Las derrotas trumpistas en Pensilvania, Michigan, Arizona, Wisconsin y Georgia conjuraron el riesgo de fractura institucional en las próximas elecciones presidenciales. La del martes 8 fue una elección histórica en Estados Unidos y una brisa de aire fresco para el mundo: sà se puede.
Esa ola populista que recorre cuatro continentes, desafía
a la democracia y se entrega a líderes cuyo signo distintivo es su vocación
destructora y la mentira compulsiva, fue frenada por los votantes.
Y la frenaron a pesar de la inflación en alimentos, de
los altos precios de la gasolina, de la baja aceptación del presidente, de los
efectos de la guerra contra Ucrania, del malestar por la falta de cumplimiento
de promesas.
Los ciudadanos estadounidenses salieron a votar por un
bien superior: rescataron a su país al borde del abismo.
Con los resultados del martes, Donald Trump no podrá
meter las manos en el conteo de los votos dentro de dos años, como era su
intención.
Fue frenado el asalto a la democracia más antigua del mundo.
La disputa era por la mayoría en las cámaras, sí, y el
trumpismo fue derrotado.
Tan importante como el Congreso era el control de las
estructuras electorales para ganar a la mala en 2024.
La tarea más importante de los secretarios de Estado
locales es servir como principal funcionario electoral del estado.
En 38 estados de la Unión Americana la responsabilidad
final de la realización de las elecciones, incluidas la aplicación de reglas de
calificación, la supervisión de las regulaciones financieras de las campañas y
las reglas de procedimiento del día de los comicios, recae en el secretario de
Estado local.
Donald Trump puso a 12 candidatos a secretarios de Estado
leales a él, a fin de que en 2024 anulen los comicios en estados clave, en caso
de que él no ganara por las buenas.
Y los perdió. Los electores, aun los republicanos,
sacaron a su país de la hoguera a la que entraba.
Las derrotas trumpistas en Pensilvania, Michigan,
Arizona, Wisconsin y Georgia, conjuraron el riesgo de fractura institucional en
las elecciones presidenciales próximas.
La democracia en Estados Unidos se ha salvado, y eso es
mérito de la población.
Incluso de los votantes republicanos, hay que subrayarlo,
porque si bien en Georgia ganó la gubernatura y la secretaría de Estado ese
partido, el personaje que impulsó Trump fue derrotado en las primarias por un
republicano hecho de rectitud y decencia: Brad Raffensperger.
Sí, es el secretario de Estado republicano de Georgia, a
quien el entonces presidente Trump le pidió que le consiguiera 11 mil votos
para darle la vuelta a la elección, y se negó.
Trump, desde la Casa Blanca, lo amenazó con abrirle un
proceso penal, y Raffensperger no se dobló. Al contrario, lo grabó y lo
denunció.
Pésimo el sistema electoral de Estados Unidos, donde los
responsables de las elecciones son electos, pero la decencia de unos cuantos
pudo más que las presiones del fanático que estaba en la Presidencia de la
República.
Las encuestas registraron el malestar con la presidencia
de Joe Biden, y daban por segura una “ola roja”, con el triunfo de la corriente
de Trump (MAGA) y una estrepitosa caída de los demócratas, por culpa de Biden.
Sucedió al revés. Donald Trump fue tóxico para los
republicanos, y Biden salió fortalecido.
Es más, Biden es el presidente demócrata que menos
escaños ha perdido en una elección intermedia desde John F. Kennedy.
Los republicanos pudieron ganar con facilidad el Senado,
y lo perdieron por culpa de los candidatos impresentables que fueron postulados
con el respaldo de Trump.
La radicalización de Trump asustó a los votantes.
Todas las corrientes demócratas se mostraron unidas en
estas elecciones, y salieron a hacer campaña. El mensaje de unidad fue
importante.
Y los ciudadanos hicieron su tarea en las urnas.
Con los vientos en contra derrotaron a un populista
poderoso, destructivo, que recaudó mucho dinero y tiene gran facilidad para
mentir y que le crean.
Le dijeron al mundo que sí es posible.