Una equivocación de la policía emiratí llevó a Santiago Blázquez, un español de 22 años, a pasar dos días en una celda de Dubái porque pensaron que era un espía. Y denuncia que no ha obtenido respuesta de la embajada de España. El ministerio asegura que, cuando la embajada llamó a la policía emiratí, les dijeron que Santiago ya no estaba retenido. Pero él lo desmiente. He perdido más de 800 euros en llamadas y en internet, aunque eso es lo de menos. ¿Así es como tratan en Emiratos a los extranjeros?.
Cuando el coche le dejó a un lado de la carretera, con
las torres de la prisión todavía a la vista, Santiago encendió el móvil y mandó
un mensaje de WhatsApp a sus amigos. “Venid a recogerme, por favor”, les
suplicó. Iban a tardar una hora en taxi desde el centro de Dubái según Google
Maps, así que Santiago volvió a quitar el internet del móvil —en apenas un par
de minutos se había gastado casi 300 euros por activar el 'roaming' y recibir
cientos de mensajes— y se sentó a esperar debajo de una palmera.
Santiago Blázquez (Sevilla, 1999) acababa de vivir en las
últimas 48 horas el suceso más traumático de su vida. Un suceso que, por
recomendación de su psicólogo tras pasar los dos últimos meses deprimido y
malhumorado con todo el mundo, decidió contar hace unos días en un hilo de
Twitter. Un suceso que podría ser, como él mismo reconoce, el inicio de una
nueva novela de Tom Clancy.
“Yo tengo 22 años, nunca me han multado por nada y,
cuando me vi en una puta cárcel de Dubái con gente que me acusaba de ser un
espía iraní… me puse a llorar como un niño de cinco años”, explica Santiago
desde la base aérea en Sevilla donde se está formando como piloto en la única
entrevista que ha dado a un medio español. “Yo les decía que no había hecho
nada y les pedía que me deportaran a España, pero ellos me decían que dejara de
llorar y les contara toda la verdad”.
Para encajar las piezas de una de las experiencias más
rocambolescas que le han sucedido a un turista español en el extranjero en los
últimos tiempos, El Confidencial ha hablado con Santiago, con otro compañero
suyo del viaje, con el Ministerio de Asuntos Exteriores, con una fuente de la
embajada de España en Emiratos y con expertos en el país. Esta es su historia.
***
A finales de octubre de 2021, Santiago voló desde Bélgica
hasta Emiratos Árabes Unidos con tres amigos belgas para visitar la Exposición
Universal de Dubái. Para prepararse vieron vídeos sobre las cosas que uno no
podía hacer allí. “Te pueden condenar por hacer algo que no sería ilegal en
Reino Unido”, advierte la página de recomendaciones de viaje británica.
Uno de los puntos más estrafalarios de estas normas —en
un país donde están prohibidos la homosexualidad y el sexo fuera del
matrimonio— es la imposibilidad de hacer fotografías, especialmente a personas,
policías o edificios públicos. Con esto en mente, Santiago, que se está
entrenando para ser piloto comercial y su hobby principal es hacer fotografías
a todo tipo de aviones, dejó la cámara en España. Sin embargo, el primer día el
joven español alucinó tanto con los pabellones de la Exposición Universal que
pensó que no habría problema en hacer fotos con el móvil.
“Dimos por sentado que la expo es la expo. Tú no vas a
esconder tus secretos ahí, ¿no?”, explica. No pasó nada, pero los problemas
llegaron al día siguiente, lunes. Pasaron la mañana visitando atracciones
turísticas, comieron en el pabellón de Italia y, a eso de las tres de la tarde,
salieron del de la India. “Un policía me detuvo y me dijo que me había visto
por las cámaras hacer fotos y me quería hacer unas preguntas”, recuerda
Santiago.
Sus amigos intentaron ir con él, pero el policía no les
dejó. “Van a ser 10 minutos”, les aseguró. Metieron a Santiago en una sala y le
quitaron su teléfono y su pasaporte. Cuando les preguntaba por qué estaba ahí,
ningún guardia le contestaba.
