«Las dictaduras pseudoeslava y pseudochina, que han renunciado a toda influencia ideológica, a diferencia del estalinismo tardÃo y del maoÃsmo, ¿serÃan más eficaces que las democracias liberales y más capaces de garantizar la felicidad de su pueblo? Concretamente y sin posibles matices, la respuesta es no».
No, no hemos vuelto a la Guerra Fría. Esta, que dividió
el mundo en dos polos rivales y exigía a cada nación elegir su bando, oponía
dos ideologías, dos modelos políticos y económicos: la democracia liberal
contra el comunismo. Cada uno pretendía hacer feliz a la gente y prometía un
futuro brillante; las armas que protegían y difundían estas dos ideologías eran
solo la superestructura de una convicción política y filosófica. Entre estas
dos concepciones de la historia, algunas naciones del llamado Tercer Mundo,
como la India, intentaron, sin éxito, abrir un camino no alineado, neutral.
Entre la democracia y la dictadura del partido único, entre la economía de mercado
y el comunismo de Estado, había espacio para discursos y posturas, pero no para
una economía real ni para una política democrática.
Tras la desaparición de la Unión Soviética, el concepto
mismo de economía socialista desapareció, siendo los chinos los primeros en
unirse al capitalismo y al libre comercio, seguidos rápidamente por la India,
Brasil y la mayoría de los países de África. La situación actual, por lo tanto,
es completamente diferente; ya no se enfrentan ideologías con pretensiones
universales. Los dirigentes chinos insisten constantemente en el carácter chino
de su régimen político y económico; no pretenden exportarlo y nadie se esfuerza
por copiarlos o unirse a ellos. Las relaciones del resto del mundo con China
son estrictamente comerciales, en absoluto ideológicas.
Lo mismo ocurre con Rusia, que exporta gas y petróleo,
pero ninguna idea y, por desgracia, ninguna obra cultural significativa. Por el
contrario, bajo el impulso de Vladímir Putin y su Iglesia Ortodoxa, Rusia se ha
replegado hacia una identidad exclusivamente eslava. El intento de anexión de
Ucrania estaría justificado por el carácter eslavo de la población, como si el
ADN constituyera una nación, una concepción excéntrica que erróneamente se
consideraba desaparecida con el nazismo. La rivalidad actual, que ha sustituido
a la Guerra Fría, ya no se plantea en términos filosóficos, sino en términos de
etnicidad y eficiencia.
A la luz de estos dos criterios, me parece que las
dictaduras china y rusa, sean cuales sean las apariencias y las circunstancias,
se encuentran en muy mal estado. En primer lugar, el criterio genético no tiene
ningún sentido: los rusos son europeos, cruzados con algunos antepasados
mongoles y tártaros, pero ante todo, europeos. Los emperadores rusos siempre se
consideraron europeos y la noción de eslavofilia es una invención romántica del
siglo XIX, cuyo cantor fue Dostoyevski; no es más que un mito. Los polacos y
los ucranianos se declaran europeos y solo su idioma es eslavo. Su ADN no les
dicta un gusto particular por el despotismo ruso y han optado por la democracia
liberal.
Lo mismo ocurre en China, donde la noción de raza china
se creó en el siglo XIX para contrarrestar la influencia europea, mientras que
entre un manchú y un cantonés hay tantas diferencias genéticas como entre un
noruego y un siciliano; China era un imperio cosmopolita y multiétnico. Yo
añadiría que el hecho de ser chino no conduce a la dictadura más que la
eslavofilia. La prueba es que los chinos de Taiwán y Hong Kong, junto con una
vasta diáspora china en todo el mundo, también han elegido la democracia
liberal.
Estas dictaduras pseudoeslava y pseudochina, que han
renunciado a toda influencia ideológica, a diferencia del estalinismo tardío y
del maoísmo, ¿serían más eficaces que las democracias liberales y más capaces
de garantizar la felicidad de su pueblo? Concretamente y sin posibles matices,
la respuesta es no. Actualmente tenemos dos pruebas que lo demuestran: la
capacidad de resistir la pandemia de Covid-19 y las perspectivas económicas.
La pandemia, que por fin está retrocediendo en las
democracias liberales, gracias a las vacunas y la disciplina consentida,
estalla en Rusia y China. Estos dos países que se niegan a utilizar vacunas
‘occidentales’ han recurrido a vacunas locales, que son particularmente
ineficaces. A esto se suma la negación de la pandemia y la estrategia ‘cero
Covid’, que es una de las formas de la negación. El Gobierno chino, prisionero
de su ceguera, se limita a confinar en sus casas a poblaciones gigantescas: 12 millones
de habitantes en Xian, otros tantos en Shanghái y próximamente en Hong Kong,
sin vacunas ni cuidados. Para finales de año, China se rendirá a un desastre
sanitario nacional que llevará a una recesión económica inevitable, desde el
momento en que se encarcela a la población. No está claro cómo sobrevivirá la
dictadura de Xi Jinping a este doble fracaso. Y tampoco está claro cuánto
tiempo podrá sobrevivir la dictadura de Vladímir Putin fuera del mundo.
No sabemos qué saldrá de este crepúsculo de los
dictadores, pero sí sabemos que las democracias liberales saldrán fortalecidas.
¿A qué se debe la superioridad de las democracias liberales, que siempre acaban
ganando? No a su eficiencia mecánica, ni a su unidad nacional, sino a su
capacidad de autocrítica. Nosotros, los demócratas y los liberales, no
pretendemos saber la verdad. Nuestra ventaja se debe enteramente a nuestra
búsqueda constante; sabemos que no sabemos, gracias a lo cual nos acercamos al
verdadero conocimiento.