El hecho que el MAS haya logrado una candidatura única ha llevado a no pocos en el gobierno a admitir el error de haber inhabilitado para el proceso electoral sólo a Evo y no a todo el MAS. Mal que mal, el fraude no lo cometió Morales en solitario.
Si Covid19 no dice otra cosa, el 18 de octubre se
efectuará la elección presidencial en Bolivia. El ambiente muestra una intensa
lucha entre el candidato del MAS, Luis Arce Catacora y el expresidente interino
Carlos Mesa, siendo probable el triunfo de este último en segunda vuelta.
También se habla de un ambiente fuertemente polarizado. En todo caso, lo
central es que -gane o pierda el MAS- cualquier escenario que se configure no
tendrá a Evo Morales como protagonista. Y los motivos son varios.
En efecto, pese a las grandilocuentes declaraciones desde
su exilio en Argentina, Morales representa cada vez más un lastre para su
propio partido producto de un nocivo narcisismo político, de sus innumerables
escándalos y desaciertos, pero principalmente de la acusación de pedofilia
(donde moros y cristianos toman fuerte distancia). A su extinción paulatina,
deben sumarse nuevas y profundas grietas al interior del MAS, debido a
liderazgos nuevos, re-articulaciones internas y los inevitables ajustes de cuentas
entre las numerosas facciones, tanto sobre lo ocurrido como lo que está por
venir. Esta situación ha llevado a que el otrora reverenciado
partido-movimiento, cuyas características innovadoras llenaron de entusiasmo a
la nueva izquierda latinoamericana, esté en una lucha algo dramática por su
sobrevivencia.
Su profunda fragmentación quedó expresada hace algunos
meses en la seria dificultad para encontrar un candidato presidencial para
representar medianamente a todo el partido. Hoy se divisan allí a lo menos
cuatro facciones, enfrascadas en una despiadada lucha, puesto que una derrota
implicará con toda probabilidad la fragmentación orgánica del MAS.
En primer lugar está el Pacto de Unidad. Por lejos la más
numerosa y única facción de raigambre efectivamente indígena, por lo que
cualquier decisión actual, y futura, pasa por su cedazo. Sin embargo, este
pacto tiene una fractura interna entre dos personajes con escasa tolerancia
mutua. Por un lado, David Choquehuanca, actual candidato vicepresidencial y deseoso
de cobrar una larga de lista de cuentas pendientes, acumuladas durante sus 12
años como canciller, mientras, que, por otro, el joven Andrónico Rodríguez,
dirigente de federaciones sindicales cocaleras, poco inclinado a reconocer
incondicionalidad a los dirigentes históricos.
Luego está el círculo de hierro de Morales, el cual
despierta nulo afecto entre las otras facciones por la arrogancia con que
ejerció el poder. Líder de este grupúsculo es el exministro de la Presidencia,
Juan Ramón Quintana (alias “Ernesto Eterno” y hombre muy cercano a La Habana).
Por otra parte, y a la espera de su momento de gloria,
está otro pequeño grupo, compuesto por antiguos militantes del Partido
Socialista Uno, interesados en actuar como bisagra entre todas las facciones,
ya que su líder Arce Catacora es el candidato presidencial.
Finalmente, están los colaboradores y seguidores de
Alvaro García Lineras, mayoritariamente blancos, y profundamente enemistados
con las demás facciones, ante todo con el Pacto de Unidad. Por estos motivos,
el ex Vicepresidente optó por alejarse, ingresando a la Universidad Nacional de
San Martín en el conurbado norte de Buenos Aires, y dejando como nuevo operador
a su hermano Raúl.
Como si esto fuera poco, figuras parlamentarias claves,
como la popular senadora Eva Copa, indigenista y Presidenta del Senado, operan
con total autonomía en cuestiones centrales. Por ejemplo, pactó con la
presidenta Jeanine Añez un mínimo de gobernabilidad tras la huida de Morales.
Copa y otras parlamentarias cortaron vínculos con el exPresidente al hacerse
público el caso de pedofilia.
Fuego étnico
Para entender este encizañado panorama es imprescindible
mirar la naturaleza de las rencillas internas y dejar de lado el laberíntico
marco sociológico de “excepcionales clivajes”, elaborados por aquellos
especialistas que admiran al MAS. Sin embargo, la evidencia empírica no muestra
particularismos ni excepcionalidades. Las disputas por el poder siguen
derroteros florentinos usuales en cualquier parte del mundo, y no hay motivos
para que el MAS escape a ello.
Por lo tanto, dentro de los escenarios posibles, cabe
preguntarse sobre el futuro inmediato de Bolivia si ocurriese una hipotética
victoria del MAS. ¿Podrá en realidad asumir la Presidencia? La respuesta no es
tan evidente si revisamos la historia boliviana, tan plagada de golpes
militares y violencia gubernativa (no por casualidad, la sede presidencial se
llama Palacio Quemado). Puesto en sencillo, es inimaginable una fotografía de
la actual presidenta entregándole el poder al MAS. Tal hipótesis podría repetir
la coyuntura de 1951, cuando el presidente Mamerto Urriolagoitía se negó
entregarle el poder a Víctor Paz Estenssoro, al representar éste al Movimiento
Nacionalista Revolucionario (tan odiado entonces, como Morales ahora), y
prefirió dejarlo a buen resguardo; en manos de los militares.
El hecho que el MAS haya logrado una candidatura única ha
llevado a no pocos en el gobierno a admitir el error de haber inhabilitado para
el proceso electoral sólo a Evo y no a todo el MAS. Mal que mal, el fraude no
lo cometió Morales en solitario.
A su vez, en el escenario de victoria de Carlos Mesa,
parece obvio que lidiar con los vestigios de la experiencia evista no será
fácil. Quizás lo más complejo será enfrentar ese discurso campesinista e
indianista extremo, que potenciará las vías furtivas para avivar el fuego
étnico. Ese discurso permeará inevitablemente lo quede del MAS. Y es que en
Bolivia caló hondo esa curiosa interpretación cromática del inclusivismo que
plantea ex ante la imposibilidad de tener un líder blanco. Es curioso, aunque
no excepcional. En Zambia, el querido Vicepresidente, Guy Scott, por ser
blanco, no puede ser Presidente debido a ese absurdo determinismo racial.
Similar impedimento se aplica a la política sudafricana, Helen Zille.
En resumen, tarea nada fácil tendrá Carlos Mesa, el
periodista y autor de varios libros de historia de Bolivia. Enfrentar los
resabios de un populismo cromático, y desprolijidades del proceso de
des-evización, le consumirán mucha energía e imaginación. Todo, en un ambiente
muy poco comprensivo con la grave situación social, económica y sanitaria del
país.
https://ellibero.cl/opinion/ivan-witker-los-futuros-escenarios-bolivianos-sin-evo-pero-con-el-mas/
***Iván Witker , Investigador ANEPE. Académico Escuela de
Gobierno U. Central. PhD U. Carlos IV, Praga, República Checa