Si pese a todas las barbaridades hechas, Donald Trump vuelve a ser presidente de Estados Unidos, habrá mucho que analizar y poner en cuestión.
El pasado 8 de noviembre será un día que pasará a la
historia de Estados Unidos, afortunadamente –si es que se consolida la
tendencia de los resultados electorales intermedios–, como un punto de
inflexión. Se trató de una campaña que, de manera soterrada y silente, ha ido
destapando no sólo a los ganadores y perdedores los lugares de representación
estadounidense, sino que ha sido una muestra de lo que pasaría si se termina de
culminar la destrucción de la sociedad democrática. Si quienes terminan
gobernando son conservadores, moderados, reformistas o fieles a las
estructuras, el sistema no estará en peligro. Pero si, por el contrario, quien
se acaba haciendo con el poder es radical y busca cambiar todo… el futuro de la
democracia será incierto.
Si pese a todas las barbaridades hechas, Donald Trump
vuelve a ser presidente de Estados Unidos, habrá mucho que analizar y poner en
cuestión. Dos años después de haber sido reemplazado por Joe Biden y dos años
antes de las nuevas elecciones presidenciales, la moneda aún está en el aire y
aún queda un camino por recorrer. Sin embargo, lo ocurrido el pasado martes da
una gran idea de qué es lo que puede llegar a suceder en 2024. Las pasadas
elecciones intermedias en Estados Unidos demuestran que llevar las sociedades
al punto de enfrentamiento máximo sólo puede traer consecuencias terribles. La
polarización como sistema y el odio de combustible de evolución social siempre
acaban mal.
Hemos llegado a un punto en el que ya no es sólo que las
mentiras desplacen a la realidad, sino que –si se fijan bien– es más importante
el estado de ánimo y el grito reiterado y mantenido –como sostenía Joseph
Goebbels– de una mentira que el resultado real de una verdad. Hoy, aquí y
ahora, en muchos sitios la elección no necesita ser hecha, basta con que el
resultado, el mensaje del odio, la separación y el enfrentamiento sean
repetidos de manera constante hasta que hagan innecesario el resultado
electoral.
Lo que en estos momentos está en peligro es la
democracia. Una cosa que todavía no se está analizando con cuidado es el costo
indirecto que ha significado la campaña del robo de las elecciones de 2020,
nunca probado ni siquiera mínimamente sostenido. Lo que sí está sostenido son
las incitaciones hechas desde el Despacho Oval para reproducir mentiras y
falsas denuncias de robo de elecciones para que hubiera todo un ejército
destinado a prevenir o a no permitir que quedara abierta la posibilidad de
decir que esta elección también fue un robo.
La democracia está enferma de populismo y tiene grandes
cuestiones que resolver, entre ellas la respuesta sobre para qué sirven los
demócratas y sobre hacia dónde se quiere llevar a los pueblos. El de Estados
Unidos es un ejemplo que hay que estudiar con mucho cuidado porque, si –como
espero– lo que pasó el pasado martes en territorio estadounidense significa un
punto de inflexión, pues nunca es suficientemente caro el precio que hay que
pagar para enderezar el rumbo de la historia. Pero, en caso de que no sea así,
hay que darse cuenta de hacia dónde llevan las mentiras fundamentadas sobre las
verdades que nadie tiene la exigencia suficiente para hacerlas cumplir. Un
ejemplo de ello es la elección presidencial de 2020 entre Joe Biden y Donald
Trump y el argumento de que estos comicios fueron una estafa y un robo. Hasta
la fecha esto es algo que sigue sin demostrarse; lo único que sí hay son
investigaciones en marcha que vinculan al expresidente Trump con la
responsabilidad, directa o indirecta –eso ya lo determinarán los tribunales–,
del motín que se ejecutó el 6 de enero de 2021 en el Capitolio.
El camino era ese. El resultado u objetivo de esta
elección que acaba de llevarse a cabo era terminar de consumar o no lo que es el
principio del mayor desajuste y brecha de entendimiento social de Estados
Unidos desde la época de Abraham Lincoln. Es evidente que muchas cosas
sustanciales e importantes han sido tocadas en estos años de frivolidad
política, que ojalá sean los últimos de este tipo. El poder gobernar, declarar,
acusar o ensartar a los enemigos sin necesidad de pruebas es el fin del Estado
de derecho y de la separación de poderes. Estas acciones son la muestra y
prueba de gobiernos basados en la bravata y en la descalificación apriorista de
todo y traen como consecuencia un enfrentamiento social que, si no se trata a
tiempo, sólo puede terminar mediante la expresión bélica.
