El presidente de EEUU realiza el primer viaje a Oriente Próximo de su mandato para escenificar el deshielo con Mohamed bin Salman y lanzar un mensaje potente a favor del actual Gobierno israelÃ, en plena crisis.
Joe Biden llega esta semana a Oriente Próximo, en su
primera gira como presidente de EEUU a la región, intentando no repetir los
errores de Barack Obama. Cuando en 2009 llegó a la Casa Blanca, Obama no
incluyó Israel en su primera gira regional y prefirió recalar en Turquía e
Irak, en abril, y en Arabia Saudí y Egipto, en junio. No sería hasta marzo de
2013, entrado ya su segundo mandato, cuando visitaría Tel Aviv, Jerusalén y
Ramala, lo que le valió enormes críticas. Biden era entonces vicepresidente de EEUU
y tuvo que lidiar con las consecuencias de las decisiones de Obama cuando se
personó en Israel en 2010 y fue humillado por el primer ministro Benjamin
Netanyahu.
Pero los tiempos son ahora otros y el presidente de EEUU
es hoy, una década después, Joe Biden. El demócrata hará escalas, entre el 13 y
el 16 de julio, en Israel, Cisjordania y Arabia Saudí en su primer viaje a este
lado del globo desde que tomó posesión el 20 de enero de 2021, en medio de la
pandemia que paralizó el planeta. El objetivo de este desplazamiento es lanzar
un mensaje a israelíes y saudíes, aliados tradicionales de EEUU en Oriente
Próximo, de que su vínculo inquebrantable sigue en pie y que -como dijo en su
discurso inaugural- "América está de vuelta" también en Oriente
Próximo.
A nadie se les escapa que esta gira lleva tatuada la
guerra de Ucrania en la piel y con ella uno de los temas que más preocupan a
Occidente: la crisis energética como consecuencia de las sanciones al gas y el
petróleo de Rusia y su impacto geopolítico. La cuestión energética ya hizo
sonar alarmas en medio de la pandemia, cuando la OPEP + (la organización que
agrupa a los países productores de crudo, entre los que están Arabia Saudí y
Rusia) acordó bajar la producción de oro negro para revertir la caída de
precios como resultado del parón impuesto por el Covid. Ahora, el recorte choca
con la demanda creciente de un suministro de energía alterado por la guerra de
Ucrania.
Biden ha llamado en los últimos días a Arabia Saudí y
otros productores del Golfo Pérsico a incrementar la extracción de crudo para
ayudar a estabilizar los precios. Pero el demócrata ya ha dicho que no
presionará directamente en este sentido al rey Salman y a su heredero, Mohamed
bin Salman, cuando se reúna con ellos. Aun así, no se espera que si lo hace
obtenga exactamente los resultados deseados, ya que previos intentos, por parte
de George W. Bush, en 2008 y de Bill Clinton, en 2000, cayeron en saco roto.
La cuestión energética será uno de los desafíos
subyacentes de la gira de Biden, que tendrá otros focos como un incómodo
encuentro con el despiadado Mohamed bin Salman o el aliento a un Gobierno
israelí en crisis. En la agenda se tratarán también las tensiones entre Israel
e Irán y el maltrecho proceso de paz entre israelíes y palestinos. Pero
básicamente el peregrinaje del inquilino de la Casa Blanca a la región, se
enmarca por definición en un movimiento geoestratégico de EEUU.
"Es una secuencia en política exterior de
fortalecimiento y desarrollo de la estrategia de Biden y de EEUU. En este
sentido, hay una continuidad en la política exterior en Oriente Próximo y lo
que hace Biden con este viaje es reafirmar lo que [su antecesor Donald] Trump
inició: una vuelta a fortalecer las alianzas tradicionales de EEUU en Oriente
Próximo -Arabia Saudí e Israel, prioritariamente, pero también otros países
como Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Egipto-, haciendo un cordón de alianzas
fundamentadas en el entendimiento clásico que tiene EEUU de la región, que ha
pasado por momentos de mayor o menor implicación pero que en todo caso nunca se
ha roto, sobre todo con Arabia Saudí e Israel", analiza para EL MUNDO.es
José María Peredo, catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad
Europea.
