“Hacer predicciones es muy difícil, sobre todo si son sobre el futuro”. La frase no es mía, sino del famoso jugador de béisbol americano Yogi Berra, que respondió así al ser preguntado sobre qué esperaba del próximo partido. Pues lo mismo podría aplicarse a la mayoría de analistas y supuestos expertos (ya sabemos que en esta España de hoy contamos con 47 millones de expertos para cualquier asunto) que se han acercado al tema de la guerra en Ucrania tras la invasión Rusa.
Por recordar brevemente y sin ánimo de hacer sangre
alguna, primero se dijo que no habría invasión; cuando éste comenzó, que Kiev
caería en cinco horas; cuando Ucrania no se rindió, que Rusia se retiraba en
dos días; cuando tampoco sucedió, que se preparaba un golpe de estado para
echar a Putin del Kremlin; con Putin cesando a sus mandos militares y
poniéndose al frente de las operaciones, que esta guerra va a suponer una
sangría y que Rusia no puede permitirse un conflicto prolongado; tras la
reestructuración de las fuerzas rusas a en Ucrania, que la victoria de Zelenski
está a la vuelta de la esquina. Pero la
esquina debe ser muy larga porque no hay indicio alguno a que la invasión vaya
a concluir a corto o medio plazo.
Yo no voy a contradecir todos los números de bajas
causadas a las fuerzas rusas y el ingente material perdido. Pero es que lo
normal es que en las guerras haya destrucción y sangre. La clave no es tanto el nivel de daño
alcanzado al enemigo, sino si éste es capaz de reponer lo perdido. Y si, Rusia
tiene la plena capacidad de reponer lo perdido y concentrar aún más fuerzas si
lo considera necesario. Ucrania, por contra, depende vitalmente de la ayuda que
le están enviando los aliados occidentales. Una factura de la que no se habla,
pero que pagamos de nuestros bolsillo. Y más abultada cada día que pasa.
Tampoco podemos olvidar que, según la reciente
experiencia, a Rusia le viene bien mantener eso que suelen llamarse “conflictos
abiertos”, donde modula a su antojo y según sus intereses del momento su nivel
de operaciones militares. No tenemos más que mirar a Transnistria, Osetia del
Sur o Abjacia. Es más, en una guerra de desgaste en el que Rusia controla el
grifo de le energía que consumimos, Rusia resultará determinante del precio que
acabemos pagando incluso de las posibles fuentes de sustitución. Esto, en un
ambiente económico que nos lleva de cabeza a una fuerte recesión en el 2023,
puede modificar significativamente el esfuerzo que los europeos estén dispuestos
a realizar para salvar una Ucrania unida. Muchos nos quieren hacer creer que el
tiempo corre a nuestro favor y en contra de Putin, pero mucho me temo que eso
es parte de la guerra propagandística que se está librando. La realidad puede
ser muy bien la contraria: que el tiempo -y el consiguiente desgaste- sea la
carta que piensa jugar Putin. Los occidentales tenemos muy mala memoria y la
sobreinformación acaba produciendo insensibilidad. Ucrania, con niveles
reducidos de bajas, puede pasar a convertirse para nosotros lo que el conflicto
sobre Timor Oriental fue durante años, algo distante e insignificante.
En contra de lo que se “vende” en estos momentos, Kiev
está muy lejos de salir victorioso de esta contienda; Rusia está muy lejos de
aceptar un acuerdo de paz en los términos que plantea Zelenski; y está muy
lejos, también, de poder ser derrotada militarmente sobre el terreno, por mucho
que haya retirado de Kiev. Controla el sur del país y acabará imponiendo su ley
en el Donbas. Quienes se alegran de que Putin ha logrado lo impensable, revivir
la Alianza Atlántica, esconden que resucitar una organización obsoleta sólo
consigue gastar en algo que no nos sirve. Particularmente a los españoles.
Tampoco dicen que esta guerra no va a lograr acercar estratégicamente a Estados
Unidos y a Europa. Este conflicto, desgraciadamente por inevitable, es una
auténtica distracción estratégica para los occidentales quienes deberíamos
estar encima del desarrollo nuclear iraní y las ambiciones chinas. Cuanto más se
prolongue, peor para nosotros.