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17/11/2006 | El planeta en peligro

Jim Hansen

La amenaza que representa el calentamiento global del planeta es clara e inequívoca.

 

Por fortuna, también lo son las soluciones. Pese a lo que sostienen las voces pesimistas - que los hábitos y esquemas relativos al uso de la energía no pueden modificarse sustancialmente-, el cambio es posible siempre y cuando haya voluntad política de ponerlo en práctica. Ahora bien, si no existe tal voluntad, las profecías pesimistas se convierten en profecías que por su propia naturaleza tienden a cumplirse, sobre todo en un contexto político dominado por gobiernos habituados a la concesión de subsidios a determinados sectores y por grupos de intereses decididos a impedir el progreso de una sociedad consciente y bien informada.

En realidad, es factible y viable un escenario diferente.

Y Estados Unidos debería tomar la iniciativa al respecto.

En respuesta a la escasez de petróleo y alza de los precios en los años setenta, Estados Unidos moderó sus hábitos energéticos regulando la relación coste-eficiencia de los vehículos (pasando de 13 a 24 millas por galón). El crecimiento económico se disoció conceptualmente del mayor uso de combustibles fósiles, factor que permitió alcanzar mayores niveles de eficiencia.

El aumento global de emisiones de CO2 descendió desde un porcentaje superior a un 4% anual a un 1-2% anual.

Estados Unidos mantuvo los niveles menores de crecimiento pese a inferiores precios de la energía. Sin embargo, la eficiencia energética de Estados Unidos es un 50% inferior a la de Europa occidental, que fomenta la actitud eficiente merced a la presión fiscal sobre los carburantes fósiles. China e India, que emplean tecnologías más obsoletas, son menos eficientes que Estados Unidos y producen niveles superiores de emisiones de CO2 . 

Las tecnologías actuales podrían aumentar la eficiencia energética, incluso en Europa. Los economistas comparten el punto de vista según el cual los objetivos en cuestión podrían alcanzarse mediante impuestos sobre las citadas emisiones, si bien tal propósito precisaría de una política decidida y firme que supiera persuadir debidamente a los agentes sociales de la conveniencia y necesidad de tal esfuerzo. Podría introducirse un impuesto independiente de la renta del ciudadano; saldrían ganando los ciudadanos más interesados en el ahorro energético en tanto que pagarían más los entusiastas del todo terreno.

El objetivo de lograr la disminución de emisiones de CO2 topa con dos obstáculos: el enorme número  de vehículos ineficientes en su consumo de combustible y las continuas emisiones de las centrales eléctricas. Los fabricantes de automóviles se muestran renuentes a la eficiencia de los vehículos y siguen insistiendo en un tipo de publicidad que exalta las virtudes y prestaciones de los vehículos más potentes. Las centrales que funcionan con carbón tratan de acelerar la construcción de nuevas instalaciones a fin de garantizar los beneficios a largo plazo.

Los legisladores californianos han aprobado nuevas normas según las cuales los automóviles deberán reducir un 30% sus emisiones de gases de efecto invernadero para el año 2016. En caso de aplicarse tal legislación en todo el país, la medida supondría un ahorro de más de 150.000 millones de dólares anuales en importaciones de petróleo. Tanto los fabricantes como la Administración Bush han bloqueado la ley en los tribunales en tanto muchos otros estados se aprestan a aplicarla en cuanto sea posible.

El mundo debe demorar la construcción de nuevas centrales a base de carbón en tanto pueda ponerse a punto la tecnología necesaria para reducir las emisiones de CO2 . Mientras, las  nuevas exigencias en materia de energía deberán atenderse mediante el recurso a las energías renovables. La mejora de la eficiencia energética en edificios y electrodomésticos constituiría un factor de primera importancia en el esfuerzo por reducir las emisiones. Tales mejoras, se mire como se mire, son viables pero exigen una política resuelta, decidida y firme.

El protocolo de Kioto incitó a los países desarrollados a reducir paulatinamente sus emisiones durante los primeros años de este siglo previendo ayudas a los países en vías de desarrollo para el uso de tecnologías energéticas limpias susceptibles de limitar el incremento de sus emisiones. No obstante, los retrasos a la hora de aplicar tal perspectiva - concretados, sobre todo, en el rechazo estadounidense a participar en Kioto y mejorar el grado de eficiencia de vehículos y centrales eléctricas- en unión del rápido aumento del uso de tecnologías sucias han motivado un aumento de un 2% anual de las emisiones globales de CO2 durante el último  decenio. Si este ritmo se prolonga un decenio más, las emisiones en el 2015 serán un 35% superiores a las del año 2000.

Todo cálculo responsable del impacto medioambiental de lo que antecede debe concluir que un calentamiento global que supere 1,11 grados centígrados es peligroso. Pero, dado que todo parece indicar que el calentamiento global efectivamente se producirá (por los efectos a largo plazo de las emisiones de gases de efecto invernadero y los sistemas energéticos actualmente en uso), el mundo traspasará el umbral señalado a menos que este mismo decenio se inicie un cambio de rumbo.