Empieza la pesadilla
Al cabo de unas horas, llegaron otros policías que le
empezaron a hacer preguntas sobre su viaje a Emiratos. Uno de ellos puso sobre
la mesa un ordenador y una impresora. Otro cogió su teléfono y le pidió que lo
desbloquease. ¡Como para decirle que no!”, recuerda. En el móvil de Santiago
encontraron cientos de fotografías de aviones comerciales y militares. Él les
trató de explicar que no había nada raro en eso en España, ya que vive a media
hora de la base militar aérea de Morón y, siempre que puede, se pasa a hacer
fotografías. Pero los policías no lo entendieron.
También se pusieron a leer conversaciones de WhatsApp y
su correo electrónico. Cada vez que se giraba para ver qué estaban mirando, le
gritaban. “Estaba muy desconcertado, no tenía ni idea de qué iba el tema”,
afirma Santiago, a quien a veces le costaba entender el extraño inglés de los
policías. Le preguntaban una y otra vez que les dijera, paso por paso, todo lo
que había hecho ese día y los pabellones que había visitado. “Yo estaba seguro
de que no había hecho nada, no sé a qué se referían”.
El policía no paraba de decirle que le estaba mintiendo,
como si supiera exactamente lo que quería escuchar. “¡Dime la verdad!”, le
gritaba uno. El segundo interrogatorio, ya de noche, tomó otro cariz. “Yo me di
cuenta de que algo no iba bien, el tío que me interrogaba ahora estaba cada vez
más enfadado”, recuerda. Le dijo a Santiago: “Mira, hermano, yo tengo un hijo
de tu edad y no me gustaría que se pasara 10 años en la cárcel, así que puedes
empezar a contarnos la verdad”.
A la 1:30 de la mañana aparecieron dos tipos muy grandes,
de aspecto de “portero de discoteca” y vestidos de civil, y Santiago pensó que
todo se había acabado y le llevarían de vuelta al hotel. Pero no. Le sacaron
fuera y le metieron dentro de un Chevrolet Tahoe negro con las lunas tintadas.
Una vez dentro, le taparon los ojos con una venda y le esposaron.
“Si quieres dormir puedes, porque va a ser un trayecto
largo”, le dijeron. Iban de camino a una cárcel de Dubái donde las cosas se
iban a poner aún más feas.
***
Mientras tanto, sus amigos, mayores que él, trataban de
encontrar una explicación a su desaparición. Recorrían de punta a punta la expo
preguntando a policías, pero nadie sabía nada. En la comisaría más cercana les
dijeron que no había ningún problema y que al día siguiente su colega “estaría
libre”. Derrotados, volvieron al hotel dispuestos a llamar a la embajada el día
siguiente.
"No mataría ni a una mosca"
Santiago había conocido a estos tres belgas —dos
profesores y un experto en fotografías de aviones— con apenas 19 años en un
festival aéreo en Inglaterra, en el Royal International Air Tattoo (RIAT), una
de las exhibiciones de vuelo militares más importantes del mundo. Se llevaron
tan bien que decidieron hacer un viaje todos los años. En 2019 fueron a Nueva
York y en 2020 eligieron Emiratos, pero llegó la pandemia, que retrasó la
expedición hasta finales de 2021.
“Es el chaval más bueno que hay, no mataría ni a una
mosca”, dice por teléfono Erik Coeckelberghs, uno de los belgas que conformaban
el grupo de viaje. A sus 53 años, Erik es el CEO de una empresa de fotografía
de aviones llamada Aviation-PhotoCrew. A cambio de los puntuales servicios
fotográficos de Santiago, Erik y su empresa están financiando su carrera de
piloto comercial. “A su edad yo también quise ser piloto y no tuve el dinero
suficiente. Quiero que él lo sea”, afirma Eric, quien habla del joven español
con el cariño con el que hablaría un mentor de su alumno.
Su relato de lo sucedido en aquellos días es más
estructurado y cobra más sentido que el de Santiago, que añade detalles
atropelladamente, como si hubiera recordado muchas veces esta historia en los
últimos meses, pero cada vez incluyera nuevos 'flashes' que le vienen a la
cabeza, algo común cuando alguien cuenta un suceso traumático. “El martes
fuimos a una comisaría muy pronto y, aunque fueron muy agradables, no nos
pudieron ayudar porque Santiago no estaba registrado en el sistema”, explica
Eric. “Fue cuando me di cuenta de que esto era más serio de lo que pensaba. Si
no lo tiene la policía… ¿quién lo tiene?”.
