No podemos permitirnos una victoria rusa ya que establecería no solamente un precedente peligroso sino un terrible mensaje a los poderes revisionistas: la conquista, la fuerza y la crueldad funcionan.
En las últimas semanas hemos visto como una serie de
analistas y expertos en relaciones internacionales tan variopintos como Henry
Kissinger o Noam Chomsky, entre otros, han hecho diversos llamamientos a
encontrar una salida negociada del conflicto sobre la base de extensas cesiones
territoriales por parte de Ucrania a Rusia. Estos llamamientos son fáciles de
hacer desde la comodidad y seguridad de sus sofás en Estados Unidos pero
establecen un peligroso precedente que mandaría un simple terrible mensaje a los
poderes revisionistas: la conquista, la fuerza y la crueldad funcionan. A pesar
de estos casos aislados en Occidente, parecería que se ha producido un cierto
refuerzo del bloque occidental frente a la agresión rusa. O no.
En las fases iniciales de la invasión la respuesta
occidental fue ejemplar. Además, una serie de desarrollos del mayor interés
están reorganizando todo el panorama geopolítico europeo. Suecia y Finlandia,
poderes con una fuerte tradición de neutralidad, ha pedido formalmente su
ingreso en la OTAN. Además Dinamarca, país que se ha resistido siempre a los
diversos intentos de profundización de la integración europea decidió abandonar
su tradicional resistencia hacia la UE e integrarse en el mecanismo de seguridad
común europeo.
A pesar de estos desarrollos positivos, nos encontramos
ante un escenario algo más complejo, y es que desde nuestro entorno se están
produciendo ciertos movimientos que harían indicar que podrían estar
apareciendo las primeras grietas en la unidad occidental. Francia y Alemania se
muestran tibios, casi tímidos, a la hora de tratar con la invasión por parte de
Moscú. No quieren quemar todos los puentes con Rusia, ya saben, cosas de la
dependencia. ¿Qué decir de Hungría?
Si bien desde nuestra perspectiva parecería claro que la
denuncia de los crímenes rusos en Ucrania debiera ser unilateral, nos
encontramos ante una realidad bien distinta. A pesar de la condena aplastante
de la gran mayoría de miembros de la Asamblea General de Naciones Unidas, nos
encontramos ante una posición, cuanto menos, ambigua de la mayoría de los
principales actores en la esfera internacional que no conforman el bloque
occidental.
Muchos países africanos se han negado a condenar las
acciones del Kremlin. No es sorprendente. Rusia es uno de los principales
actores geopolíticos en el continente, sobre todo a través del Grupo Wagner,
compañía de mercenarios contratados por diversos estados africanos como apoyo a
sus fuerzas de seguridad, o, paradójicamente, por parte de actores no estatales
en sus pugnas contra diversos gobiernos. Se da pues que Wagner sea, a la vez,
un agente de seguridad e inseguridad en el continente. Por otro lado, Rusia es
uno de los principales exportadores de alimentos en la región, así como el mayor
proveedor de armas.
Aunque quizás se el caso de India el que genere mayor
preocupación. Nueva Delhi es uno de los principales socios de Washington en su
pugna con Pekín, pero, en esta ocasión, se ha mostrado muy reticente a la hora
de condenar al Kremlin por sus acciones en Ucrania. Desde nuestro entorno
solemos tener una visión bastante sesgada de la historia, y solemos olvidar u
obviar ciertas realidades que nos incomodan o no compartimos. Por ejemplo, ya
en tiempos de la Guerra Fría, los lazos entre Nueva Delhi y Moscú eran
estrechísimos. La URSS fue siempre un garante de los intereses indios en el
Consejo de Seguridad, en particular en lo referente al conflicto en Cachemira.
Los vínculos económicos y comerciales entre ambos países siempre han gozado de
buena salud. India está aprovechando la coyuntura actual para comprar petróleo
ruso con grades descuentos. Rusia es, aún hoy, el mayor proveedor de armamento
a India. La cruda realidad es que los intereses de muchos países no se alinean
con los nuestros, y muchos son los que acusan a Occidente de hipocresía
aludiendo las muchas intervenciones militares unilaterales que hemos llevado a
cabo en las últimas décadas.
En Oriente Medio la situación sería, si cabe, aún más
preocupante. Se da que Rusia, con su fuerte presencia en Siria, y tras su
exitosa campaña contra el Estado Islámico, se ha convertido no ya solo en el
baluarte del régimen de Assad, sino también en uno de los principales actores
en el marco de seguridad regional. Ni Arabia Saudí, ni Emiratos Árabes Unidos,
ni Jordania, ni siquiera Israel, todos socios clave de Estados Unidos en la
región, se han mostrado particularmente interesados en condenar al Kremlin.
Ante estos desarrollos nos encontramos ante una solución
difícil, y seguramente mala, de la situación en Ucrania. No contamos con un
frente unido ante Rusia. Pero es que la propuesta de cesión territorial no
solamente es perversa, si no que tampoco serviría para proteger el orden
internacional de futuras agresiones por parte de regímenes descontentos que se
encuentren incómodos bajo el liderazgo liberal.
Rusia tiene que perder en Ucrania. No podemos permitirnos
una victoria rusa ya que establecería no solamente un precedente peligroso,
también nos encontraríamos ante una situación de confrontación de fácil
escalada entre potencias nucleares. A raíz de las capacidades demostradas por
las fuerzas de ocupación rusas en Ucrania, tanto Washington como Moscú saben
que en caso conflicto entre ambos lados, la alianza atlántica tendría la
capacidad de someter al enemigo con relativa facilidad. Rusia sabe que en ese
caso su única opción para evitar la derrota total pasaría por la amenaza que
supone su arsenal nuclear. Esta perversa palanca del Kremlin supondría también
un envite a los esfuerzos globales contra la proliferación de este tipo de
arma.
Kissinger y Chomsky se equivocan. Valdría preguntarles si
aceptarían tan expeditamente la cesión de sus tierras al agresor. Cabría
preguntarles qué clase de orden quedaría tras semejante claudicación.
https://www.larazon.es/internacional/europa/20220609/lamtuldtynebrhzx26lgqfuwwy.html