En tales condiciones, la ciudadanía puede hacer las veces de vigilante de nuestro planeta. La primera situación de crisis de nuestra atmósfera derivada de la acción humana surgió en 1974, cuando los químicos informaron de que los cloroflorocarbonos (CFC) podrían destruir la capa de ozono que protege a la Tierra de los rayos ultravioleta. Nos salvamos por los pelos, pero no nos dimos cuenta de ello hasta años más tarde.

El hecho es que durante decenios aumentó la fabricación de aerosoles, extintores y líquidos refrigerantes a razón de un 10% anual. De haber proseguido tal aumento de CFC un decenio más, habría provocado un efecto invernadero mayor que el derivado del CO2 . Gracias a la difusión mediática de la voz de alarma de los científicos y del boicot de los consumidores contra el empleo de lacas y desodorantes basados en CFC, el aumento anual del uso de CFC cayó a nivel cero y el fabricante principal de estas sustancias químicas ideó alternativas. Cuando se comprobó que aumentaba su empleo en la refrigeración y la actitud social no era eficaz, Estados Unidos y la UE negociaron el protocolo de Montreal para controlar la fabricación de CFC. Los países en vías de desarrollo recibieron ayuda económica para construir plantas químicas alternativas. En consecuencia, el empleo de CFC disminuyó dando paso a una recuperación de la capa de ozono.

Sin embargo, los mismos científicos y políticos que lograron atajar la amenaza que se cernía sobre la capa de ozono no consiguen ahora controlar la crisis derivada del calentamiento global del planeta. Los científicos alertan del problema con asepsia casi clínica, sin poner el necesario énfasis en la circunstancia de que la filosofía del negocio por el negocio transformará la faz de la Tierra. Los medios de comunicación, pese al consenso científico sobre el calentamiento global, ofrecen espacios compensatorios a las opiniones contrarias propiciadas por los grupos de presión del sector de combustibles fósiles, que organizan campañas de desinformación y siembran la duda. Y los gobiernos, débiles, no marcan la pauta.

Los líderes con visión a largo plazo deberían valorar y fomentar las tecnologías energéticas eficientes y promover las fuentes de energía limpias. En lugar de subsidiar los combustibles fósiles, los gobiernos deberían incentivar la investigación empresarial de fuentes alternativas de energía. Pero los políticos fomentan el beneficio empresarial a corto plazo por considerar que favorecen la creación de empleo, sin tomar en consideración los costes crecientes del daño medioambiental o los costes futuros de seguir utilizando combustibles fósiles. Los líderes actuales no pagarán las consecuencias de los trágicos y desastrosos efectos del calentamiento global. Si traspasamos el umbral, la historia juzgará duramente a los científicos, periodistas, grupos de interés y políticos que fracasaron a la hora de proteger nuestro planeta. Pero nuestros hijos pagarán las consecuencias.

Estados Unidos posee gran responsabilidad legal y moral en materia del calentamiento global, y no puede alegar ignorancia de las consecuencias. Estados Unidos es responsable de, al menos, un 30% de las emisiones de CO2 derivadas  del empleo de combustibles fósiles hasta la fecha. Los segundos de la lista, China y Rusia, son responsables cada uno de menos del 8%.

Estados Unidos, al rechazar participar en el protocolo de Kioto, demoró su aplicación y debilitó su eficacia, perjudicando los esfuerzos internacionales por disminuir las emisiones de los países desarrollados.

Aún hay tiempo. El mundo dispone como máximo de un decenio para modificar la trayectoria de las emisiones de gases de efecto invernadero. Si proseguimos con nuestras políticas actuales en materia de prospección y extracción de petróleo sin reducir las emisiones de CO2 , los desastres climáticos serán inevitables. 

Los economistas están de acuerdo a la hora de afirmar que una buena política energética es viable. Los impuestos sobre el consumo de los combustibles fósiles podrían propiciar mejores niveles de conservación del medio ambiente. Por otra parte, si su coste sube, y sube de manera gradual, el consumo energético disminuirá sin lesionar la economía. La calidad de vida no tiene por qué mermar necesariamente.

El mundo necesita políticos con los arrestos y la valentía necesarios para explicar lo que debe ser explicado. De hecho, Al Gore, con su película y libro del mismo título Una verdad molesta,fue clarividente. Ha sostenido, durante decenios, que la Tierra se tambalea. Su obra puede haber representado lo que significó Primavera silenciosa,de Rachel Carson, en el caso de los pesticidas. Le atacan, pero la sociedad posee ahora la información necesaria para discernir las diferencias que median entre el bienestar a largo plazo y los intereses a corto plazo.

Tal vez nuestro país, Estados Unidos, llegó a rozar con los dedos el liderazgo necesario para afrontar una importante amenaza para el planeta, pero no se percató de ello.

JIM HANSEN, director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA
© Yale Center for the Study of Globalization 2006 Traducción: José María Puig de la Bellacasa

La Vanguardia (España)

 



 
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