Después se acercaron al consulado de España en Dubái, que
estaba a cinco minutos del hotel, a explicar lo que había ocurrido. Sin
embargo, allí les derivaron a la embajada de España en Abu Dabi. Erik llamó
varias veces al número de emergencia hasta que le atendieron y, cuando explicó
lo que había ocurrido, al principio no se lo creían del todo. “Podían pensar
que Santi hubiera cometido algún delito, pero nosotros les insistíamos en que
no. Nos trataron muy bien, pero nos dijeron que hasta que no pasaran 48 horas
de su desaparición no podrían hacer nada”.
La versión del Ministerio de Asuntos Exteriores español y
de la embajada, que han tenido que reaccionar después de que Santiago contara
su historia en Twitter, es distinta. Un portavoz del ministerio asegura que
apenas recibieron dos llamadas de los amigos de Santiago. La primera el martes
2 de noviembre para explicar lo sucedido y la segunda para afirmar que ya
estaban con él. Según este relato, la embajada contactó con el Departamento de
Investigación Criminal (CID, por sus siglas en inglés) de Emiratos para
preguntar por Santiago nada más saber que estaba desaparecido. “Nos dijeron que
ya no estaba retenido”, explican, confirmando el núcleo de la historia de
Santiago pero restando importancia a la gravedad de su caso.
Sin embargo, tanto la versión de Santiago como la de Erik
y el listado de llamadas de los teléfonos a los que ha tenido acceso El
Confidencial desmienten este relato. Primero, porque el 2 de noviembre Santiago
todavía seguía encerrado y era imposible que el CID le dijera a la embajada que
ya había sido liberado. Segundo, porque la embajada les dijo que hasta pasadas las
48 horas no podrían hacer nada —algo que el ministerio no incluye en su
justificación—. Tal y como muestra el registro de teléfono, Erik realizó hasta
cinco llamadas al número de emergencia de la embajada el martes pidiendo ayuda
y colaboración. Y tercero, porque el ministerio asegura que la embajada nunca
habló con Santiago después de lo sucedido, algo que tanto Eric como el
protagonista desmienten.
Hasta que no pasaran las 48 horas, Eric y sus amigos no
podían volver a pedir ayuda a la embajada. Mientras tanto, se pusieron a buscar
abogados por internet y a pensar: ¿Qué posible delito había podido cometer
Santi que ellos no supieran? Pero no se les ocurría ninguno.
***
Dentro de una pequeña sala con dos puertas, en la prisión
emiratí, a Santiago le cambiaron las esposas y se las pusieron en la espalda.
Estuvo esperando 20 minutos hasta que un hombre le empezó a quitar todo lo que
llevaba, incluso sus pulseras. Le dieron un mono de preso color burdeos.
Después le obligaron a firmar un papel en árabe sin traducción -Santiago pensó
que sería un registro- y le llevaron a una celda aislada. Como hacía mucho frío
se tapaba con la sábana, pero después se ponía tan nervioso que empezaba a
sudar como si tuviera muchísima fiebre. “Me senté en la cama, agotado, y me
quedé dormido un rato, pero pasadas las horas me llevaron al interrogatorio”,
recuerda.
Le vendaron los ojos de nuevo, le esposaron y le
volvieron a hacer preguntas.
“Sabían el nombre de la gente de mi familia, de mi novia
y mis amigos. Me vinieron a decir: esto es una cárcel y te podemos tener dentro
el tiempo que queramos”, afirma este joven sevillano. “Ahí me gritaron para que
les contara algo que yo no sabía que era. Y me vine abajo. Me puse a llorar.
“¿Qué he hecho? No he hecho nada”, les decía”.
Además de volver a cuestionarle por todo lo que había
hecho al llegar a Emiratos, le preguntaron por qué tenía fotos de aviones
militares de Emiratos Árabes Unidos (entre las múltiples fotos que almacenaba
en el móvil, él tenía imágenes de cazas de Emiratos en Morón). “Me preguntaban
por qué no tenía fotos de Lamborghinis, pero yo pensaba que no tenía sentido
que me detuvieran por algo que yo hiciera en mi país de origen cuando no es
ilegal”. Santiago repetía una y otra vez lo mismo, que era su hobby, hasta que
dejaron de hacerle preguntas y le llevaron de nuevo a la celda.
