«Conforme a la ley de Schumpeter, lo nuevo reemplaza a lo viejo; desaparecen empresas, incluso sectores enteros, que son sustituidos por otros nuevos, más productivos. Los nuevos gerentes de estas empresas virtuales reemplazarán a los de las empresas fÃsicas, con métodos de gestión distintos».
Al observar la actualidad política y económica, nada es
más fácil que pasar por alto lo esencial: en medio de los hechos, no vemos los
hechos. Por eso, creo que en este momento se nos escapa hasta qué punto se
están transformando nuestras prácticas económicas y el futuro del trabajo en
nuestros países relativamente ricos. Sin ánimo de impartir aquí una lección que
sería pretenciosa, recordaré que todo crecimiento se basa en lo que el
economista Joseph Schumpeter llamaba destrucción creadora: profesiones que
siempre han existido se consideran repentinamente arcaicas y son sustituidas
por otras, cuya aparición nadie preveía.
Para nuestros antepasados, trabajar consistía en ir al
campo. Más tarde en ir a la fábrica. Y más recientemente, en ir a la oficina.
Las granjas que han sobrevivido parecen fábricas y las
fábricas parecen oficinas. Pues bien, lo que ocurre en este momento es que
después de la granja, la fábrica y la oficina, el trabajo exige cada vez más
quedarse en casa, delante del ordenador.
La pandemia es la causa principal, pero unida al progreso
de la comunicación en internet; la destrucción creadora está en marcha. No nos
hemos dado cuenta de inmediato porque, en la mayoría de los casos, se trata de
una innovación técnica que destruye lo viejo para producir algo nuevo: la
máquina de vapor, la energía eléctrica, el motor de cuatro tiempos, la energía
nuclear, los organismos genéticamente modificados. Pero un virus puede tener el
mismo efecto revolucionario.
Recordemos que, a mediados del siglo XIV, el bacilo de la
peste que llegó a Europa desde Oriente (igual que el Covid-19) y mató a casi la
mitad de la población, transformó y modernizó la agricultura. De repente, la
mitad de campesinos se encontraron con el doble de tierra. Reaccionaron
positivamente, inventando nuevos métodos de labranza, siembra y remolque que
permitieron a Europa seguir alimentándose y luego generar excedentes que
permitieron pasar a la revolución industrial. El Covid, sin matar tanto como la
peste negra, ha transformado el trabajo y la economía de manera comparable;
suponer que el virus volverá a su nicho y nosotros retomaremos nuestros hábitos
anteriores probablemente sea un gran error.
En primer lugar, el Covid no va a desaparecer, lo que nos
obliga a cambiar nuestro comportamiento: mantenemos la distancia, llevamos
mascarilla, reducimos nuestras interacciones sociales, evitamos reuniones
numerosas. En cambio, en nuestra vida personal, familiar y profesional, nos
comunicamos a través de Zoom o de medios virtuales equivalentes. En las
metrópolis occidentales y en Japón, e incluso donde la pandemia está
disminuyendo, las empresas no consiguen que sus empleados vuelvan a la oficina.
En Manhattan, por ejemplo, la tasa actual de ocupación de
oficinas ronda el 40 por ciento; en todas partes, el teletrabajo se ha
convertido en la norma, para todas o la mayoría de las actividades. Esta
tendencia no hará sino acelerarse con el perfeccionamiento de las técnicas de
reuniones virtuales con hologramas. El resultado es una cadena de destrucción:
restaurantes, cines y transporte público están desiertos. Han sido sustituidos
por plataformas de entrega a domicilio de todo lo que los sustituye, consumo,
entretenimiento y telemedicina. Conforme a la ley de Schumpeter, lo nuevo
reemplaza a lo viejo; desaparecen empresas, incluso sectores enteros, que son
sustituidos por otros nuevos, más productivos. Los nuevos gerentes de estas
empresas virtuales reemplazarán a los de las empresas físicas, con métodos de
gestión distintos.
Esta revolución técnica, social y de gestión también
afectará a la producción industrial y la de las fábricas. Sin duda, esta
revolución pasará por la denominada producción 3D. Ya sabemos construir casas,
aviones y máquinas inyectando materiales a partir de un programa. Un poco de
ciencia-ficción: en lugar de mover un equipo de constructores con su maquinaria
pesada, mañana recibirán unas líneas de código en su ordenador, junto a una
impresora tridimensional disponible durante 24 horas, y podrán fabricar su casa
o su coche. En Suecia han construido escuelas así.
Esta nueva economía, al limitar los desplazamientos, será
menos contaminante, y las jornadas laborales serán más cortas. ¿Cómo
utilizaremos nuestro tiempo libre y soportaremos el paso de los días en casa,
frente a una pantalla? Todavía no lo sabemos, pero nos adaptaremos; los obreros
y campesinos del pasado no parecen haber sufrido con la reducción de su semana
laboral de 80 a 40 horas. Añadiría que la destrucción creadora nunca viene
sola.
Al mismo tiempo que la pandemia, se han desarrollado
nuevas técnicas, no solo de comunicación, sino en áreas que también están
cambiando nuestra vida económica y social. Pondré dos ejemplos destacados: la
alimentación, que será cada vez más sintética (una solución a las hambrunas), y
la energía de las microcentrales nucleares, que no emiten gases de efecto
invernadero y para las cuales ya existen prototipos. Todo esto, y lo que
precede en esta columna, debe tomarse como suposiciones; los economistas no son
profetas, pero su papel es predecir lo impredecible.