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24/01/2022 | Pesadilla en la expo de Dubái: Las 48 horas de infierno en las que me confundieron con un espía iraní en Dubái

Carlos Barragan

Una equivocación de la policía emiratí llevó a Santiago Blázquez, un español de 22 años, a pasar dos días en una celda de Dubái porque pensaron que era un espía. Y denuncia que no ha obtenido respuesta de la embajada de España. El ministerio asegura que, cuando la embajada llamó a la policía emiratí, les dijeron que Santiago ya no estaba retenido. Pero él lo desmiente. He perdido más de 800 euros en llamadas y en internet, aunque eso es lo de menos. ¿Así es como tratan en Emiratos a los extranjeros?.

 

Cuando el coche le dejó a un lado de la carretera, con las torres de la prisión todavía a la vista, Santiago encendió el móvil y mandó un mensaje de WhatsApp a sus amigos. “Venid a recogerme, por favor”, les suplicó. Iban a tardar una hora en taxi desde el centro de Dubái según Google Maps, así que Santiago volvió a quitar el internet del móvil —en apenas un par de minutos se había gastado casi 300 euros por activar el 'roaming' y recibir cientos de mensajes— y se sentó a esperar debajo de una palmera.

Santiago Blázquez (Sevilla, 1999) acababa de vivir en las últimas 48 horas el suceso más traumático de su vida. Un suceso que, por recomendación de su psicólogo tras pasar los dos últimos meses deprimido y malhumorado con todo el mundo, decidió contar hace unos días en un hilo de Twitter. Un suceso que podría ser, como él mismo reconoce, el inicio de una nueva novela de Tom Clancy.

“Yo tengo 22 años, nunca me han multado por nada y, cuando me vi en una puta cárcel de Dubái con gente que me acusaba de ser un espía iraní… me puse a llorar como un niño de cinco años”, explica Santiago desde la base aérea en Sevilla donde se está formando como piloto en la única entrevista que ha dado a un medio español. “Yo les decía que no había hecho nada y les pedía que me deportaran a España, pero ellos me decían que dejara de llorar y les contara toda la verdad”.

Para encajar las piezas de una de las experiencias más rocambolescas que le han sucedido a un turista español en el extranjero en los últimos tiempos, El Confidencial ha hablado con Santiago, con otro compañero suyo del viaje, con el Ministerio de Asuntos Exteriores, con una fuente de la embajada de España en Emiratos y con expertos en el país. Esta es su historia.

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A finales de octubre de 2021, Santiago voló desde Bélgica hasta Emiratos Árabes Unidos con tres amigos belgas para visitar la Exposición Universal de Dubái. Para prepararse vieron vídeos sobre las cosas que uno no podía hacer allí. “Te pueden condenar por hacer algo que no sería ilegal en Reino Unido”, advierte la página de recomendaciones de viaje británica.

Uno de los puntos más estrafalarios de estas normas —en un país donde están prohibidos la homosexualidad y el sexo fuera del matrimonio— es la imposibilidad de hacer fotografías, especialmente a personas, policías o edificios públicos. Con esto en mente, Santiago, que se está entrenando para ser piloto comercial y su hobby principal es hacer fotografías a todo tipo de aviones, dejó la cámara en España. Sin embargo, el primer día el joven español alucinó tanto con los pabellones de la Exposición Universal que pensó que no habría problema en hacer fotos con el móvil.

“Dimos por sentado que la expo es la expo. Tú no vas a esconder tus secretos ahí, ¿no?”, explica. No pasó nada, pero los problemas llegaron al día siguiente, lunes. Pasaron la mañana visitando atracciones turísticas, comieron en el pabellón de Italia y, a eso de las tres de la tarde, salieron del de la India. “Un policía me detuvo y me dijo que me había visto por las cámaras hacer fotos y me quería hacer unas preguntas”, recuerda Santiago.

Sus amigos intentaron ir con él, pero el policía no les dejó. “Van a ser 10 minutos”, les aseguró. Metieron a Santiago en una sala y le quitaron su teléfono y su pasaporte. Cuando les preguntaba por qué estaba ahí, ningún guardia le contestaba.

