«Las únicas victorias significativas contra la pandemia no han sido obra del Estado, sino del capitalismo privado: pruebas, vacunas y ahora medicamentos. Pfizer, Moderna y AstraZeneca se han enriquecido, pero sin ellos nos verÃamos reducidos a procesiones religiosas, como en el año 1920».
El término ucronía es culto, pero designa una forma
literaria clásica que consiste en imaginar, a partir de hechos reales, de qué
otra forma podría haberse desarrollado la historia. El proceso permite demoler
las ideas preconcebidas que hacen creer en una necesidad histórica después de
que hayan ocurrido los hechos, cuando podrían haber ocurrido de otra manera.
Por tanto, el ejercicio de la ucronía es sumamente saludable e incluso
necesario para cuestionar cualquier ideología que sus partidarios consideren irrenunciable.
El término ucronía me parece imprescindible para preguntarnos por la forma en
que los Estados han gestionado y siguen gestionando la pandemia del Covid.
Para los partidarios del estatismo, hostiles al
liberalismo, la economía de mercado y la sabiduría de las opciones
individuales, esta pandemia es una fiesta; les permite invertir la tendencia
hacia el liberalismo que, desde hace cuarenta años, reducía sin cesar el papel
del Estado y lo devolvía a sus funciones esenciales. Al comienzo de la
pandemia, en medio del pánico general, los gobiernos tomaron inmediatamente las
riendas de la lucha contra el virus. Así, frente a este enemigo desconocido,
sin otro precedente que la denominada ‘gripe española’ de hace un siglo, los
Estados adoptaron un sistema de guerra y un vocabulario belicoso.
Durante su primera intervención pública, hace solo dos
años, el presidente francés se dirigió a la nación y comenzó su discurso
televisado declarando: «Estamos en guerra». Con este comienzo, a los poderes
públicos todo les quedaba permitido; los ciudadanos, movilizados virtualmente,
no tuvieron más remedio que obedecer o, si no obedecían, pasar por disidentes,
traidores a la patria. Para que conste, les recuerdo que a los gobiernos les
gusta hacer la guerra, que les confiere poderes ilimitados y les permite
aumentar, sin demasiado control democrático, el gasto y las intervenciones
públicos. La larga historia también muestra que la progresión de las
intervenciones estatales, una vez que la guerra ha terminado, se haya ganado o
perdido, no mengua; el Estado no retrocede. La pandemia, que ha incrementado el
gasto público y las intervenciones económicas de nuestros Estados, les está dando
una nueva juventud a la que ningún gobierno estará dispuesto a renunciar una
vez que termine la ‘guerra’.
Como esta guerra no ha terminado, no sabemos si se ganará
o se perderá, pero podemos estar seguros de que todos los jefes de Estado y de
Gobierno proclamarán su éxito. Pero si nos fijamos bien, teniendo en cuenta la
novedad de este virus, todavía nos sorprende la confusión estratégica de estos
Estados en guerra. Antes de las pruebas y las vacunas, los gobiernos negaron la
utilidad de las mascarillas (especialmente cuando no había ninguna disponible),
y luego las hicieron obligatorias. Cerraron las escuelas, luego las reabrieron,
y después las volvieron a cerrar. Cerraron las fronteras antes de reabrirlas
para luego volverlas a cerrar. Nos obligaron a todos a quedarnos en casa antes
de liberarnos y nos volvieron a encerrar después. Dependiendo del país, la
vacuna y las pruebas eran y siguen siendo unas veces obligatorias y otra no. A
las empresas y los empleados a veces se les han concedido subvenciones para
evitar la quiebra y a veces no, y nadie sabe hasta cuándo.
Se me objetará que este torbellino de burlas, a veces
contradictorias, se basó en la ciencia y siguió los caprichos del virus mismo.
Puede ser, pero las únicas victorias significativas contra la pandemia no han
sido obra del Estado, sino del capitalismo privado: pruebas, vacunas y ahora
medicamentos. Pfizer, Moderna y AstraZeneca se han enriquecido, pero sin ellos
nos veríamos reducidos a procesiones religiosas, como en 1920. Gracias a sus beneficios,
reinvertidos en investigación, podemos esperar nuevas vacunas y futuros
tratamientos.
Vayamos más allá e imaginemos que los Estados, en lugar
de ‘hacer la guerra’, hubieran hecho pedagogía. Imaginemos una política
educativa en lugar de restrictiva, proporcionada por entendidos y no por
políticos, que explicara, en términos claros, la utilidad de las mascarillas,
las vacunas, la higiene, la distancia de seguridad y el aislamiento cuando sea
necesario. ¿No habrían adoptado espontáneamente los pueblos, sobre la base de
esta información, los gestos que salvan? Ucronía: ¿no habría sido más efectivo
confiar en ciudadanos informados que adoptar las restricciones impuestas por
las autoridades? ¿No es esta coacción, porque viene de arriba, la que ha provocado
movimientos sociales contra la vacunación y otras conductas peligrosas, como
negarse a llevar mascarilla o llevarla mal, fiestas clandestinas, etc.? ¿Podría
la sociedad civil, informada en lugar de coaccionada, haber manejado la
pandemia mejor que los gobiernos? Ucronía, ciertamente, pero que merece la pena
ser imaginada.
Lo mismo ocurre con la economía. Apoyar a todas las
empresas, sin distinción, habrá permitido la creación de un número desconocido
de empresas zombi, cuyo único propósito es recolectar ayudas y luego
desaparecer. ¿Cómo lo reembolsarán todos los demás? Con un aumento masivo de
impuestos o con un aumento general de precios, es decir, una imposición
indirecta a los más pobres. No quiero que esta ucronía se interprete como un
apoyo a los movimientos antivacunas, que son criminales porque se perjudican a
sí mismos y a los que contagian. El único propósito de esta ucronía es recordar
lo que es el pensamiento liberal: una posibilidad de elegir.
Ante cualquier amenaza, los gobiernos tienen el reflejo
de nacionalizar en lugar de preguntarse si la sociedad civil, la libre elección
de individuos ilustrados, no conduciría a mejores resultados. No podemos
comparar cómo habría sido una gestión liberal de la pandemia en lugar de su
gestión estatal. Pero la ucronía permite, por lo menos, planteárselo y no
aceptar, sumisos, no se sabe muy bien qué ‘regreso del Estado’.