Pekin - Muy cerca del Ministerio de Exteriores de PekÃn hay un restaurante donde hacen unos jiaozi de carne de burro que son una delicia. Una bandeja de 20 cuesta menos de cinco euros. Y encima los sirve acompañados por una primorosa salsa de soja, pepino y ostras. Maravilloso.
Conocí el local de la mano de un par de veteranos
diplomáticos chinos que habían hecho carrera en Latinoamérica. Uno de ellos, el
más dicharachero, no paraba de hablar de las increíbles chicas colombianas.
Aunque no pudo tener una relación seria con ninguna porque su Gobierno no
permite a los funcionarios de alto perfil estar con mujeres extranjeras. No
vaya a ser que sean espías.
El otro diplomático era más sereno. No hacía bromas ni
reía las de los demás. Se centraba en guardar silencio mientras mojaba los
jiaozi en la salsa tratando de que las gotas no salpicaran en la mesa. Pero
salió el tema de Ucrania y el diplomático mudo levantó la cabeza del plato y
soltó su frase antes de volver a engullir: "China siempre gana".
Su argumentario parte de que el país se beneficiará de
una Rusia debilitada y aislada. Un Moscú devastado por las sanciones se
encontrará desesperado por vender todo lo que pueda a precios de liquidación. Y
ahí estará Pekínpara abrir los brazos a su futuro vasallo Putin. Se asegurará
el derecho a comprar petróleo y gas rusos a precios de paria, dando a sus
empresas industriales una inalcanzable ventaja competitiva.
Pero el gigante asiático juega en ambos lados. Que Europa
vaya a tener que acelerar la transición hacia la energía verde beneficiará a
China como líder importador de renovables. Y, en el terreno geopolítico, el
anhelo imperialista de Putin podría dar el empujón que necesita su colega Xi
Jinping para posicionarse como el único capaz de parar los pies al dictador
ruso.