Así, Biden se desmarca de Obama, al seguir la estela de
Trump. Pero también se aleja del republicano. El profesor Peredo encuadra la
visita de Biden "en la estrategia general de conformar un orden en el que
el desafío de Rusia y China fundamentalmente, pero también de los Estados
críticos con ese orden, se vea confrontado con alianzas firmes en distintos
ámbitos. La más importante es la OTAN, las más novedosas pero igualmente
importantes son las asiáticas Quad y Aukus, y el tercer punto de apoyo es
Oriente Próximo".
Su geografía es vista por los estrategas de EEUU como
prolongación del espacio OTAN -y sin duda Biden traerá bajo el brazo acuerdos
de cooperación reforzada en Defensa-, pero también tiene valor por sí misma por
sus fuentes energéticas -aunque EEUU haya conseguido revertir su dependencia de
la zona con producción propia- y por los enclaves estratégicos para el tráfico
de mercancías como el Canal de Suez o el Estrecho de Ormuz que tan vitales se
han revelado en la pandemia.
"La guerra de Ucrania acelera el proceso de esta
gran estrategia de EEUU, que no es a plazo de un mandato ni de dos, sino que es
a más largo plazo, en la que Washington va a generar un orden junto a unos
países y potencias mayoritariamente democráticas en el que establecen unas
pautas de comportamiento basadas en cuestiones como los derechos humanos. En
esta estrategia, Arabia Saudí tiene debilidades, por ser un sistema nada
cercano a un régimen de libertades (aunque se han hecho pequeños avances)",
señala el experto en política internacional y autor del libro 'Esto no va de
Trump' (Catarata, 2020). "Es posible que Biden intente en sus
conversaciones no promover la democracia como tal, pero sí algún tipo de avance
hacia una cierta apertura", anticipa. Y es que el demócrata ya ha tenido
que enfrentarse a las críticas por planificar un viaje a un país que viola los
derechos humanos, una de las banderas del mandato de Biden.
En la ciudad costera de Yeda, el presidente asistirá a
una cumbre con los líderes del Consejo de Cooperación del Golfo, además de los
de Egipto, Irak y Jordania. Allí se verá con el todopoderoso príncipe heredero
saudí, Mohamed bin Salman, pese a que el propio Biden prometió convertirle en
un "paria" después de que la Inteligencia estadounidense lo señalara
como responsable de ordenar el asesinato del periodista crítico Jamal
Khashoggi, cuyo cuerpo fue desmembrado en octubre de 2018 y a día de hoy sigue
sin hallarse.
Biden tuvo que dar explicaciones por el encuentro en el
que se verá cara a cara con Bin Salman. "No me voy a reunir con el
heredero. Voy a una reunión internacional. Él será parte de ello, entre otros
dirigentes que también intervendrán", arguyó.
La embajada saudí en Washington emitió un comunicado en
el que el reino se mostraba dispuesto a "definir nuevos capítulos de
partenariado" con EEUU y confirmó que Biden y Bin Salman mantendrán
"un diálogo oficial" en Yeda. Casi dos años después de enfriar la
relación con MBS (como se conoce al príncipe), la Administración Biden defiende
su giro: "Estamos recalibrando las relaciones; no buscamos romperlas
porque Arabia Saudí es un socio estratégico de EEUU durante ocho décadas y
compartimos intereses", señala una fuente oficial estadounidense citada
por el portal especializado 'Al Monitor'.
UCRANIA COMO ACELERANTE
La guerra en Ucrania ha acelerado ese proceso de
deshielo. El alza de precios del combustible en medio del boicot al petróleo y
el gas ruso es un gran aliciente en el acercamiento de Biden hacia el reino del
desierto, uno de los mayores productores de crudo del mundo. Como gesto, la
OPEP, cártel que lidera Arabia Saudí, anunció a principios de junio un aumento
de la producción para julio y agosto. La expectativa de EEUU es que se
consolide ese incremento.
