El lÃder del Likud trabaja intensamente para que el nuevo Gobierno de coalición se estrelle en la investidura, prevista en los próximos diez dÃas.
Escoltado por guardaespaldas y ayudantes, Benjamin
Netanyahu avanzaba veloz por los pasillos de la Knésset poco antes de que el
líder centrista israelí Yair Lapid anunciase la formación del "Gobierno
del cambio". "Primer ministro, ¿es su última semana en el
cargo?", le preguntó una periodista. El veterano político se giró y
contestó: "¿Es una pregunta o un deseo?".
La respuesta de Netanyahu expresaba su profundo
sentimiento de que los medios israelíes le persiguen desde su primera victoria
electoral en 1996 pero también una breve y liberadora pausa en plena batalla de
supervivencia. No se sabe si es la última, pero sí que es la más difícil porque
por primera vez en los últimos 12 años en Israel otro político logra formar
Gobierno. Lo que ha hecho Lapid -unir ocho partidos ideológicamente tan
distintos- es ya histórico, aunque Netanyahu trabaja intensamente para que se
estrelle en la investidura prevista en los próximos diez días.
Incluso en la izquierda, que aceptó aliarse con el
derechista Naftali Bennett, la euforia por el anuncio de Lapid se mezcla con la
cautela ante la campaña de Netanyahu para lograr tránsfugas.
Especialmente en el partido de Bennett, Yamina. De sus
siete diputados elegidos en marzo, uno ya anunció que votará en contra del
nuevo Gobierno mientras otro, Ori Orbach, admite ahora dudas. Bennett se reunió
con él este jueves en su casa y Netanyahu le llamó y envió mensajes -sin ser
respondidos- para deshacerlas pero el hecho de que el nuevo Gobierno depende de
cómo se despierte Orbach u otro diputado en la jornada de la investidura
refleja su gran fragilidad.
"Esta estructura, basada solo en 61 de 120
diputados, es muy compleja. Además, hay la sensación de que Netanyahu aún no ha
dicho la última palabra", comenta el periodista Nadav Eyal.
El líder del Likud apura sus últimos cartuchos con una
campaña en canales simultáneos (redes sociales, manifestaciones ante sus casas,
llamadas telefónicas, intervención de algunos rabinos del sector nacionalista,
etc), centrada en presionar a legisladores incómodos con la alianza con la
izquierda y el partido árabe islamistaRaam y recordarles sus promesas electorales
de no hacerlo.
"Bennett vendió el Néguev a Raam!", tuiteó
Netanyahu sobre el acuerdo entre Bennett, Lapid y el líder de esta facción
árabe Mansour Abbas para legalizar poblados beduinos creados sin permiso
estatal en el desierto sureño del Néguev. Prueba del poderío de Netanyahu en
las redes sociales, administradas por agresivos y talentosos chavales, es que
las palabras "Bennett vendió" se convirtió en tendencia en Twitter en
Israel. Se trata de una jugada clásica de Bibi en entreguerras electorales: Lanza
los dardos al rival por su pacto fotografiado con Abbas pero horas antes él
mismo le había ofrecido a éste propuestas más generosas para obtener su apoyo
parlamentario lejos de las cámaras para luego negar cualquier contacto con el
islamista. Paradójicamente el tango de Netanyahu con Abbas en los últimos meses
es el que dio luz verde a Bennett, ex director general del Consejo de
asentamientos, a pactar con él convirtiendo a Raamen el primer partido árabe en
formar parte de un Gobierno.
Netanyahu intenta abortar ahora la iniciativa de Lapid de
sustituir al presidente de la Knésset, Yariv Levin (Likud) que busca acelerar
la investidura. La estrategia del primer ministro es retrasar lo más posible la
decisiva votación ya que así aumentan las posibilidades de que la quebradiza
estructura política se desmorone incluso antes de ponerse en pie. No solo
porque aviva las dudas de algunos legisladores, sino porque en estas tierras
todo puede cambiar en un minuto. Por ejemplo, hace tres semanas los proyectiles
de Hamas encendieron un enfrentamiento a gran escala alterando toda la agenda
del país.
La casa de la número 2 de Bennett, Ayelet Shaked, en Tel
Aviv fue escenario de otra manifestación de la derecha nacionalista para que
aborte la coalición con la izquierda y Raam. "El corazón de Shaked no está
con este Gobierno surrealista pero alega que Israel atraviesa una grave crisis
y hay que hacer todo lo posible para evitar elecciones", cuenta Shlomi
Levy, un activista cercano a Shaked a la que ve -o al menos veía- como líder de
la derecha tras la era Netanyahu. Una era que no podrá ser enterrada hasta que
la coalición sea aprobada. E incluso entonces intentará volver lo antes
posible.