¿Qué significa todo lo que está sucediendo desde el punto
de vista de la práctica política? Primero, significa tener una imposibilidad de
gobernar sobre la base de poder declarar cualquier cosa y no tenerlo que
probar. Segundo, lo que es muy evidente es que, para poder proclamar la
victoria, derrota o acusar el robo de unas elecciones, sencillamente habrá que,
principalmente, trabajar en que los mecanismos que garantizan la pureza de los
procesos electorales no desaparezcan. Y también habrá que trabajar para que, si
se quiere ganar de verdad, no sólo por declaración, sino de manera sustancial,
se tendrá que eliminar la posibilidad de la trampa como sistema de gobierno.
Al final, el control del Senado estadounidense estará
predominado por un partido, aunque no sé muy bien si en el corto y mediano
plazo este casi empate sea benéfico, sobre todo para el partido que está en el
poder. Y es que en medio de todo el desprecio por la verdad que ha tenido esta
elección, es necesario saber que los perdedores están desaprovechando y dejan
ir de sus manos la posibilidad de poder gobernar a su modo y de eliminar a sus
enemigos electorales, políticos y sociales sin tener que demostrar por qué lo
están haciendo.
La Cámara de Representantes tendrá una predominación
republicana. Esta mayoría supone más de lo que podría decir a simple vista, ya
que podría ser, o no, una herramienta que utilice Donald Trump para aplanar su
camino de regreso a la Casa Blanca. En cualquier caso, para los demás
–supongamos que me refiero a un país como México– es fundamental saber que lo
que vimos en estas elecciones intermedias es una prueba sobre hacia dónde
conduce la mentira, el abuso y la no necesidad de probar lo que se dice como
sistema de gobierno.
Venimos y estamos en medio de un enfrentamiento que ni es
civilizado ni es político. Un enfrentamiento que, al final, lo que busca es
consolidar el derecho que tienen los que se creen en posesión de la verdad de
anular, influir, descalificar y modificar lo que Joseph Stalin decretó como la
responsabilidad suprema. Stalin decía: “No importa cómo se vota ni quién vota,
ni dónde ni a quién. Lo importante es quién cuenta los votos”. Esta es una
buena y bella lección que hoy está vigente y presente en la cuna de la
democracia. En el sitio que durante más de 100 años fue la máxima expresión de
la democracia y el gran ejemplo a seguir, es decir, en Estados Unidos de
América. Aprendamos de las lecciones cuando son positivas y evitemos repetir
las negativas.
El final del Donald Trump comenzó cuando se comunicó que
Joe Biden había ganado en Arizona. A partir de ahí, todos los enemigos reales,
potenciales o ganados a pulso se pusieron a organizar –persona por persona– y a
decir que no se había perpetrado un robo de las elecciones. Al parecer, los
demócratas ya tienen control del Senado. Como demuestran los últimos 100 años
de ordenamiento político estadounidense, quien tiene el control del Senado
tiene un poder inmenso al momento de proponer, cambiar o actuar con, en contra
o para el presidente en turno.
Los republicanos y su victoria en el Congreso tienen dos
problemas. Primero, ha sido mucho más exiguo que lo que pretendían y, segundo,
esta victoria lo que pone en evidencia es que ya comenzó la batalla final por
arrinconar en la historia a Donald Trump. El gran ganador de esta elección es
el miedo cerval a la guerra civil en la que estaban metidos y que lideraban
Trump y Ron DeSantis. También esta elección fue una muestra para poder
descubrir que se pueden justificar los caminos que llevan a la destrucción de
los pueblos.
Con el Senado en manos de los demócratas y el Congreso en
manos de los republicanos, los trumpistas comienza otra parte de la historia.
Inevitable –por la coincidencia histórica y política–
voltear a mirar al pasado y ver lo que pasó en México. Tal vez esta manera de
entender la política por parte de la 4T radica en tener 10% de eficacia y 90%
de lealtad, lo cual es una barbaridad. Al igual que es inaceptable que se
busque vulnerar y atacar a la máxima institución al servicio de la gente, como
es el INE. Pero ayer los mexicanos ya alzaron la voz en medio de una
manifestación multitudinaria y buscando establecer límites a las mentiras que
se le dicen al pueblo y a los deseos incontrolables del gobernante en turno. La
marcha de ayer es lo más significante que políticamente ha sucedido desde el
primero de julio de 2018. Veremos qué pasa a partir de aquí.