de no
designar a un embajador ante la corte del rey Víctor Manuel III, quien se había autonombrado emperador de Abisinia (Etiopía).
El conflicto había resultado cruento. Para combatir una
contraofensiva del ejército etíope, el general italiano Pietro Badoglio ordenó
el uso de gas mostaza en bombardeos aéreos, infringiendo las Convenciones de
Ginebra. Badoglio sustituiría a Mussolini como primer ministro en julio de
1943, luego de la detención por éste por órdenes del rey.
En 1937, México se opuso a la propuesta de Polonia de
excluir a Etiopía como miembro de la Sociedad de las Naciones en virtud de que,
por la anexión italiana, había dejado de existir como país.
“Al rehusarse a reconocer la conquista de Etiopía ‒declaró en esa ocasión
Ramón Beteta,
subsecretario de Relaciones Exteriores‒,
México no hace sino
cumplir con la obligación
de sostener el derecho a la vida, a la libertad y a la independencia de los
pueblos débiles entre los que se cuenta”.
La oposición en solitario a la agresión de Mussolini es
una de las páginas más brillantes de la política exterior mexicana, la cual fue
reconocida por el rey etíope Haile Selassie con su visita a México en 1954.
Desde entonces, hay una glorieta llamada Etiopía en la Ciudad de México y otra
llamada México en Adís Abeba. Eso es en lo que yo pienso cuando escucho hablar
de Mussolini, y no en si Alessandro, su padre, le puso Benito porque admiraba a
Juárez.
El Presidente de México siempre debiera tener en mente el
papel que jugó el país en la Sociedad de las Naciones cuando se prepare para
hablar en la Organización de las Naciones Unidas, sucesora de aquélla.
https://www.excelsior.com.mx/opinion/pascal-beltran-del-rio/mexico-y-el-duce/1407538