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07/07/2021 | Opinión - Los dos partidos comunistas chinos

Guy Sorman

¿Es duradero este comunismo con los colores de China? De todos los futuros posibles, el ‘statu quo’ es el más probable. El principal factor de inestabilidad es que Xi Jinping, que ha roto la norma impuesta por Deng de marcharse a los diez años de gobierno. Su discurso podría desembocar en luchas entre facciones o conflictos internacionales.

 

¿Es China comunista? Es lo que el Gobierno de Pekín quiso hacer creer a su pueblo y al mundo al organizar en Shanghái, el 23 de julio, el centenario de la fundación del Partido. Originalmente, se trataba solo un pequeño grupo de trece intelectuales instruidos con la lectura apresurada de los evangelios de Marx, Engels y Lenin, y fascinados por lo que en la nueva Unión Soviética parecía algo prometedor. La ayuda rusa, hoy negada, para formar el partido chino hasta su victoria militar sobre los nacionalistas de Chiang Kai-Shek en 1949 no debería subestimarse. Después de la asistencia militar vino la ayuda para la industrialización hasta que Mao Zedong expulsó a los consejeros soviéticos, decidido a imponer su concepción personal del comunismo a China y al resto del mundo: maoísmo en vez de leninismo.

Esta alianza chino-rusa solo podía desembocar en una disputa: para los comunistas chinos, el objetivo fundamental de la ideología era restaurar la unidad de China, devastada por la colonización y las guerras civiles, para imponer a la nación china una nueva ideología colectiva, el marxismo en lugar del confucionismo, y para volver a situar a China en el centro del mundo. El Partido Comunista chino había aceptado la ayuda de los rusos solo por razones tácticas, sin plantearse convertirse en un satélite de Moscú. A esta desconfianza se sumó un conflicto de civilizaciones. El partido ruso se apoyaba en un proletariado obrero, y su fin era la industrialización. China era rural y Mao Zedong, hijo de campesinos, pretendía que lo siguiera siendo.

La popularidad inicial del partido chino se debió a su promesa de confiscar la tierra a los terratenientes ricos y redistribuirla entre los campesinos pobres. Esta supuesta virtud del trabajo agrícola explica que, después de cada revuelta interna, la solución maoísta consistiera en enviar burócratas e intelectuales a la tierra, para que recuperaran el espíritu revolucionario escuchando a los campesinos. Este Partido Comunista original logró su objetivo principal: aniquilar cualquier vestigio del pasado. Recuerdo que, al visitar pueblos en China en la década de 1970, todos los campesinos decían: «Gracias al presidente Mao, tengo una bicicleta y un reloj, y eso me basta para ser feliz». ¿Quién era entonces miembro del partido? Ninguna mujer, pocos obreros, un puñado de intelectuales subyugados y, en su mayor parte, ‘apparatchiks’ y militares. El criterio de reclutamiento no era la capacidad sino la adhesión a la ideología, la del momento, que Mao Zedong definía según sus fantasías. A partir de este primer período, Deng Xiaoping, que sucedió a Mao, diría: «Mao tenía razón en un 70 por ciento, se equivocaba en el otro 30». El 70 por ciento se debía por completo a la restauración de la unidad de China, excepto Taiwán y Hong Kong. ¿El error del 30? La falta de desarrollo económico, las hambrunas masivas, unos 80 millones de muertos como consecuencia de la guerra de conquista del partido, seguida de purgas, conocidas como el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. Para preservar el monopolio del partido, Deng añadió algunos millares de víctimas en junio de 1989, en Tiananmén, estudiantes prodemocracia, una minucia a escala china. A partir de 1979, a Deng le tocó crear un segundo Partido Comunista; lo único que tenía en común con el de Mao era la denominación. Deng fundó el sistema chino como lo conocemos hoy, solo conservó de Mao la pasión por la unidad nacional y el odio a la democracia. Sus principales prioridades eran la industrialización, la educación, el desarrollo económico, el enriquecimiento individual y el poder nacional. El PC debía convertirse en un partido de técnicos y empresarios; el enriquecimiento del partido, de sus miembros, iba de la mano del enriquecimiento de China, ya que el partido lo controla todo. La corrupción de los ejecutivos es parte del sistema. ¿Hasta qué punto este partido ‘pragmático’, un término que amaba Deng, sigue siendo comunista? Las letanías marxistas y la liturgia maoísta permanecen inmutables; una misa en latín que todos recitan y en la que nadie cree. Como ideología nacional y obligatoria, justifica que el Gobierno se deshaga de los herejes, de los intelectuales democráticos, de los seguidores budistas del Dalai Lama, de los católicos fieles al Papa y de los seguidores de las ‘sectas’ religiosas.

Los dirigentes no dejan de repetir a chinos y extranjeros por igual que China es el partido y viceversa. ¿Qué sabemos sobre la adhesión de los chinos al partido? No mucho, a falta de elecciones libres y sondeos fiables. El lugar común es que la popularidad del partido depende de los avances económicos que fomenta. No lo niego, pero mi hipótesis personal, basada en mis investigaciones, es que los chinos también están agradecidos al partido por hacer que reine la paz civil; esta tranquilidad es nueva y apreciada. ¿Con qué se sustituiría al partido? A la mayoría de los chinos, y es también una suposición personal, no les gusta el partido, se burlan de sus líderes y se quejan de la corrupción que reina en la ‘nomenklatura’, del más bajo al más alto nivel.

¿Es duradero este comunismo con los colores de China? De todos los futuros posibles, el ‘statu quo’ es el más probable. El principal factor de inestabilidad es el actual presidente: Xi Jinping, que ha roto la norma impuesta por Deng de marcharse a los diez años de gobierno. Se niega a irse, organiza el culto a su personalidad e inventa desde cero un nacionalismo belicoso, ajeno a la civilización china. Este discurso podría desembocar en luchas entre facciones dentro del partido o en conflictos internacionales. Por tanto, Xi, en lugar de crear un tercer PCCh, que es su ambición, podría firmar su acta de defunción. Hemos visto en la URSS y en Cuba que el comunismo muere desde dentro.

ABC (España)

 



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