Nos encontramos en un mundo que enfrentará, entre otras cosas, mayor demanda por activos de refugio, mayores tasas de inflación y tasas de interés más altas.
La semana pasada hice un resumen sobre un sinnúmero de
dudas que el mundo tiene alrededor de la invasión de Rusia a Ucrania en cinco
preguntas (“Cinco preguntas sobre la guerra cuya respuesta definirá mucho”, 8
de marzo). Desafortunadamente todavía no tenemos las respuestas a dichas
preguntas. No obstante lo anterior, considero que independientemente de que se
mitigue la incertidumbre al respecto, el mundo cambió el pasado 24 de febrero
con la invasión de Rusia a Ucrania y hay circunstancias que se generaron a
partir de este suceso que pueden prevalecer sin importar si la guerra terminara
mañana.
(1) Viviremos en un mundo con precios de energía más
altos, sobre todo al acercarnos al momento en el que las sanciones a Rusia
incluyan el petróleo y el gas. Esto puede ser más factible conforme termina el
invierno. Asimismo, esto se puede exacerbar con la amenaza nuclear, que tal vez
propicie una mayor restricción o de plano se abandone la generación con plantas
nucleares. Por su parte, considero que es muy factible que en un mundo con
mayores precios de la energía se debata si los altos precios de los combustibles
fósiles van a propiciar mayor inversión en extracción de petróleo y gas o si se
propiciará un cambio más radical hacia energías limpias y renovables.
Inclusive, considero que es probable que se ponga en tela de juicio si se
aplaza el cumplimiento de las metas de utilización de energías limpias o se
aceleran.
(2) Experimentaremos tasas de inflación altas por un
periodo de tiempo más largo y no solo por los mayores precios de la energía y
sus efectos de segundo orden. Como también comenté la semana pasada, la
globalización trajo consigo desinflación global, tanto por el lado de la
oferta, en donde se amplió la competencia y bajaron los costos, como por el
lado de la demanda, con una mayor magnitud de mercado, que permite dividir los
costos fijos entre un mayor número de productos o servicios. Desafortunadamente
considero que esta guerra significa un retroceso importante para la
globalización y por lo tanto un periodo de posible reflación. Algo que podría
aminorar dicho proceso reflacionario en el corto plazo, sobre todo en los
bienes manufacturados, es el cambio que puede haber en la reasignación del
ingreso de bienes hacia servicios por el fin de la pandemia (e.g. más personas
saliendo a comer a restaurantes y menos personas comprando consolas de video
juegos).
(3) Mayores tasas de interés y por un mayor periodo de
tiempo, conforme los bancos centrales tendrán que combatir la inflación. Esto
será una labor todavía más complicada para los bancos centrales debido a los
problemas que se gestarán de lado del crecimiento económico. Esto hará, en mi
opinión, que sea mucho más difícil ver curvas de rendimientos de bonos
invertidas y la demanda por activos indizados a la inflación debería
incrementarse significativamente.
(4) Los mayores precios de las materias primas no
impulsarán tanto el crecimiento de las economías emergentes que se beneficiaron
en el pasado debido a que la mayoría han observado un vuelco hacia gobernantes
populistas que no han generado un buen ambiente de negocios.
(5) El dólar se fortalecerá más y permanecerá fuerte por
un mayor periodo de tiempo.
(6) Deterioro fiscal en la medida que los gobiernos
quieran suavizar el impacto de los mayores precios de los combustibles y
alimentos, sobre todo para la población más vulnerable. Esto se acentuará en
países en donde los gobiernos continúen sin instrumentar reformas fiscales que
cobren mayores impuestos efectivos a las personas que se ubican en los deciles
más altos de la distribución socioeconómica.
(7) El contagio financiero se percibe contenido.
Considero que este es un punto clave por el cual no estamos viendo una mayor
caída de los mercados financieros. Un cambio reciente que considero muy
importante para los mercados financieros globales se dio a partir de 2008-2009
y se exacerbó con la pandemia de Covid-19: Me refiero a la ‘cultura del
rescate’ (o ‘bailout culture’ en inglés). Con el rescate financiero de
2008-2009 y el apoyo fiscal a las empresas y familias de 2020-2021 quedó claro
que los gobiernos y bancos centrales han intentado a toda costa evitar o al
menos suavizar las consecuencias de los desbalances económicos y financieros.
Inclusive, esta ‘cultura del rescate’ ha hecho que para muchos se haya
desdibujado la diferencia entre política fiscal y monetaria, sobre todo en
economías avanzadas (esto ya tiene nombre: ‘Modern Monetary Theory’ o Teoría
Monetaria Moderna). Esto podría exacerbar el deterioro fiscal que comenté en el
punto (6).
Así, nos encontramos en un mundo que enfrentará mayor
demanda por activos de refugio por un mayor periodo de tiempo –particularmente
brindando fortaleza al dólar–, mayores precios de energía, mayores tasas de
inflación –tanto por los precios de la energía, como por el proceso deflacionario
que se experimentará debido al retroceso de la globalización–, tasas de interés
más altas, curvas de rendimiento con pendiente positiva, diferenciales con
bonos no gubernamentales más amplios y la demanda deberá favorecer los
instrumentos indizados a la inflación.
En días recientes desafortunadamente perdí a dos buenos
amigos. Por un lado, a Enrique Solórzano, a quien siempre admiré y estimé mucho
y que me queda claro que ha dejado un gran hueco en el mercado financiero
mexicano. Por otro lado, a Jorge Reyes, una gran persona y a quien muchos
admiramos la forma en que disfrutaba la vida. Mando un fuerte abrazo con mucho
cariño a Javier, Carlos y familia para que pronto encuentren consuelo por esta
partida en una etapa tan temprana en el camino de la vida. Descansen en paz
‘Ché’y Jorge.
***Articulo de: El Financiero, México
* Gabriel Casillas: El autor es Economista en Jefe para
Latinoamérica del banco Barclays y miembro del Comité de Fechado de Ciclos de
la Economía de México.
* Las opiniones que se expresan en esta columna son a
título personal.