Durmió varias horas más hasta que le volvieron a
despertar para interrogarlo de nuevo. Querían preguntarle por un país en el que
él, asegura, no había estado en su vida: Irán.
***
Si uno no sabe nada de Emiratos Árabes Unidos, la
historia de Santiago puede sonar al argumento de una secuela de la saga de
Jason Bourne. Sin embargo, en este país de menos de 10 millones de habitantes
cualquier gesto sospechoso puede ser malinterpretado por la policía o los
servicios de inteligencia emiratíes.
“El relato de Santiago encaja con otros arrestos de
Emiratos a gente que, simplemente, le gusta hacer fotos de aviones”, explica
Radha Stirling, activista proderechos humanos y fundadora de la organización
Detained in Dubai. “Es escandaloso que CID detuviera a un ciudadano español sin
razones, pero Santi tuvo suerte por estar detenido solo dos días, otros
inocentes han pasado meses aislados en prisiones dedicadas a la “seguridad
nacional” donde las autoridades no tienen obligación de informar a las
embajadas”, destaca Stirling, quien hace unos años llevó el caso de dos
británicos que fueron detenidos durante cuatro meses por hacer fotografías de
aviones. “Y es algo común que se obligue a los detenidos a firmar falsos
documentos en árabe sin traductor y que sean falsas confesiones”.
En septiembre, el Parlamento Europeo votó a favor de
boicotear la Expo de Dubái por la continuada violación de derechos humanos y el
encarcelamiento de activistas en el estado del Golfo. También pidió a las
empresas internacionales que se retiraran del evento, sin éxito.
“Desafortunadamente”, recuerda Stirling, “la mayoría de los turistas no tienen
ni idea de que pueden ser arrestados de forma arbitraria por crímenes que no
han cometido”.
***
—¿Necesitas algo? —le preguntaron de nuevo en la sala de
interrogatorios. Él seguía con la venda puesta y les pidió que se la quitaran.
“No soy ningún terrorista”, les dijo. Pero ellos se negaron. Pudo ver por
encima de la venda una mesa de picnic y moqueta en el suelo. Le volvieron a
hacer las mismas preguntas, pero cada vez añadían más información de él.
"¿Eres un espía?"
“Piensa lo que has hecho”, le decían. Y él les
contestaba: “¡Pero decidme vosotros el qué!”. Y soltaron la bomba. “Solo te
digo que pienses en Irán. ¿Este pasaporte español es falso? ¿Eres un espía?
¿Por qué erais tres hombres y una mujer?”, le preguntaban una y otra vez. “Fue
ahí”, recuerda Santiago, “cuando pensé: “hostia puta”. "Casi me da un
infarto. El espionaje en Dubái es pena de muerte. Como esta gente se cuele,
pensé, me cuelgan".
Santiago solo tenía una relación con Irán: un mensaje de
WhatsApp mandado a un amigo suyo ese mismo lunes en el que le decía de broma
que iban a ir al pabellón de Irán a ver si tenían un F-14 en la puerta. “Por
supuesto que no iban a tenerlo, pero es un caza mítico, de la peli de 'Top
Gun', que solo tienen ellos”, recuerda Santiago.
La conversación fue tomando tintes surrealistas. Le
preguntaron por qué había pasado por detrás del pabellón de Israel. ¿Pretendía
atentar contra él? ¿Por qué hizo tantas fotos? Y aquí, aparentemente, se
esclareció el malentendido. Él les explicó que se bajaron de la lanzadera que
habían cogido para moverse entre pabellones —estaban distribuidos en un anillo—
y, por recomendación de un personal del ‘staff’, acortaron la distancia por
detrás de varios pabellones, entre ellos el de Israel. “Fuimos con los 15 del
autobús, si me dais un mapa de la expo os explico por qué hicimos eso”, les
imploraba.
No le enseñaron el mapa, pero fue devuelto a su celda.
