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30/06/2022 | Opinión - ¿Por qué triunfa el populismo en América Latina?

Carlos Kenny Espinosa Donde

Colombia ha tenido su segunda ronda para elegir al nuevo presidente y el triunfador fue el exalcalde de Bogotá y exguerrillero del M-19, Gustavo Petro. Su plataforma de izquierda se une a la de los presidentes de Chile, México, Ecuador, Bolivia, Argentina, Honduras, aunados a quienes, con banderas socialistas, suprimieron las democracias y se tornaron en dictaduras en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Permítame aclarar, socialismo no es sinónimo de populismo.

 

A lo largo de la historia de las democracias, es claro que ningún electorado va a cambiar de opción política si la mayor parte de los ciudadanos están satisfechos con sus perspectivas económicas, sociales y de seguridad, así como por la percepción de estabilidad y crecimiento de la población. Esta es la receta perfecta para asegurar la reelección en los países donde las leyes lo permiten y la mejor plataforma de lanzamiento para los candidatos del partido en el poder. ¿Quién va a repudiar a un gobierno donde las circunstancias de la vida diaria han mejorado sustancialmente desde su ascenso al poder? Las luchas políticas en estas circunstancias son ideológicas, más de forma que de fondo. La democracia funciona mejor con barrigas satisfechas, bolsillos llenos y un futuro prometedor.

Estas circunstancias de progreso, estabilidad, crecimiento, seguridad e igualdad ante la ley hace muchos años que no se presentan en la mayoría de los países de América Latina.

Gran parte de la población de la región vive cerca o debajo de la línea de la pobreza. Los gobiernos de centro y derecha que prometieron crecimiento y bonanza para sus ciudadanos se han quedado cortos. La economía mundial ha sido vapuleada por la pandemia los últimos dos años y, recientemente, por el conflicto ruso-ucraniano. Si sumamos la corrupción, ineptitud, ineficiencia e incapacidad de muchos gobiernos regionales, la mesa está puesta para las falsas esperanzas que han sido proclamadas por los políticos populistas, tanto de derecha, como Bolsonaro y Trump, como por los de izquierda, liderados por López Obrador y Fernández.

 La estrategia para que gane un populista es relativamente sencilla: identificar las necesidades y carencias esenciales del pueblo, así como los resentimientos sociales para explotar las fallas de las políticas existentes, crear un enemigo común, causante de todos los males (normalmente el presidente actual y su candidato oficialista), prometer igualdad entre la población y un gobierno paternalista que solucionará las penurias de los votantes. Para esto, se valen de soluciones simplistas (por ejemplo, decir que para extraer petróleo sólo hay que excavar la tierra y brotará milagrosamente), utilizar verdades a medias y explotar el descontento popular en contra del régimen a derrotar. Los empresarios exitosos se convierten en el reflejo de la disparidad social y muchos de ellos son transformados en los villanos por excelencia junto con los políticos corruptos, que le han robado al pueblo “bueno y sabio”.

 Las condiciones sociales y económicas rigen las elecciones y los populistas lo saben (como dicen en Estados Unidos, It’s the economy, stupid!). Sabiendo que prometer no encarece, se erigen mesías que rescatarán a la población de todos sus males, regalando dinero a través de programas sociales. Ese es el queso de la ratonera política de los gobiernos populistas. Recibir ingresos sin necesidad de trabajar suena muy atractivo para quienes han sido olvidados y dejados de lado por los gobiernos de derecha.

Los populistas saben que en la democracia se gana con votos y en Latinoamérica las masas tienen grandes necesidades. Viene a mi memoria un adagio utilizado en la industria de la ropa: “Confecciona para el rico y te harás pobre. Confecciona para el pobre y te harás rico”. Los populistas lo saben, hay que decirle al pueblo lo que quiere escuchar, no importa que sea imposible de cumplir, sólo hay que tener suficiente queso en la ratonera.

Eso es lo que diferencia a un político tradicional de un populista. Su falta de ética y el cinismo de saber que sus propuestas son insostenibles y, muchas veces, irrealizables. El saber que no van a cumplir con la mayoría de sus promesas, con el quebranto económico, social y moral del país, y el enriquecimiento de sus círculos cercanos. Esa es la trampa y mayor peligro. Latinoamérica ha caído en ella y no puede soltar el queso, aunque la ratonera se convierta en dictadura.

***  Carlos Kenny Espinosa Dondé: Consultor en medios, liderazgo, manejo de crisis y catedrático de la Universidad Anáhuac

Excelsior (Mexico)

 



 
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