Yo no asesinaría a Putin si estuviera en mi mano, pero tampoco condenaría a alguien que lo hiciera.
Hay un dilema ético que se plantea en algunas escuelas de
filosofía que consiste en responder a la pregunta de si es justificable un mal
menor para evitar otro mayor. Un ejemplo: un terrorista que conoce dónde y
cuándo se va a cometer un atentado es capturado por la Policía. Él se niega a
revelar lo que sabe. ¿Es lícito torturar a este prisionero para obtener la
información que permitiría salvar decenas de vidas? No hay una fácil respuesta.
Hace pocos días, Lindsay Graham, un senador republicano,
ha propuesto el asesinato de Putin para poner fin a la invasión de Ucrania. La
Casa Blanca se apresuró a rechazar la idea. Biden, que es católico, cree que el
fin no justifica los medios y que quitar la vida es siempre repudiable desde el
punto de vista moral.
Pero hay una tradición que viene de la Edad Media sobre
la legitimidad del tiranicidio. Santo Tomás de Aquino escribió que el que mata
a un déspota para liberar a un país es alabado y recompensado. Y, mucho más
tarde, Thomas Jefferson señaló que «el árbol de la libertad debe ser regado con
la sangre de los tiranos».
Ya en la Atenas del siglo VI antes de Cristo se
construyeron dos estatuas a Harmodio y Aristogitón por asesinar a Hiparco y
conspirar para derrocar a su hermano Hipias, que había establecido un régimen
de terror. Lo mismo que hicieron Casio y Bruto cuando consideraron que el poder
de Julio César era una amenaza contra el sistema republicano.
La pregunta es ahora más pertinente que nunca: ¿estaría
justificado el asesinato de Putin para poner fin a una guerra que va a provocar
la muerte de miles de personas y a destruir un país? Confieso que no soy capaz
de responder en un sentido u otro, aunque fui educado en una familia católica en
la que el recurso a la violencia siempre carece de justificación. Poned la otra
mejilla, dice Jesucristo.
No faltará quien apele al principio de legítima defensa
para acabar con la vida de un hombre sin escrúpulos, que ha utilizado su poder
para provocar un inmenso daño. Ese argumento es difícilmente rebatible. Lo
mismo que resulta más que comprensible el intento de Stauffenberg de matar a
Hitler.
Si el tiranicidio sirve para evitar un mal infinitamente
mayor o una arbitrariedad intolerable por parte del rey, hay una legitimidad
para llevarlo a cabo, sostuvo el padre Mariana en el siglo XVI en su ‘De Rege’.
Y eso lo escribió en la edad de oro de la monarquía hispánica.
Para ser sincero, diré que yo no asesinaría a Putin si
estuviera en mi mano, pero tampoco condenaría a alguien que lo hiciera. No
comparto la idea de Podemos de que no hay que entregar armas a quien se
defiende de una agresión brutal. Del mismo modo, el tiranicidio puede ser
justificable cuando sirve para ahorrar vidas humanas. Lo moralmente aceptable
no es siempre el camino más recto.