Empieza la pesadilla

Al cabo de unas horas, llegaron otros policías que le empezaron a hacer preguntas sobre su viaje a Emiratos. Uno de ellos puso sobre la mesa un ordenador y una impresora. Otro cogió su teléfono y le pidió que lo desbloquease. ¡Como para decirle que no!”, recuerda. En el móvil de Santiago encontraron cientos de fotografías de aviones comerciales y militares. Él les trató de explicar que no había nada raro en eso en España, ya que vive a media hora de la base militar aérea de Morón y, siempre que puede, se pasa a hacer fotografías. Pero los policías no lo entendieron.

También se pusieron a leer conversaciones de WhatsApp y su correo electrónico. Cada vez que se giraba para ver qué estaban mirando, le gritaban. “Estaba muy desconcertado, no tenía ni idea de qué iba el tema”, afirma Santiago, a quien a veces le costaba entender el extraño inglés de los policías. Le preguntaban una y otra vez que les dijera, paso por paso, todo lo que había hecho ese día y los pabellones que había visitado. “Yo estaba seguro de que no había hecho nada, no sé a qué se referían”.

El policía no paraba de decirle que le estaba mintiendo, como si supiera exactamente lo que quería escuchar. “¡Dime la verdad!”, le gritaba uno. El segundo interrogatorio, ya de noche, tomó otro cariz. “Yo me di cuenta de que algo no iba bien, el tío que me interrogaba ahora estaba cada vez más enfadado”, recuerda. Le dijo a Santiago: “Mira, hermano, yo tengo un hijo de tu edad y no me gustaría que se pasara 10 años en la cárcel, así que puedes empezar a contarnos la verdad”.

A la 1:30 de la mañana aparecieron dos tipos muy grandes, de aspecto de “portero de discoteca” y vestidos de civil, y Santiago pensó que todo se había acabado y le llevarían de vuelta al hotel. Pero no. Le sacaron fuera y le metieron dentro de un Chevrolet Tahoe negro con las lunas tintadas. Una vez dentro, le taparon los ojos con una venda y le esposaron.

“Si quieres dormir puedes, porque va a ser un trayecto largo”, le dijeron. Iban de camino a una cárcel de Dubái donde las cosas se iban a poner aún más feas.

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Mientras tanto, sus amigos, mayores que él, trataban de encontrar una explicación a su desaparición. Recorrían de punta a punta la expo preguntando a policías, pero nadie sabía nada. En la comisaría más cercana les dijeron que no había ningún problema y que al día siguiente su colega “estaría libre”. Derrotados, volvieron al hotel dispuestos a llamar a la embajada el día siguiente.

"No mataría ni a una mosca"

Santiago había conocido a estos tres belgas —dos profesores y un experto en fotografías de aviones— con apenas 19 años en un festival aéreo en Inglaterra, en el Royal International Air Tattoo (RIAT), una de las exhibiciones de vuelo militares más importantes del mundo. Se llevaron tan bien que decidieron hacer un viaje todos los años. En 2019 fueron a Nueva York y en 2020 eligieron Emiratos, pero llegó la pandemia, que retrasó la expedición hasta finales de 2021.

“Es el chaval más bueno que hay, no mataría ni a una mosca”, dice por teléfono Erik Coeckelberghs, uno de los belgas que conformaban el grupo de viaje. A sus 53 años, Erik es el CEO de una empresa de fotografía de aviones llamada Aviation-PhotoCrew. A cambio de los puntuales servicios fotográficos de Santiago, Erik y su empresa están financiando su carrera de piloto comercial. “A su edad yo también quise ser piloto y no tuve el dinero suficiente. Quiero que él lo sea”, afirma Eric, quien habla del joven español con el cariño con el que hablaría un mentor de su alumno.

Su relato de lo sucedido en aquellos días es más estructurado y cobra más sentido que el de Santiago, que añade detalles atropelladamente, como si hubiera recordado muchas veces esta historia en los últimos meses, pero cada vez incluyera nuevos 'flashes' que le vienen a la cabeza, algo común cuando alguien cuenta un suceso traumático. “El martes fuimos a una comisaría muy pronto y, aunque fueron muy agradables, no nos pudieron ayudar porque Santiago no estaba registrado en el sistema”, explica Eric. “Fue cuando me di cuenta de que esto era más serio de lo que pensaba. Si no lo tiene la policía… ¿quién lo tiene?”.

