Tendremos que preguntarnos si podíamos haber evitado el conflicto, semejante a una trampa, para que la economía mundial regresara a la estabilidad.
La pregunta de los analistas es cada vez más frecuente:
¿de qué tamaño será la recesión de 2023? Con la información disponible hasta el
momento, no parece que sea de una magnitud que frene en seco la recuperación
mundial y tampoco será uniforme en todo el planeta.
Países que tomaron decisiones contracíclicas, en sentido
contrario a la tendencia que se dio al inicio de la pandemia de endeudarse para
suministrar dinero a negocios y a personas, estarán en una posición distinta y,
en términos reales, no los afectará como se espera que sí ocurra en varias
naciones y hasta en algunos continentes.
México fue una de pocas naciones que concentró el apoyo
social en los segmentos con mayores necesidades, evitó la deuda o la
contratación de créditos internacionales, y enfocó su gasto en mantener el
empleo formal, vía las grandes obras del sexenio, la eliminación de la
subcontratación, y diferentes estímulos para reactivar la exportación, además
de controlar el precio de los energéticos. No se entendió en su momento, pero
esa ruta hoy tiene indicadores que comparten pocos países en el mundo y la
estabilidad que arrojan fundamenta un pronóstico favorable.
Naciones de Europa, y en menor medida Estados Unidos,
tendrán problemas porque el aumento de tasas no ha funcionado como se esperaba
y su distribución de dinero extra a sus poblaciones terminó como un paliativo
que solo se tradujo en una demanda de artículos que no se pueden surtir todavía
y no en una reactivación de sectores económicos que dependían de la reunión de
personas, luego de dos años de emergencia sanitaria.
Además, está el reiterado problema del abasto de energía.
Olvidemos, solo por un momento, el impacto de la guerra en Ucrania y
concentremos la atención en el modelo de generación de energía del Viejo (y
próximamente muy frío) Continente: privatización indiscriminada, regulación
débil y un mercado que produce tales ganancias que pueden subir las tarifas a
placer sin importar las consecuencias.
Si había un ejemplo de la liberalización comercial, ese
era el mercado del gas y del petróleo con sus derivados; sin embargo, se perdió
de vista que la soberanía de las naciones tiene un papel determinante en la
estructura de una economía globalizada y, si no se toma en cuenta, entonces
quienes deciden son fuerzas externas con objetivos distintos a los intereses
del o de los países en cuestión. Tan solo mirar las estadísticas de venta de
energéticos de Rusia, comprueba que China e India sustituyeron casi de
inmediato a los clientes europeos de una nación que, todo indicaría, estaba más
que preparada para un conflicto que solo ha empujado hacia la recesión que se
da como un hecho a partir de enero próximo.
Tendremos que preguntarnos si podíamos haber evitado el
conflicto, semejante a una trampa, para que la economía mundial regresara a la
estabilidad, mientras cambiaba de forma y sus cadenas productivas se
reacomodaban a la luz de prevenir otro colapso como el sufrido recientemente
gracias a la crisis de la Covid 19. Eso ya no se puede saber, pero sí es
posible asegurar que la permanencia del conflicto no ayudará a la economía
internacional en el corto plazo.
Nunca la política exterior y la carrera pacifista habían
influido tanto en el comportamiento financiero. La guerra siempre es un mal
negocio, pero ahora es el peor que podemos conducir si la inflación no cede.
Antes de responder a la pregunta de los analistas sobre el año que entra,
existe una de mayor relevancia: ¿Cómo podrán calentarse o llenar el tanque de
gasolina, millones de europeos en el invierno? Tal vez ahí reside el futuro de
muchas de las cuestiones económicas que pronto nos preocuparán.
***El autor es comisionado del Servicio de Protección
Federal, México
https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/luis-wertman-zaslav/2022/10/14/la-guerra-es-mal-negocio/