Turquía continúa intentando reconstruir el horror sufrido por el periodista en el consulado saudí en Estambul, ante la negativa de Riad a esclarecer un caso que señala a la cúpula del reino.
¿Dónde está el cuerpo? Quizás nunca aparezca, temen los
investigadores del crimen que hace justo dos años sacudió desde las arenas del
desierto a los despachos de la Casa Blanca.
Ocurrió en Estambul. Jamal Khashoggi, un columnista para
medios occidentales con un historial de desavenencias políticas con el príncipe
heredero del trono de Arabia Saudí, fue invitado a su legación diplomática en
Estambul para formalizar unos documentos. Se cree que no salió vivo de ahí.
La Policía turca ha pasado todo este tiempo tratando de
reconstruir al detalle lo sucedido. Ayudada por una grabación presuntamente
obtenida a través de micrófonos secretos, imágenes de cámaras de seguridad,
registros de viajes y las declaraciones de sus allegados, en especial de su
prometida, pudo reconstruir el horror sufrido por un hombre que supuestamente
fue sedado, asfixiado y desmembrado. Qué ocurrió después con los restos sigue
siendo una de las incógnitas que todavía no se han resuelto.
"Todos sabemos quiénes fueron los asesinos de Jamal.
Hagamos que lo paguen: enviad a los esbirros a Turquía. Dejemos que aparezcan
en un tribunal público con observadores internacionales. Cooperad con la
investigación criminal de Turquía", ha reclamado en un tuit el director de
Comunicaciones de la Presidencia turca, Fahrettin Altun, coincidiendo con el
segundo aniversario del asesinato. La callada sigue siendo la respuesta de Riad
a los turcos, que han abierto dos procesos y un juicio in absentia.
Ankara ha criticado duramente la negativa de la monarquía
del Golfo Pérsico a extraditar a 18 nacionales acusados, entre ellos quince que
integraban el grupo que viajó a Estambul para acabar con el activista. Por
contra, la Justicia saudí encarceló el mes pasado a ocho personas, por entre
siete y veinte años, por el asesinato.
Las penas de muerte iniciales fueron conmutadas al
recibir el perdón de la presionada familia de la víctima. Los altos cargos
acusados, próximos al heredero, fueron absueltos.
Y aun así, todas las flechas siguen apuntando a la cúpula
del reino del desierto como instigadora del homicidio. En un informe de cien
páginas escrito por la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos
Humanos, publicado en el verano de 2019, se responsabilizaba a Arabia Saudí de
matar "deliberadamente" a Jamal Khashoggi, y aseguraba que había
pruebas documentales para abrir investigaciones contra altos cargos saudíes,
incluido el sucesor en el trono, Mohamed Bin Salmán.
Aunque la misma Inteligencia estadounidense, la CIA,
llegó a conclusiones idénticas, su presidente Donald Trump fue clave para
cerrar la crisis política en que derivó el escándalo. Agitando los contratos
millonarios saudíes de compra de armas a su país y su utilidad confrontando a
Irán, y reproduciendo una acusación saudí de que Khashoggi pertenecía a la
organización islamista de los Hermanos Musulmanes, el líder norteamericano se
limitó a lamentar la muerte del columnista y se negó a ir más allá.
PERSECUCIÓN DE CRÍTICOS EXILIADOS
Salir indemne le ha servido, según denuncian los críticos
del Gobierno saudí, para mantener activada una máquina de persecución de
críticos exiliados. El pasado agosto, Saad Aljabri, un exfuncionario de la
Inteligencia saudí, acusó a Riad de enviar un escuadrón de la muerte a Canadá
para acabar con él. Ocurrió pocas semanas después del asesinato de Khashoggi, y
esta vez las fuerzas de seguridad fronterizas canadienses lo evitaron
interceptando a los enviados en el aeropuerto.
"Mohamed Bin Salmán ha continuado encerrando a
príncipes, empresarios y activistas que considera amenazantes, generalmente sin
molestarse en presentar cargos contra ellos. Ninguna de las más de dos docenas
de activistas por los derechos de las mujeres que han sido arrestadas desde
2018 ha sido liberada por completo; permanecen en prisión o en detención
domiciliaria, sin haber sido nunca condenadas por un delito", escribe en
un editorial el Washington Post, para quienes Khashoggi trabajó hasta poco
antes de su asesinato.
Los meses posteriores a la crisis han estado tan marcados
por estos esfuerzos de acallar a la disidencia como por los intentos de
maquillar la imagen de país rigorista religioso. El joven Bin Salmán ha
instaurado medidas como la autorización a que las mujeres conduzcan, la
apertura de cines o la realización de conciertos.
Este noviembre perseguirá su rehabilitación total con la
cumbre del G20, aunque el coronavirus le ha privado de obtener la foto rodeado
de líderes internacionales que buscaba. La cita será virtual.