Santiago estaba desorientado porque no tenía ni un ventanuco para ver la luz
del sol. Recuerda varias comidas que estaban compuestas de arroz y una “carne
muy rara”. Pulsaba el interfono y decía que quería hablar con la embajada de
España, pero su carcelero le gritaba en árabe. “No entendía nada, pero estoy
seguro de que no eran cosas buenas”.
Poco después le dijeron que se preparara. No le dieron
más explicaciones, pero por fin iba a ser liberado.
Unas horas antes y a decenas de kilómetros, aún de
madrugada, Eric no paraba de imaginar posibles escenarios para su amigo
Santiago. Si a las 48 horas no lo soltaban, tendrían que contratar un abogado e
informar a su familia. Pocos minutos después de que se cumpliera el plazo,
recibió un mensaje de Santiago. Le habían soltado.
Cuando le recogieron con el taxi, Santiago les dio un
abrazo pero no les contó nada, porque tenía miedo de que el taxista supiera
inglés. “Estaba muy paranoico”, dice. Eric llamó inmediatamente a la embajada
para contarles, como les había prometido, que ya estaba con él. Le pasaron el
teléfono y explicó —en español— a un funcionario de la embajada todo lo que
acababa de ocurrir. Le preguntaron si le habían hecho daño y él dijo que no.
También si había bebido o fumado o insultado a alguien y él volvió a decir que
no. “Se mostraban muy sorprendidos, me pidieron mi teléfono para llamarme
porque me prometieron que iban a investigar lo que había sucedido”.
Al día siguiente trataron de hacer turismo, pero Santiago
les pidió al rato de salir que volvieran al hotel. "Se le veía ido, como
si estuviera en otro mundo", recuerda Eric. Ese mismo viernes volaron a
Bruselas y, a los dos días, Santiago se fue a casa de sus padres en Sevilla. Se
lo contó a su padre “sin anestesia”, pero fue poco a poco con su madre porque
la habían operado recientemente y no quería darle disgustos. Él al principio lo
llevó más o menos bien, hacía bromas con sus amigos y se propuso olvidarse del
tema.
Pero al cabo de unas semanas, cuando se quedaba solo y se
acordaba de lo que había vivido, no podía dejar de pensar en ello. Dormía mal
por las noches, se mareaba y estaba enfadado con el mundo. Acabó yendo a un
psicólogo que le dijo que se tenía que quitar la culpa de encima y, junto a su
novia, le convencieron para que contara lo que le había pasado pese al miedo a
las represalias.
Además, tampoco había recibido ningún mensaje de la
embajada, pese a la promesa que le hicieron. Dos meses después, Santiago ha
contado su historia porque quiere respuestas. Quiere saber por qué esto le
ocurrió a él. Quiere saber si es habitual que esto suceda en Emiratos Árabes
Unidos. Y también quiere saber por qué la embajada española en Abu Dabi no se
ha vuelto a poner en contacto con él. Igual que su amigo Eric.
“He escrito 10 correos a la embajada de Emiratos en
Bélgica y no me han contestado. Queremos una respuesta y una disculpa”, explica
Eric, elevando el tono de voz visiblemente enfadado. “No nos han dicho nada. He
perdido más de 800 euros en llamadas y en internet, aunque eso es lo de menos.
¿Así es como tratan en Emiratos a los extranjeros?”, insiste. "¿Y la
embajada de España? ¿Por qué no dice nada?"
Santiago, que ahora se encuentra mejor después de haberlo
hecho público en Twitter, teme que esto acabe afectando a su carrera de piloto
comercial, ya que algunas aerolíneas preguntan en los procesos de selección si
hay algún país del mundo al que el piloto no pueda ir. Pero como él mismo dice,
ha decidido que prefiere poner su salud mental por delante de su carrera
profesional.
“Mi único mensaje a la gente es: no viajéis a Emiratos”,
culmina Santiago tras varias conversaciones largas telefónicas en las que ha
ido paso por paso recordando todo lo sucedido. “Yo no digo que si vas allí te
vaya a pasar eso. Hay gente que me dice que a ellos no les ha ocurrido nada y
no se creen mi historia. Me da igual. Pero cada vez que lo pienso, cada vez que
recuerdo algún detalle de aquellos dos días interminables en una cárcel en el
Golfo… me entran escalofríos”.