Es absolutamente esencial que la Administración Biden saque de su error a los dirigentes chinos si piensan que pueden esparcir un nuevo patógeno, o lo que quiera que estén maquinando, sin pagar un elevado precio. En los laboratorios chinos los investigadores manejan patógenos mucho más mortÃferos que el SARS-CoV-2, incluidos aquellos que podrÃan no afectar a los chinos pero enfermar o matar a cualquier otro individuo.
Por primera vez en la Historia, un país ha atacado a
todos los demás al mismo tiempo, con una maniobra audaz.
China cometió ese crimen horrible adoptando una serie de
medidas, en diciembre de 2019 y enero de 2020, para esparcir deliberadamente el
covid-19 más allá de sus fronteras.
La comunidad internacional debe imponer severos costes al
régimen chino por mor de la disuasión, entre otras razones. ¿Por qué? Porque
China ha cometido el crimen del siglo y puede perfectamente planear una nueva
monstruosidad.
Hay indicios extremadamente perturbadores de que el
Ejército Popular de Liberación del Partido Comunista chino diseñó el
SARS-CoV-2, el nuevo coronavirus causante de la enfermedad, o bien almacenó el
patógeno en un laboratorio, muy probablemente en el Instituto Virológico de
Wuhan, que ha albergado más de 1.500 cepas de coronavirus, realizado peligrosos
experimentos de ganancia de función, no ha cumplido los protocolos de seguridad
y se encuentra a sólo unos kilómetros del primer caso conocido de covid-19.
Por lo demás, ese primer caso no tenía vinculación con el
mercado de pescado de Wuhan. Quienes creen en la teoría de la transmisión
zoonótica apuntan, precisamente, a dicho mercado como foco transmisor.
El origen del coronavirus está por determinarse. El
pasado 26 de mayo, el presidente Joe Biden ordenó a la comunidad de
inteligencia que tuviera listo en tres meses un informe sobre la cuestión.
No obstante, los norteamericanos no necesitan seguir
esperando para determinar la culpabilidad de Pekín. Aun cuando el coronavirus
no fuera en un principio un arma biológica, el mundo ya dispone de la
suficiente información como para concluir que el régimen chino lo convirtió
precisamente en eso.
Fue el 20 de enero del año pasado cuando Pekín admitió
que el covid-19 era transmisible entre humanos. Pero en Wuhan había médicos que
sabían con seguridad que se estaban produciendo contagios a un elevado ritmo ya
en la segunda semana de diciembre. Así que Pekín lo sabía o tuvo que saberlo
unos pocos días más tarde.
Entonces, los dirigentes chinos emprendieron una campaña
de engaño y aseguraron a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que ese tipo
de transmisiones no era probable. Debido a las seguridades dadas por Pekín, la
OMS emitió el 9 de enero un comunicado –y un infame tuit cinco días más tarde–
en el que aventó las falsas garantías chinas.
Para empeorar las cosas, Xi Jinping presionó a varios
países para que no impusieran restricciones a los vuelos procedentes de China,
mientras en su propio país él confinaba lugares como Wuhan y sus alrededores.
Obviamente, con esto último pensaba contener la expansión de la enfermedad. Al
presionar a otros países para que no impusieran restricciones de viaje, sabía o
tenía que saber que estaba esparciendo la enfermedad. Quienes salieron del
gigante asiático convirtieron una epidemia que no debió salir de la China
central en una pandemia global.
Claramente, Xi vio cómo el coronavirus hacía estragos en
su propia sociedad. Si hubiera buscado estragar a otras sociedades para nivelar
el terreno de juego, habría hecho exactamente lo que hizo. La única explicación
que encaja con los hechos es que Xi esparció maliciosamente el covid-19 por el
mundo.
Tras admitir que el virus era transmisible entre humanos,
China trató de convencer al mundo de que la enfermedad no era grave. El 21 de
enero, el día después del anuncio de Pekín sobre la capacidad de contagio del
virus, los medios dijeron que la enfermedad no sería tan grave como el SARS, la
epidemia de 2002-03. El SARS infectó a unas 8.400 personas y mató a unas 810.
Ahora bien, para entonces los dirigentes chinos sabían que el covid-19 era mucho
peor que el SARS, pues habían visto lo que la nueva enfermedad estaba causando
en su propio país. Esa falsedad tuvo consecuencias: se convenció a distintos
países del mundo, empezando por EEUU, de que no tomaran las precauciones
necesarias.
"Los Gobiernos cuyas decisiones llevaron
deliberadamente la muerte y el sufrimiento a millones de inocentes, así como a
una dislocación y destrucción masiva de la economía, han de ser considerados
plenamente responsables, en términos morales, legales y económicos", declaró
el rabino Abraham Cooper, del Centro Simón Wiesenthal, al Instituto Gatestone.
