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26/03/2022 | Opinion - El poder desnudo de los supervillanos: por qué los dictadores ya no necesitan fingir que creen en la democracia

Rodrigo Terrasa

Tras la Guerra Fría, los autócratas fingían respetar la democracia. Hoy, con las libertades en crisis en todo el mundo, ya no les hace falta. "Ha emergido cierto desprecio por la reputación internacional. A Putin ya le da igual lo que piensen de él" .Con la democracia en crisis en todo el mundo, sus enemigos ya no sienten la necesidad de ocultar sus ambiciones autocráticas (YASCHA MOUNK). Ha emergido cierto desprecio por la reputación internacional. A Putin ya le da igual lo que piensen de él (JUAN LUIS MANFREDI). Ahora el malo malísimo es Putin, pero si repasamos su álbum de fotos, aparece retratado con todos los líderes del mundo (TONI AIRA).

 

En 2014, con motivo del 62 cumpleaños de Vladimir Putin, una pequeña galería de arte de Moscú organizó una exposición en la que el presidente ruso aparecía convertido en un Hércules que reinventaba los 12 trabajos de la mitología clásica. Si el dios romano mataba al león de Nemea o domaba al toro de Creta, aquí el presidente ruso estrangulaba con sus propias manos a un terrorista checheno, combatía con su escudo las sanciones de la Unión Europea o capturaba a un perro yanqui de tres cabezas.

La exposición la montó un estudiante de posgrado en Ciencias Políticas de la Universidad de Moscú llamado Mikhail Antonov. En sus ratos libres, también administraba un grupo de fans de Putin en Facebook que por aquel entonces tenía casi 300.000 seguidores.

En la última pintura de aquella muestra, Vladimir Putin sostenía los cielos como hizo Hércules para Atlas. "El cielo que podría caer sobre la tierra es la guerra en la otrora próspera Ucrania", decía la placa de aquel cuadro. "Y es solo con la ayuda de Putin que el cielo aún no ha caído".

Ocho años después y con el cielo desplomándose sobre nuestras cabezas, la página de fans del líder ruso que abrió el joven Mikhail ya acumula más de medio millón de amigos y Putin ha pasado de ser Hércules a convertirse casi en icono pop. Hay cientos de memes con su imagen: Putin con el torso desnudo montando a caballo, cabalgando un oso, pescando en Siberia, abrazando adorables cachorrilos o acariciando un tigre. Como si fuera una especie de Barbie, tenemos al Putin judoka, al Putin jugador de hockey, al Putin piloto, al espía, al ciborg...

Vladimir Putin, superstar. En Moscú se venden camisetas y hasta carcasas de iPhone con la cara del presidente. Y hay colas en las tiendas para conseguirlas antes de que se agoten.

Putin es tantas cosas para el pueblo ruso que ya no necesita disimular ser lo que no es fuera de sus fronteras. La farsa democrática ha terminado. "Con la democracia en crisis en todo el mundo, sus enemigos ya no sienten la necesidad de ocultar sus ambiciones autocráticas", alertaba hace sólo unos días el escritor Yascha Mounk en un artículo con un título aterrador: Los dictadores ya no fingen.

La invasión de Rusia es el último capítulo televisado de un proceso que lleva gestándose durante años: cuanto más se debilitan las democracias, menos disimulan los autócratas. Ejemplos tenemos de sobra: de Putin a Kim Jong-un, pasando por Maduro, Xi Jinping, Duterte u Orban. Por qué fingir que respetas lo que se desmorona. "Putin ya no tiene la intención de permitir que ni siquiera las normas internacionales más básicas, como la prohibición de la conquista territorial por medios militares, limiten sus ambiciones", censura Mounk en su tribuna.

Nos adentramos, según él, en una nueva era política: "La era del poder desnudo".

Las democracias parecen tan pasadas de moda que los supervillanos pueden ya exhibirse a pecho descubierto, como en aquel meme de Putin cabalgando un oso.