Después se acercaron al consulado de España en Dubái, que estaba a cinco minutos del hotel, a explicar lo que había ocurrido. Sin embargo, allí les derivaron a la embajada de España en Abu Dabi. Erik llamó varias veces al número de emergencia hasta que le atendieron y, cuando explicó lo que había ocurrido, al principio no se lo creían del todo. “Podían pensar que Santi hubiera cometido algún delito, pero nosotros les insistíamos en que no. Nos trataron muy bien, pero nos dijeron que hasta que no pasaran 48 horas de su desaparición no podrían hacer nada”.

La versión del Ministerio de Asuntos Exteriores español y de la embajada, que han tenido que reaccionar después de que Santiago contara su historia en Twitter, es distinta. Un portavoz del ministerio asegura que apenas recibieron dos llamadas de los amigos de Santiago. La primera el martes 2 de noviembre para explicar lo sucedido y la segunda para afirmar que ya estaban con él. Según este relato, la embajada contactó con el Departamento de Investigación Criminal (CID, por sus siglas en inglés) de Emiratos para preguntar por Santiago nada más saber que estaba desaparecido. “Nos dijeron que ya no estaba retenido”, explican, confirmando el núcleo de la historia de Santiago pero restando importancia a la gravedad de su caso.

Sin embargo, tanto la versión de Santiago como la de Erik y el listado de llamadas de los teléfonos a los que ha tenido acceso El Confidencial desmienten este relato. Primero, porque el 2 de noviembre Santiago todavía seguía encerrado y era imposible que el CID le dijera a la embajada que ya había sido liberado. Segundo, porque la embajada les dijo que hasta pasadas las 48 horas no podrían hacer nada —algo que el ministerio no incluye en su justificación—. Tal y como muestra el registro de teléfono, Erik realizó hasta cinco llamadas al número de emergencia de la embajada el martes pidiendo ayuda y colaboración. Y tercero, porque el ministerio asegura que la embajada nunca habló con Santiago después de lo sucedido, algo que tanto Eric como el protagonista desmienten.

Hasta que no pasaran las 48 horas, Eric y sus amigos no podían volver a pedir ayuda a la embajada. Mientras tanto, se pusieron a buscar abogados por internet y a pensar: ¿Qué posible delito había podido cometer Santi que ellos no supieran? Pero no se les ocurría ninguno.

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Dentro de una pequeña sala con dos puertas, en la prisión emiratí, a Santiago le cambiaron las esposas y se las pusieron en la espalda. Estuvo esperando 20 minutos hasta que un hombre le empezó a quitar todo lo que llevaba, incluso sus pulseras. Le dieron un mono de preso color burdeos. Después le obligaron a firmar un papel en árabe sin traducción -Santiago pensó que sería un registro- y le llevaron a una celda aislada. Como hacía mucho frío se tapaba con la sábana, pero después se ponía tan nervioso que empezaba a sudar como si tuviera muchísima fiebre. “Me senté en la cama, agotado, y me quedé dormido un rato, pero pasadas las horas me llevaron al interrogatorio”, recuerda.

Le vendaron los ojos de nuevo, le esposaron y le volvieron a hacer preguntas.

“Sabían el nombre de la gente de mi familia, de mi novia y mis amigos. Me vinieron a decir: esto es una cárcel y te podemos tener dentro el tiempo que queramos”, afirma este joven sevillano. “Ahí me gritaron para que les contara algo que yo no sabía que era. Y me vine abajo. Me puse a llorar. “¿Qué he hecho? No he hecho nada”, les decía”.

Además de volver a cuestionarle por todo lo que había hecho al llegar a Emiratos, le preguntaron por qué tenía fotos de aviones militares de Emiratos Árabes Unidos (entre las múltiples fotos que almacenaba en el móvil, él tenía imágenes de cazas de Emiratos en Morón). “Me preguntaban por qué no tenía fotos de Lamborghinis, pero yo pensaba que no tenía sentido que me detuvieran por algo que yo hiciera en mi país de origen cuando no es ilegal”. Santiago repetía una y otra vez lo mismo, que era su hobby, hasta que dejaron de hacerle preguntas y le llevaron de nuevo a la celda.

