Miles de personas en China protestaron la semana pasada contra la polÃtica de cero COVID en las principales ciudades de paÃs, y algunas manifestaciones pidieron la salida de los lÃderes en Beijing.
SHANGHÁI, CHINA — Apenas un mes después de asignarse
nuevos poderes como posible líder vitalicio de China, Xi Jinping enfrenta una
oleada de indignación pública insólita en décadas, desencadenada por su
draconiano programa de “cero COVID”, que pronto iniciará su cuarto año.
Los manifestantes tomaron las calles durante el fin de
semana en varias ciudades, como Shanghái y Beijing, corearon lemas y chocaron
con la policía. También hubo protestas en varios campus universitarios.
El país no había registrado marchas tan generalizadas
desde el movimiento prodemocracia liderado por estudiantes de 1989, centrado en
la Plaza de Tiananmen de Beijing y que fue aplastado con fuerza letal por el
ejército.
La mayoría de los participantes en las protestas del fin
de semana expresaron su indignación por los estrictos confinamientos de la
pandemia, una forma de arresto domiciliario que puede durar meses y ha sido
criticada por no ser ni científica ni eficaz.
Pero algunos también reclamaron la salida de Xi y el
Partido Comunista, que gobierna China con puño de hierro desde hace 73 años.
Esas críticas se consideran sediciosas y pueden llevar penas de prisión de
varios años. Los manifestantes expresaron su frustración por un sistema que no
cumple lo prometido ni aborda sus preocupaciones.
Por ahora, la respuesta de las autoridades ha sido
discreta. Algunos policías en Shanghái emplearon gases lacrimógenos para
dispersar a los manifestantes y varios fueron detenidos y trasladados en un
autobús. Sin embargo, el enorme aparato chino de seguridad interna es conocido
por identificar a la gente a la que considera problemática y detenerla en sus
casas cuando hay pocos testigos.
La policía en Shanghái también detuvo, pateó y esposó a
un periodista de BBC que grababa las protestas. Las autoridades dijeron que le
habían detenido por su propio bien “en caso de que la multitud lo contagiara de
COVID”, según un comunicado de la BBC.
“No consideramos que esto sea una explicación creíble”,
indicó el medio.
No estaba claro si podrían producirse más protestas, y
los censores del gobierno trabajaban para retirar mensajes y videos de internet
que apoyaran las marchas.
El gobierno central, por su parte, reiteró su posición
sobre que las medidas contra el coronavirus deben ser “dirigidas y precisas” y
provocar las menores interferencias posibles en las vidas de la gente.
Sin embargo, eso no parecía reflejarse a nivel local. Los
administradores se ven amenazados con perder su puesto o sufrir otras
represalias si surgen brotes en sus jurisdicciones, lo que los lleva a imponer
las medidas más radicales.
El gobierno de Xi no parecía especialmente preocupado con
las penurias provocadas por la estrategia. Durante la primavera impuso a
millones de vecinos de Shanghái un estricto confinamiento que incluyó
desabastecimiento de comida, acceso restringido a atención médica y duros
efectos económicos.
Sin embargo, en octubre, el funcionario de mayor rango de
la ciudad, leal a Xi desde hacía mucho, fue nombrado número dos del Partido
Comunista.
Hace tiempo que el partido ejerce una opresiva vigilancia
y restricciones de desplazamientos a grupos como tibetanos y miembros de
minorías musulmanes como los uigures. Más de un millón de ellos han sido
detenidos en campos donde se les obliga a renunciar a su cultura y religión
tradicionales y a jurar lealtad a Xi.
Pero las protestas de este fin de semana incluían a
muchos miembros de la clase media urbana y con educación, pertenecientes a la
mayoría étnica han.
Es exactamente la parte de la población de la que depende
del partido para mantener un equilibrio implícito alcanzado tras 1989, en el
que la población aceptaba el régimen autocrático y la falta de libertades
civiles a cambio de mejoras en la calidad de vida.
Pero ahora, la aplicación de la política de cero COVID
indica que el Partido refuerza su control a expensas de la economía, lo que
rompe el viejo arreglo, señaló Hung Ho-fung, de la Universidad John Hopkins en
Baltimore.
“Toda la situación refleja que el partido y la gente
intentan buscar un nuevo equilibrio, y hay algo de inestabilidad en el
proceso”, señaló.