Yascha Mounk, profesor de Asuntos Internacionales en la Universidad Johns Hopkins de Washington, tiene sólo 39 años pero lleva ya un tiempo alertando de la decadencia de la democracia liberal y hoy es uno de los mayores expertos del mundo en el fenómeno populista. "En el periodo inmediatamente posterior a la Guerra Fría, incluso los dictadores sintieron la necesidad de adorar en el altar de la democracia", escribe. "Los líderes políticos hicieron todo lo posible por mantener la ilusión de disfrutar de cierta legitimidad democrática. Aunque estas profesiones de fe democrática nunca fueron sinceras, crearon un incentivo para que los regímenes autoritarios no oprimieran a los activistas de la oposición o a los ciudadanos comunes de la manera más abierta y brutal. Pero eso ahora está cambiando".

El inicio de la invasión de Ucrania a cargo de las tropas rusas coincidió con la publicación del último informe de Freedom House, una organización no gubernamental con sede en Washington que promociona la democracia, la libertad política y los derechos humanos. "La libertad global se enfrenta a una terrible amenaza", alerta su estudio, que sostiene que los peligros a los que nos enfrentamos en la actualidad son el resultado de 16 años consecutivos de declive de la libertad global.

Según su informe, las instituciones democráticas y los derechos civiles se deterioraron en 60 países de todo el mundo durante el año pasado, mientras que las libertades sólo mejoraron en 25 territorios. Actualmente, alrededor del 38% de la población mundial vive en países "no libres", la proporción más alta desde 1997. Sólo alrededor del 20% puede decir que vive en libertad.

"Durante gran parte del siglo XXI, los opositores a la democracia han trabajado persistentemente para desmantelar el orden internacional y las restricciones que impuso a sus ambiciones", explican desde Freedom House. "Los frutos de sus esfuerzos ahora son evidentes: los líderes de China, Rusia y otras dictaduras han logrado cambiar los incentivos globales, poniendo en peligro el consenso de que la democracia es el único camino viable hacia la prosperidad y la seguridad, al tiempo que fomentan enfoques de gobierno más autoritarios".

Los golpes de estado fueron más comunes en 2021 (un total de siete) que en cualquiera de los 10 años anteriores. El orden global parece definitivamente un asunto del pasado.

"Ese retroceso de las democracias no se produce de un día para otro, arrastramos un declive sistémico durante mucho tiempo", explica Juan Luis Manfredi, profesor de Relaciones Internacionales y catedrático Príncipe de Asturias en la Universidad de Georgetown. "Se han privatizado los partidos políticos, atrapados por las élites y los hiperliderazgos, y se ha secuestrado el debate. No existen espacios de conversación política, sino espacios para colonizar la administración y controlar el gobierno de los jueces y los medios. Y todo en una sociedad cada vez más polarizada y dividida en más subgrupos. Hemos troceado tanto nuestra identidad, que hemos perdido los elementos comunes".

Y al final -diagnostica Manfredi- hemos ido desconectando tantos fusibles del circuito democrático que el sistema se ha fundido. Tanto que ahora brillan quienes crecieron en la oscuridad amarrados a una idea populista de iluminado orgullo nacional. "Ha emergido cierto desprecio por la reputación internacional", apunta el catedrático. "A Putin ya le da igual lo que piensen de él, porque él es el jefe de los suyos y en su país se hace lo que él diga y punto. Esos nuevos hiperliderazgos se consolidan en una especie de pacto social por el que los ciudadanos aceptan cierto sacrificio político a cambio de estabilidad social y económica, un pacto en el que las libertades tampoco son tan relevantes. Durante muchos años ser un dictador era algo feo, despreciable, algo que no interesaba internacionalmente. Pero ahora la reputación da igual o bien porque tienes a la población cautiva o bien porque los socios que te interesan, China por ejemplo, tampoco parecen muy preocupados por los procedimientos democráticos".

Si el mundo fuera una partida de Risk, ya podrían coger las instrucciones y tirarlas a la basura porque las reglas ya no valen. Los dictadores hoy ganan elecciones (o lo que sea), las nuevas generaciones no temen al fascismo porque no saben ni lo que es y hasta democracias tan consolidadas como la estadounidense tiritan cuando una banda de fanáticos liderada por un tipo con cuernos de bisonte asalta el Capitolio alentada por un estrafalario multimillonario con tupé oxigenado que llegó a presidir la primera potencia del mundo.