Por desgracia, el camino para pedir cuentas a China, por
lo menos en los ámbitos legal y económico, no es sencillo. Por supuesto, se han
interpuesto demandas contra China por daños y perjuicios. Por ejemplo, en
California, la Florida, Luisiana, Misisipí, Misuri, Nevada, Nueva York,
Carolina del Norte, Pensilvania y Texas. Como ha indicado a Gatestone John
Houghtaling, de Gauthier Murphy & Houghtaling, un despacho jurídico de
primer nivel, hay "tres grandes obstáculos" que superar: la doctrina
de la inmunidad soberana, la carga de la prueba y la recopilación de
dictámenes.
El primero de ellos pone freno a las demandas desde el
primer momento. En Estados Unidos, la Ley de Inmunidad Soberana de 1976 bloquea
cualquier acción contra Gobiernos foráneos. Además, analistas de política
exterior de toda condición se muestran en contra de acabar con la inmunidad
soberana haciendo alusión a la reciprocidad y arguyendo que los funcionarios
norteamericanos podrían ser sometidos a un acoso incesante si Washington
retirase esa protección a otros Gobiernos.
Los partidarios de la inmunidad soberana tienen razones
de peso, pero hay factores aquí que las sobrepasan. Los crímenes contra la
Humanidad son tan atroces que nadie debería ser privado de buscar una
compensación.
La difusión de la enfermedad por parte de Pekín
constituye uno de esos crímenes. Se trató de un acto deliberado o temerario, y
en cualquier caso los dirigentes chinos tenían que saber que sus acciones
injustificables llevarían la muerte al mundo. Por el momento, 3.579.000
personas han muerto de covid-19, incluidos 596.000 estadounidenses. El régimen
chino ha cometido un crimen de masas.
Quienes cometen crímenes de masas no merecen la
protección que confiere la inmunidad soberana. Es más, en otras ocasiones se ha
hecho que regímenes responsables de esa clase de barbaridades asumieran sus
responsabilidades, normalmente tras negociaciones intergubernamentales. Así,
Libia compensó a las familias de las víctimas de la voladura de un avión de la
Pan Am sobre Lockerbie en 1988; y el pasado octubre Sudán pagó 335 millones a
EEUU para su eventual distribución entre las víctimas de cuatro actos
terroristas.
Por otro lado, las demandas, al menos desde un punto de
vista técnico, deberían poder sortear la inmunidad soberana: el Partido
Comunista de China, que controla el Gobierno central chino, no es una entidad
soberana. Es sólo uno de los nueve partidos autorizados en China, así que no
puede ser considerado soberano. Sagazmente, el estado de Misuri ha demandado al
Partido Comunista, que se considera una organización política revolucionaria.
El Partido Comunista es rico en activos. No sólo controla
el Gobierno central chino –y tiene acceso a sus activos–; es que el Ejército
Popular de Liberación reporta directamente a la Comisión Central Militar del
Partido, no al Estado. Lo que hace que el Ejército chino sea susceptible de
potenciales embargos dictados por un tribunal.
Sea como fuere, dos congresistas de Pensilvania, uno
demócrata y otro republicano, han presentado la Ley "Nunca Más" de
Prevención de Brotes Internacionales, que autoriza a los familiares de las
víctimas del covid-19 a demandar a cualquier país que "intencionadamente
haya engañado a la comunidad internacional a cuenta del brote".
Castigar a China mediante, por ejemplo, la confiscación
de activos enviaría un poderoso mensaje a Pekín de que Washington no tolerará
que se mate a ciudadanos norteamericanos. Es absolutamente esencial que la
Administración Biden saque de su error a los dirigentes chinos si piensan que
pueden esparcir un nuevo patógeno, o lo que quiera que estén maquinando, sin
pagar un elevado precio.
Recordemos lo que está en juego. En los laboratorios
chinos los investigadores manejan patógenos mucho más mortíferos que el
SARS-CoV-2, incluidos aquellos que podrían no afectar a los chinos pero
enfermar o matar a cualquier otro individuo. La próxima enfermedad procedente
de China podría hacer que la china fuera la única sociedad viable, sí.
Llamémosla "asesina de civilizaciones".
En definitiva: América debe hacer que China pague.
***Gordon G. Chang, autor de The Coming Collapse of China
("El colapso venidero de China"), es miembro del Consejo Asesor del
Instituto Gatestone.
https://es.gatestoneinstitute.org/17525/china-pagar-pandemia-coronavirus