Veremos si se sostiene en la senda de la asfixia económica, o toma la opción de algunos generales que están por acabar de una vez por todas con Putin y su Ejército.
MIAMI, Florida.- Con todo y lo desguazada que está su
agenda interna, el presidente Biden actúa como un estadista frente a la
invasión rusa a Ucrania. Está ahorcando a Putin con inteligencia.
¿Podrá sostenerse en esa línea? No lo sabemos, porque a
fin de cuentas la decisión de la guerra directa depende de Putin.
Es una afortunada coincidencia que él sea presidente de
Estados Unidos, cuando el mundo se encuentra al borde de una guerra nuclear que
puede estallar en cualquier momento.
La tarea que se ha impuesto Biden es derrotar al
autócrata ruso, y evitar, hasta donde sea posible, que el mundo sea víctima de
una conflagración atómica de la que “sólo sobrevivirán las cucarachas” (cito a
García Márquez).
Una bomba nuclear rusa es dos mil veces (2,000) más
potente que la arrojada por Truman en Nagasaki. Y el maletín con las
combinaciones para disparar está en manos de un enfermo de vanidad y de poder.
Biden, con medidas como la anunciada ayer, camina en la
orilla del desfiladero, pero resiste la tentación de ir directamente a la
guerra.
Hasta ahora, está demostrando que conoce Estados Unidos,
su historia de aciertos y de errores.
Veremos si se sostiene en la senda de la asfixia
económica, o toma la opción de algunos generales que están por acabar de una
vez por todas con Putin y su Ejército.
Los republicanos –la mayoría trumpista, aunque no todos–
y sus medios afines lo presionan con ocurrencias bélicas patéticas.
Biden ha preferido no ganar popularidad y cargar el mote
de tibio, pero hacer lo correcto. ¿Resistirá?
Sería una imprudencia mandar tropas a Ucrania, un cerco
aéreo a Rusia o juzgar ahora a Putin como un criminal de guerra, aunque sin
duda lo es.
Cuando el perro persigue al gato y no le deja salidas en
un callejón, el gato pelea literalmente a muerte. Sólo que este gato (Putin)
tiene armas nucleares.
La vía para doblegar a Rusia no es la confrontación
armada, sino el estrangulamiento económico y comercial. Se van a quedar con
Ucrania, sin duda, pero no la van a dominar. Verán su suerte, a un costo
económico y militar que Putin no va a resistir.
El presidente Biden, subrayo, conoce la historia de su
país, y aprendió la lección de dos grandes mandatarios republicanos: Ronald
Reagan y George H. W. Bush.
Reagan no atacó a la Unión Soviética, sino que él y su
vicepresidente Bush le desfondaron la economía. Luego Bush asumió la
presidencia y vio, sin disparar un solo misil, cómo caía el experimento
marxista, que fue el fenómeno político más importante del siglo 20.
Estados Unidos pudo haber ido a la guerra contra la URSS
cuando los tanques del Ejército Rojo aplastaron el Otoño Húngaro en 1956, y no
lo hizo.
También pudo declararle la guerra a la Unión Soviética en
defensa de la Primavera de Praga en 1968, cuando los blindados rusos invadieron
Checoslovaquia para sofocar el levantamiento encabezado por Alexander Dubcek.
No lo hizo Estados Unidos. Y no por un acto de cobardía,
sino porque el camino del fin de la Unión Soviética no podía pasar por la vía
militar, sino por la economía. El liberalismo democrático fue más eficaz que el
estatismo marxista.
Cada vez que Estados Unidos ha emprendido guerras de
intervención en las últimas décadas, ha perdido. Perdieron en bahía de Cochinos
(Cuba), en Vietnam, en Irak dejaron un desastre y su derrota en Afganistán es
de antología.
Biden lo sabe y, hasta ahora, no se deja llevar por las
emociones. El camino es más largo, pero no va a fallar: la Rusia de Putin será
estrangulada.
Esto es demasiado importante como para manejarse con
demagogia y pretender ganar puntos en las encuestas de popularidad.
¿Se imaginan qué sería del mundo si Trump se hubiera
reelegido?
El fin de semana estuvo en una convención republicana en
Nueva Orleans, donde sugirió una “idea genial”:
“Hay que pintar en nuestros aviones F-22 banderas chinas
y bombardear las columnas del Ejército ruso. Luego decimos que China lo hizo,
entonces comienzan a pelearse entre ellos y nosotros nos sentamos a observar”.
De veras. Eso dijo. Luego señaló que se trataba de una
broma, lo que es de dudarse, o como si la situación estuviera para bromitas de
ese tonelaje.
El caso es que los republicanos (los de Trump) oscilan
entre porristas de Vladimir Putin y promotores de la tercera guerra mundial.
Los republicanos están divididos. No todos dan los
bandazos de Trump ni proponen “matar a Putin”, como hizo el senador Lindsey
Graham en una reacción sesentera, cuando Estados Unidos quiso asesinar a Fidel
Castro decenas de veces e hizo el ridículo.
Para el gobierno ruso es un deleite pasar en televisión a
Donald Trump, Mike Pompeo y Tucker Carlson (el muy visto presentador de
televisión que preguntó por qué Estados Unidos apoyaba a Ucrania y no a Rusia)
alabando a Putin.
Mitt Romney, senador por Utah, Liz Cheney y otros
republicanos piensan diferente. Están asombrados por el extravío de su partido.
Conocen a su país.
Así es que, posiblemente, la confrontación con Putin va
para largo y se evite la tercera guerra mundial.
Tampoco tan largo. El también heroico pueblo ruso, en
distintos lugares de la Federación, comienza a protestar, a levantarse en favor
de la paz.