Washington se empeña en afirmar que no todo es petróleo
en la visita de Biden a Yeda. La Administración demócrata ve a Riad como un
país clave para contener a Irán en la región, la principal preocupación de
Israel, y como un actor decisivo para acabar con el enfrentamiento bélico en
Yemen, que a su vez alienta la conflictividad regional. Biden ya ha ido
suavizando su antaño duro discurso ante Arabia Saudí, como cuando a principios
de junio agradeció su "liderazgo valiente" para asegurar una tregua
en Yemen.
La parada en Israel puede ser la parte del viaje de Biden
más cómoda, pero el veterano político llega en un momento complicado para el
llamado "gobierno del cambio". La heterogénea coalición liderada por
Naftali Bennet y Yair Lapid ha colapsado y el país se encamina hacia las
quintas elecciones en tres años. Serán en noviembre y el líder del Likud,
Benjamin Netanyahu, encabeza las intenciones de voto.
Tras pactar la rotación en la jefatura de Gobierno, será
Lapid y no Bennet el que reciba a Biden en Tel Aviv. La presencia del inquilino
de la Casa Blanca en este contexto de crisis política en Israel puede dar un
espaldarazo al líder centrista. "En un momento de crisis en el Gobierno
israelí, el hecho de que el presidente de EEUU vaya a confirmar, como lo hacen
todos, la buena sintonía con Israel y de que Biden vaya a consolidar la alianza
inquebrantable le hará bien a la política y al Gobierno israelí", ahonda
Peredo.
El ex senador por Delaware volverá a verse con Netanyahu,
pero esta vez como jefe de la oposición. Es tradición que en su viaje los
presidentes americanos paguen visita al líder del segundo partido mayoritario
en la Kneset, pero en esta ocasión Biden no disimulará que no le entusiasma que
Netanyahu vuelva al poder y 'Bibi' no ocultará que desea que el demócrata sea
remplazado por Trump en 2024.
El legado del presidente republicano estará presente,
materializado en los Acuerdos de Abraham firmados en 2020 entre Israel y
Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Sudán y Marruecos bajo los auspicios de su
Administración. No faltarán ocasiones para alabar su papel como 'game-changer'
y para alzar al vuelo la gran pregunta: si Arabia Saudí acabará uniéndose al
pacto. Una manera para salvar a Biden de las críticas por su aproximación a MBS
es "tomar un papel como facilitador de medidas para mejorar las relaciones
entre saudíes e israelíes y crear una hoja de ruta hacia una normalización
entre ambos países que incluya pasos hacia el establecimiento de derechos de
sobrevuelo por razones comerciales o quizás vuelos directos para que los
musulmanes israelíes puedan hacer el peregrinaje a La Meca y Medina",
opinan Aaron David Miller y Steven Simon, analistas del Carnegie Endowment for
International Peace y del Centro para los Estudios Internacionales del MIT
respectivamente, en 'Foreign Policy'.
"Sin duda, la ampliación de los Acuerdos de Abraham
estará entre las expectativas de Israel, que no busca el enfrentamiento
permanente sino la estabilidad y la paz permanente", insiste José María
Peredo. Pero el catedrático destaca lo que el pacto ya ha forjado de cara a la
comunidad internacional: "Israel ha conseguido cambiar su imagen de ser un
Estado defensivo y agresivo por la de un Estado de colaboración, capaz de generar
intereses y ponerlos en común en distintos países de la región y convertirse en
una potencia regional no en términos de población ni de territorio, sino en
influencia de peso económico de capacidad diplomática".
En Ramala, capital de la Autoridad Nacional Palestina,
sin embargo, esperan a Biden en un ambiente de pesimismo después de una cadena
de promesas rotas. Washington ha desoído sus peticiones de reabrir el consulado
de EEUU en Jerusalén -cerrado por Trump- y de descatalogar a la Organización
para la Liberación de Palestina (OLP, el órgano que agrupa a todas las
formaciones políticas palestinas) como grupo terrorista. "No guardamos
ninguna ilusión de que esta visita logre ningún avance político. Sólo
escucharemos más promesas", afirma una fuente oficial palestina a Reuters.
"Esto va de normalizar relaciones entre Israel y los países árabes,
incluida Arabia Saudí", añade. Como concluyen Miller y Simon, "como
mucho", el encuentro entre Biden y el presidente Abu Mazen "será pródigo
en intenciones y parco en resultados".