Nuevos tiempos recorren América Latina con una ola de gobiernos de izquierda que emergen de crisis políticas en sociedades extenuadas por la pandemia y la desigualdad. La victoria histórica de Gabriel Boric en Chile es el último golpe a estructuras institucionales esclerotizadas, en un continente que apuesta por la renovación y revertir el dominio de fuerzas conservadoras, incluso de derecha radical, desde México hasta el Cono Sur, al que pronto se podrían sumar también Brasil y Colombia, detrás de otros como Honduras y Perú.
El giro avanza desde finales de la década pasada, aunque
aún sería prematuro hablar de un cambio de signo político regional.
Latinoamérica sigue dividida con gobiernos de derecha en Uruguay, Ecuador,
Colombia y Brasil, aunque la marea roja podría llegar a la potencia
suramericana con Lula el próximo año. Dentro de esta corriente, el programa de
la 4T se ha abierto espacio como un referente de la lucha contra los gobiernos
conservadores que dominaron en el pasado, pero, hasta ahora, sin un liderazgo
que rivalice con el de López Obrador. Éste recibió el triunfo de Boric con
“inocultable alegría”, aunque la izquierda chilena tiene importantes
diferencias con el “obradorismo” o con el peruano Pedro Castillo.
Las fuerzas progresistas emergentes convergen en el
discurso de repudio al modelo neoliberal y ponen el acento en fortalecer el
Estado para enfrentar la pobreza. Pero tienen diferentes visiones de la
sociedad y del camino a seguir contra la desigualdad. Boric promueve elevar la
presión fiscal a los más ricos para reducir la inequidad y ampliar espacios
para la renovación con la agenda de las mujeres, del cambio climático y
rescatar la salud y educación como derechos, transporte público y las pensiones
que los chilenos han reclamado en la calle. La 4T se sitúa en la retaguardia de
esa vanguardia sin una agenda de derechos, al igual que la izquierda peruana, y
aún en el doble estándar de defender la democracia al mismo tiempo que a los
regímenes de Maduro u Ortega.
La marcha de la izquierda se da en sociedades muy
polarizadas, con electorados partidos a la mitad como en Chile, aunque cada vez
más desmarcados de salidas ilusorias del orden autoritario. Chile encauzó la
protesta en una Convención Constituyente y su nuevo presidente promueve un
programa de transformación de estructuras anquilosadas, pero evitando la
confrontación que lo paralice y azuce el discurso del miedo de la oposición
conservadora. Su nuevo presidente no vivió el terror de la dictadura y
pertenece a esa generación de latinoamericanos que no resolvieron problemas
básicos con la democracia. Tiene un discurso de izquierda renovada que sabe que
su reto es ampliar su base para marginar a la derecha, pero sin que la
polarización hipoteque su proyecto, como puede ocurrirle a la 4T.
La derrota clara del ultraconservador José Antonio Kast
es emblemática por tratarse de un país en que las reformas privatizadoras y el
desmantelamiento de la educación y la sanidad pública desembocaron en las
protestas sociales más violentas en la región en 2019. Chile fue la cara de las
reformas neoliberales en Latinoamérica, pero ahora es el rostro de la
renovación con un cambio generacional del presidente más joven de su historia.
No por ello escapa del decaimiento de la confianza en la democracia de toda una
generación que votó por él sin haber encontrado respuestas a sus necesidades
básicas. La participación apenas sobrepasó la mitad del electorado y muestra
que la democracia es cada vez menos una aspiración de los latinoamericanos.
Boric llega a la Moncloa medio siglo después de la caída
del gobierno socialista de Salvador Allende con promesas de profundos cambios
sociales que lo enfrentan con las élites y los conservadores. Pero con un
discurso de conciliación que trata de ampliar su base de respaldo para aislar a
la oposición de derecha, en vez de entrar en colisión con ella. Sabe que
gobernar con la acumulación de frentes y enemigos arriesga, como le ocurrió a
Allende, su gobierno y la democracia. La moderación del discurso en la segunda
vuelta de la campaña tendrá potencial incidencia en las estrategias de la
izquierda en Colombia y Brasil, así como en la crisis del gobierno peruano o la
continuidad de la 4T en México en 2024, porque demuestra que la polarización
para aislar a la derecha pone en riesgo el propio avance de la izquierda.