Durmió varias horas más hasta que le volvieron a despertar para interrogarlo de nuevo. Querían preguntarle por un país en el que él, asegura, no había estado en su vida: Irán.

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Si uno no sabe nada de Emiratos Árabes Unidos, la historia de Santiago puede sonar al argumento de una secuela de la saga de Jason Bourne. Sin embargo, en este país de menos de 10 millones de habitantes cualquier gesto sospechoso puede ser malinterpretado por la policía o los servicios de inteligencia emiratíes.

“El relato de Santiago encaja con otros arrestos de Emiratos a gente que, simplemente, le gusta hacer fotos de aviones”, explica Radha Stirling, activista proderechos humanos y fundadora de la organización Detained in Dubai. “Es escandaloso que CID detuviera a un ciudadano español sin razones, pero Santi tuvo suerte por estar detenido solo dos días, otros inocentes han pasado meses aislados en prisiones dedicadas a la “seguridad nacional” donde las autoridades no tienen obligación de informar a las embajadas”, destaca Stirling, quien hace unos años llevó el caso de dos británicos que fueron detenidos durante cuatro meses por hacer fotografías de aviones. “Y es algo común que se obligue a los detenidos a firmar falsos documentos en árabe sin traductor y que sean falsas confesiones”.

En septiembre, el Parlamento Europeo votó a favor de boicotear la Expo de Dubái por la continuada violación de derechos humanos y el encarcelamiento de activistas en el estado del Golfo. También pidió a las empresas internacionales que se retiraran del evento, sin éxito. “Desafortunadamente”, recuerda Stirling, “la mayoría de los turistas no tienen ni idea de que pueden ser arrestados de forma arbitraria por crímenes que no han cometido”.

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—¿Necesitas algo? —le preguntaron de nuevo en la sala de interrogatorios. Él seguía con la venda puesta y les pidió que se la quitaran. “No soy ningún terrorista”, les dijo. Pero ellos se negaron. Pudo ver por encima de la venda una mesa de picnic y moqueta en el suelo. Le volvieron a hacer las mismas preguntas, pero cada vez añadían más información de él.

"¿Eres un espía?"

“Piensa lo que has hecho”, le decían. Y él les contestaba: “¡Pero decidme vosotros el qué!”. Y soltaron la bomba. “Solo te digo que pienses en Irán. ¿Este pasaporte español es falso? ¿Eres un espía? ¿Por qué erais tres hombres y una mujer?”, le preguntaban una y otra vez. “Fue ahí”, recuerda Santiago, “cuando pensé: “hostia puta”. "Casi me da un infarto. El espionaje en Dubái es pena de muerte. Como esta gente se cuele, pensé, me cuelgan".

Santiago solo tenía una relación con Irán: un mensaje de WhatsApp mandado a un amigo suyo ese mismo lunes en el que le decía de broma que iban a ir al pabellón de Irán a ver si tenían un F-14 en la puerta. “Por supuesto que no iban a tenerlo, pero es un caza mítico, de la peli de 'Top Gun', que solo tienen ellos”, recuerda Santiago.

La conversación fue tomando tintes surrealistas. Le preguntaron por qué había pasado por detrás del pabellón de Israel. ¿Pretendía atentar contra él? ¿Por qué hizo tantas fotos? Y aquí, aparentemente, se esclareció el malentendido. Él les explicó que se bajaron de la lanzadera que habían cogido para moverse entre pabellones —estaban distribuidos en un anillo— y, por recomendación de un personal del ‘staff’, acortaron la distancia por detrás de varios pabellones, entre ellos el de Israel. “Fuimos con los 15 del autobús, si me dais un mapa de la expo os explico por qué hicimos eso”, les imploraba.

