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31/05/2022 | Opinión - Verde, el color de la mentira

Guy Sorman

«La prueba definitiva de que los gobiernos y las empresas no creen realmente en la emergencia climática la proporciona la guerra de Ucrania. El riesgo de verse privados del gas y el petróleo rusos ha provocado un pánico que contradice las esperanzas teóricas en las energías renovables».

 

La ecología se ha convertido en teología: a diferencia de la ciencia, que se basa en la crítica, la ecología procede por afirmaciones. No se admite discusión, so pena de ser tachado de fascista o secuaz del capitalismo estadounidense. Al volverse fundamentalistas, los ecologistas perjudican su propia causa porque, a falta de una discusión abierta, provocan un escepticismo cada vez mayor, o incluso un rechazo total de sus teorías. ¿Es posible adoptar sobre este argumento tan serio un camino intermedio que separe lo cierto de lo improbable? ¿Estamos todavía a tiempo de restaurar la verdad y distinguir entre política y ciencia? Sí, es posible a condición de no seguir mintiendo.

Recapitulemos. El clima realmente se está calentando, eso es indiscutible.

Pero no sabemos desde cuándo, porque hasta la década de 1960 no teníamos mediciones fiables. Parece que esta tendencia al calentamiento comenzó hace más de un siglo, mucho antes de la industrialización mundial. De modo que esta, con el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, en particular dióxido de carbono y metano, solo es parcialmente responsable del calentamiento global. Por lo tanto, todos los esfuerzos para reducir la emisión de gases industriales solo tendrán un efecto limitado sobre el clima. Además, este efecto será lento ya que el dióxido de carbono emitido tarda unos dos siglos en desaparecer.

De modo que la relación entre estos gases y el calentamiento de la Tierra es incierta y, sobre todo, solo tendrá un efecto positivo dentro de varias generaciones. Por lo tanto, debemos preguntar a las poblaciones actuales qué sacrificios están dispuestas a hacer para obtener estos efectos benéficos que disfrutarán sus tataranietos. Sería democrático.

Por otra parte, es engañoso hacer creer que las nuevas energías denominadas renovables, solar y eólica, pueden sustituir fácilmente al carbón, al gas y al petróleo. En el mejor de los casos, las renovables podrán satisfacer el 50 por ciento de las necesidades, siempre que se apoyen sobre energías no sostenibles y centrales tradicionales y nucleares. El coste de esta transición parcial será enorme porque habrá que crear redes de distribución e interconexión entre todas estas viejas y nuevas fuentes de producción de energía. Para los países pobres, de África en concreto, que prácticamente no tienen acceso a la electricidad, la energía renovable es una mistificación. Como bien saben, todas las centrales que se están creando en este momento en África, en India y en China son a base de carbón. Hay 450 obras en marcha.

Por lo tanto, la preocupación ecológica es esencialmente un fenómeno de los países ricos. En estos países ricos, los partidos verdes y otros están explotando esta -justificada- inquietud para ganar votos, poder y popularidad, pero sin cuantificar nunca el coste económico de esta transición ecológica ni aclarar para quién ni cuándo tendrá efectos positivos. También es engañoso vincular cualquier evento climático actual, como los incendios, los huracanes, las sequías o las inundaciones con el calentamiento y el efecto invernadero.

Los medios de comunicación en busca de catástrofes achacan unos a otros, mientras que ningún climatólogo serio se arriesga a hacerlo. Otra mentira por omisión: el calentamiento global puede provocar un aumento del nivel del mar (que en realidad comenzó en la década de 1880) y temperaturas insoportables en cincuenta años, pero no en todas partes. Sin duda, los países tropicales serán los más afectados, pero para las zonas del norte, las temperaturas más suaves serán favorables para las cosechas de cereales y para la salud pública. El calentamiento global está y estará desigualmente repartido, con pérdidas y ganancias de las que nunca se habla.

Por último, esta acumulación de mentiras lleva a la inacción de hecho. Desde que la ‘crisis climática’ ocupa las mentes y a los gobiernos, a partir de la década de 1980, la cantidad de dióxido de carbono emitido ha aumentado alrededor de un tercio, procedente, sobre todo, de China e India. De modo que todos los tratados internacionales firmados en los últimos cuarenta años solo han sido golpes de efecto, demagógicos, pero sin ningún resultado práctico. La prueba definitiva de que los gobiernos y las empresas no creen realmente en la emergencia climática la proporciona la guerra de Ucrania. El riesgo de verse privados del gas y el petróleo rusos ha provocado un pánico que contradice las esperanzas teóricas en las energías renovables. Ni los estados ni las empresas se han precipitado hacia las turbinas eólicas, sino hacia nuevos pozos de petróleo, carbón y nuevas fuentes de gas.

Concluyamos que un debate ecológico honesto requeriría una reflexión científica sobre la combinación ideal entre nuclear, renovable y no renovable para definir un equilibrio real y un calendario real entre la mitología verde y el deseo legítimo de crecimiento económico.

Casualmente, en el momento de concluir esta columna, me entero gracias a un estudio cuantificado sobre la Amazonía publicado en la revista ‘Nature’ de que esta produce un 20 por ciento más de dióxido de carbono del que absorbe. Es decir, la Amazonía ‘pulmón del planeta’ es una mentira más que deshonra a los fundamentalistas verdes y hace retroceder su causa. También en ecología, la realidad no es el equivalente del mito. El mito es halagador, pero solo el progreso mejora nuestra existencia en esta tierra.

ABC (España)

 



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