"No puedes fijarte en las elecciones porque cada vez más autócratas las usan como una excusa para legitimarse", aseguraba esta misma semana en EL MUNDO Dani Rodrik, catedrático de Política Económica Internacional de la Universidad de Harvard y premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. "Hay otros pilares de la democracia liberal que están en retroceso: el Estado de Derecho, la libertad de expresión, el respeto a las minorías... Si EEUU no fuera una democracia, no podríamos construirla de nuevo: la distancia entre demócratas y republicanos es tal que sería imposible".

En efecto, un 70% de los votantes republicanos todavía cree que hubo fraude electoral en las últimas elecciones presidenciales y que Joe Biden no es un presidente legítimo y, según una encuesta de Zogby publicada el mes pasado, casi la mitad de la población americana (un 46%) considera probable o muy probable que EEUU viva otra guerra civil.

Otro estudio, este firmado por el propio Yascha Mounk y por el profesor de la Universidad de Melbourne Roberto Stefan Foa ya denunció hace unos años que sólo un 36% de los jóvenes europeos consideraba que un golpe militar "no es legítimo en una democracia".

"La generación actual de jóvenes de Europa y EEUU ha crecido en un mundo sin guerras, sin dictaduras", alertaba ya entonces la periodista estadounidense Anne Applebaum, autora de El ocaso de la democracia (Debate). "Dan por sentado que hay democracia, que está siempre va a existir. Pero la democracia no es inevitable, requiere esfuerzo y tiempo"

La misma encuesta de Mounk y Foa decía que uno de cada cuatro millennials no creía importante elegir a sus líderes a través de elecciones libres. "Los jóvenes son conscientes de sus derechos, pero no tanto de los peligros que implica perder esos derechos", asegura ahora Francisco Collado, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga. "Quizás se deba a que vivimos en una sociedad hedonista, de consumo, donde estamos más dispuestos a navegar en la red o a consumir series que a reivindicar o luchar por nuestros derechos".

En 2017, el politólogo francés Dominique Moïsi escribió un libro llamado La geopolítica de las series (Ed. Errata naturae) en el que analizaba la política internacional a través de las principales producciones de Netflix o HBO. Su ensayo concluía que mientras las series occidentales como House of cards, Juego de tronos, Homeland o Downton Abbey criticaban y minaban nuestro propio sistema, siempre corrupto y decadente, las series chinas o rusas se empleaban a fondo en glorificar sus propios regímenes. Winter is coming...

"Putin lleva 22 años cultivando el relato del neozar, de garante del esplendor pasado, de líder icónico", explica Toni Aira, profesor de comunicación política en la UPF Barcelona School of Management y autor del ensayo La política de las emociones (Ed. Arpa). "Mientras tanto, a las nuevas generaciones en Occidente les queda muy lejos la dictadura de Franco o la figura de Hitler. Y lo poco que hayan podido recibir les llega, en el mejor de los casos, a través de la ficción, de dramatizaciones que pueden matizar o romantizar la Historia. Es muy complicado que puedan vincular ciertas dictaduras con los procesos actuales".

Suficiente tenemos con recordar el último tuit del líder de turno en estos tiempos de actualidad centrifugada como para acordarnos de lo que costó conseguir la democracia hace no sé cuántos años. "El mercado de la atención está tan saturado que los líderes están obligados a impactar emocionalmente y la política se acaba futbolizando, dividida entre buenos y malos", apunta Aira. "Ahora el malo malísimo es Putin, pero si repasamos su álbum de fotos, aparece retratado con todos los líderes del mundo. Como en su día Gadafi".

Hagan la prueba en Google. "Aznar + Putin". "Zapatero + Putin". "Rajoy + Putin". "El Rey + Putin". Todos tienen una foto con él. Y Macron, Merkel, Boris Johnson, Obama, Biden... Hasta Paul McCartney se fue de visita al Kremlin.

"Ya sea por poder económico, político, energético o por pura ingenuidad, durante mucho tiempo Putin fue el mal menor", dice Aira. "Un malo sexy, con un punto entrañable. Hemos disneyficado tanto nuestra política que a un personaje tan nocivo como Putin le pasamos un filtro pop y creímos que era un malo de película que nunca pasaría de eso. Que era como Gru, mi villano favorito. Y de golpe nos topamos con la realidad".

Putin al desnudo. El Hércules ruso. Vladimir, nuestro villano favorito.

El Mundo (España)

 



 
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