"Afirmo que ser activista por los derechos humanos en Managua o Riad es un infierno".El espacio de la sociedad civil se está cerrando, de forma más intensa durante la pandemia. Se presiona administrativamente y se amenaza en los medios de comunicación. Se criminaliza cualquier actuación que sea crítica con el poder, hasta expulsar a las organizaciones que alzan la voz en asuntos sensibles.
Un momento chocante de mi visita a Caracas hace tres años
fue cuando las organizaciones venezolanas de derechos humanos, perseguidas por
Maduro, aunque nada sospechosas de cercanía con la derecha dura del país, nos
contaron el abandono que sentían por parte de la izquierda latinoamericana. Un
reflejo más de los prejuicios e intereses partidistas que contaminan la defensa
de derechos y libertades.
Ocurre en todas las direcciones. En España, nos hemos
acostumbrado a que se utilice la situación en Venezuela como martillo visceral
en la arena política. Acusaciones de connivencia con el régimen de Maduro
arrojadas contra la izquierda y asociadas con la situación de pobreza y
opresión que vive la población de este país. Quienes machacan con este asunto,
líderes políticos y medios de comunicación, suelen callar frente a teocracias
como la saudí o gobiernos que permiten el asesinato de líderes sociales como el
colombiano. De China ni hablar, es indispensable y no vaya a aguarse una
oportunidad de negocio.
En el otro lado pasa lo contrario. Dureza frente a las
corruptelas y oscuros negocios españoles con los sátrapas del Golfo o ante el
autoritarismo de Bolsonaro. Silencio sobre la dictadura cubana, el régimen de
Maduro e incluso sobre el autócrata asesino Daniel Ortega, justificado por un
antiimperialismo que, si alguna vez lo tuvo, quedó ahogado en la sangre de los
universitarios masacrados, los candidatos detenidos y las lideresas feministas
perseguidas
Coincidiendo con el 60 aniversario de la sección española
de Amnistía Internacional, hay que recordar que los derechos humanos son
universales y exigibles por igual en cualquier lugar del mundo. Aplicar un
sesgo ideológico o partidista a su defensa debilita esta y a quienes de verdad
se fajan, arriesgando hasta su vida, en la protección de la gente pisoteada por
regímenes brutales. Cuando controlan tus comunicaciones, amenazan a tu familia,
detienen y torturan, el aparente color político de quien lo hace es
irrelevante.
Los derechos y libertades están más amenazados y en más
lugares que hace dos décadas. En conflictos enquistados donde los bandos toman
la población civil como objetivo. Por regímenes macho autoritarios, viejos o
recién llegados, que se extienden en una nueva internacional de la represión,
de Filipinas a Brasil. Lo saben bien las ONG en crisis humanitarias y cuando se
enfrentan a las desigualdades junto con movimientos sociales. Sus equipos
escuchan los disparos en los conflictos de Siria, Palestina o RD de Congo, y se
la juegan en Guatemala, India o Marruecos. A veces pueden hablar, otras son
testigos incómodos de vulneraciones de DDHH que hacen llegar a quienes pueden
denunciarlo desde el exterior.
El espacio de la sociedad civil se está cerrando, de
forma más intensa durante la pandemia. Se presiona administrativamente y se
amenaza en los medios de comunicación. Se criminaliza cualquier actuación que
sea crítica con el poder, hasta expulsar a las organizaciones que alzan la voz
en asuntos sensibles. Y llegado el caso, se asesina a lideresas comunitarias y
defensores de derechos. Una tendencia global que, a caballo del miedo y del
acaparamiento de recursos, está laminando procesos de desarrollo democrático
incipientes, reforzando un poder absoluto que siega la hierba de la lucha
contra el calentamiento global, acentúa las desigualdades, se enfrenta a la
movilización feminista y arroja al mar a quien huye de la persecución o la
miseria en su país.
Frente a estos hechos, la diferente vara de medir
regímenes opresores por parte de líderes políticos y algunos medios de
comunicación españoles alcanza niveles alucinantes. Se tacha de terrorista al
que se haya relacionado con el chavismo, al tiempo que se alaba como grandes
empresarios a quienes cierran negocios con regímenes que han inspirado el
yihadismo violento. No digo que las situaciones sean iguales, por supuesto. Sí
afirmo que ser activista por los derechos humanos en Managua o en Riad es un
infierno.
La opinión y acción sobre estos regímenes, en materia de
derechos civiles y políticos, debería guiarse por dos principios: la
independencia y el foco en la población civil. Desafortunadamente, no abunda ni
lo uno ni lo otro. Los hechos se pasan por el tamiz del interés político,
económico o puramente emocional. Lo que muestra que la gente, en verdad, no
importa.
Se trata de una actitud que resultaría cómica en su
hipocresía, de no ser por sus consecuencias. Que no son otras que poner las
cosas fáciles a tiranos completos o mediopensionistas, quienes siempre
encuentran aliados con los que operar y ganar legitimidad sin ser cuestionados.
España no es una gran potencia. Sin embargo, cabe recordar que es el cuarto
exportador mundial de armas a Arabia Saudí y un actor relevante en la crisis de
Venezuela.
Los perdedores son las mujeres, la infancia y las
organizaciones y movimientos que se la juegan en la defensa de derechos y
libertades en cualquiera de estos países, a menudo cargando con la
incomprensión de quienes deberían ser sus principales aliados. Tuve el
privilegio de conocer algunas de estas organizaciones. También a la familia de
Berta Cáceres, asesinada en Honduras por defender el agua de su pueblo Lenca, a
lideresas campesinas colombianas amenazadas cada día y a activistas por los
derechos de las mujeres en Marruecos y Yemen. Su compromiso es total. Plantan
cara y se la juegan.
Por eso es esencial la labor de la cooperación
internacional y de quienes los apoyan en sus países, como Oxfam. También de las
organizaciones que defienden los derechos humanos en todo el mundo, como
Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Por eso es exigible más rigor y
menos manipulación.
Es lo mínimo que se merecen quienes resisten la represión
y luchan por los derechos y las libertades en sus países. Si es que de verdad
son ellos, y la gente a la que defienden, quienes interesan a los que gritan frente
a Maduro o los príncipes saudíes.
https://blogs.elconfidencial.com/mundo/las-fronteras-de-la-desigualdad/2021-06-22/venezuela-arabia-saudita-derechos-humanos_3143395/