No le enseñaron el mapa, pero fue devuelto a su celda. Santiago estaba desorientado porque no tenía ni un ventanuco para ver la luz del sol. Recuerda varias comidas que estaban compuestas de arroz y una “carne muy rara”. Pulsaba el interfono y decía que quería hablar con la embajada de España, pero su carcelero le gritaba en árabe. “No entendía nada, pero estoy seguro de que no eran cosas buenas”.

Poco después le dijeron que se preparara. No le dieron más explicaciones, pero por fin iba a ser liberado.

Unas horas antes y a decenas de kilómetros, aún de madrugada, Eric no paraba de imaginar posibles escenarios para su amigo Santiago. Si a las 48 horas no lo soltaban, tendrían que contratar un abogado e informar a su familia. Pocos minutos después de que se cumpliera el plazo, recibió un mensaje de Santiago. Le habían soltado.

Cuando le recogieron con el taxi, Santiago les dio un abrazo pero no les contó nada, porque tenía miedo de que el taxista supiera inglés. “Estaba muy paranoico”, dice. Eric llamó inmediatamente a la embajada para contarles, como les había prometido, que ya estaba con él. Le pasaron el teléfono y explicó —en español— a un funcionario de la embajada todo lo que acababa de ocurrir. Le preguntaron si le habían hecho daño y él dijo que no. También si había bebido o fumado o insultado a alguien y él volvió a decir que no. “Se mostraban muy sorprendidos, me pidieron mi teléfono para llamarme porque me prometieron que iban a investigar lo que había sucedido”.

Al día siguiente trataron de hacer turismo, pero Santiago les pidió al rato de salir que volvieran al hotel. "Se le veía ido, como si estuviera en otro mundo", recuerda Eric. Ese mismo viernes volaron a Bruselas y, a los dos días, Santiago se fue a casa de sus padres en Sevilla. Se lo contó a su padre “sin anestesia”, pero fue poco a poco con su madre porque la habían operado recientemente y no quería darle disgustos. Él al principio lo llevó más o menos bien, hacía bromas con sus amigos y se propuso olvidarse del tema.

Pero al cabo de unas semanas, cuando se quedaba solo y se acordaba de lo que había vivido, no podía dejar de pensar en ello. Dormía mal por las noches, se mareaba y estaba enfadado con el mundo. Acabó yendo a un psicólogo que le dijo que se tenía que quitar la culpa de encima y, junto a su novia, le convencieron para que contara lo que le había pasado pese al miedo a las represalias.

Además, tampoco había recibido ningún mensaje de la embajada, pese a la promesa que le hicieron. Dos meses después, Santiago ha contado su historia porque quiere respuestas. Quiere saber por qué esto le ocurrió a él. Quiere saber si es habitual que esto suceda en Emiratos Árabes Unidos. Y también quiere saber por qué la embajada española en Abu Dabi no se ha vuelto a poner en contacto con él. Igual que su amigo Eric.

“He escrito 10 correos a la embajada de Emiratos en Bélgica y no me han contestado. Queremos una respuesta y una disculpa”, explica Eric, elevando el tono de voz visiblemente enfadado. “No nos han dicho nada. He perdido más de 800 euros en llamadas y en internet, aunque eso es lo de menos. ¿Así es como tratan en Emiratos a los extranjeros?”, insiste. "¿Y la embajada de España? ¿Por qué no dice nada?"

Santiago, que ahora se encuentra mejor después de haberlo hecho público en Twitter, teme que esto acabe afectando a su carrera de piloto comercial, ya que algunas aerolíneas preguntan en los procesos de selección si hay algún país del mundo al que el piloto no pueda ir. Pero como él mismo dice, ha decidido que prefiere poner su salud mental por delante de su carrera profesional.

“Mi único mensaje a la gente es: no viajéis a Emiratos”, culmina Santiago tras varias conversaciones largas telefónicas en las que ha ido paso por paso recordando todo lo sucedido. “Yo no digo que si vas allí te vaya a pasar eso. Hay gente que me dice que a ellos no les ha ocurrido nada y no se creen mi historia. Me da igual. Pero cada vez que lo pienso, cada vez que recuerdo algún detalle de aquellos dos días interminables en una cárcel en el Golfo… me entran escalofríos”.

El Confidencial (España)

 



 
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