Hasta 100.000 niños participan en las escuelas coránicas de Senegal, conocidas como daara, llegando a recaudar 30 millones de euros anuales gracias a la mendicidad.
Se les ve todos los días: un niño descalzo y vestido con
una camiseta del Real Madrid repleta de manchurrones se aproxima a un
extranjero en Dakar. Murmura unas palabras en wolof extendiendo una lata de
salsa de tomate vacía, agita la lata frente al extranjero. Tras de él se
esconden otros tres niños descalzos, como agazapados, que esperan con ansia a
ver si el extranjero se decide a meter la mano en el bolsillo. Si perciben el
brillo metálico de una moneda de cien francos CFA (15 céntimos de euro), se lanzarán
detrás de su compañero para pedir su tajada de la mendicidad; si el extranjero
responde negando con la cabeza a la petición del cabecilla, o dando apenas una
moneda dorada de 25 francos (3 céntimos), puede que los demás insistan un
poquito, aunque lo normal es que se encojan de hombros y se marchen a pedir a
otro transeúnte. La mayoría de las ciudades de Gambia, Guinea Bissau, Mali,
Mauritania y Senegal están atestadas de estos niños mendicantes y descalzos que
pueden ablandar el corazón de los visitantes bisoños, muchos visten con ropas
sucias, muchos van descalzos, muchos hablan en murmullos, como temerosos de
pedir.
Pero estos niños no patrullan las calles sin ton ni son:
son talibé. Niños de entre cinco y quince años que dedican las horas a turrarse
bajo el sol de África Occidental para pedir limosna a las almas caritativas y
que pasan hambre, roban buñuelos del puesto de la anciana de la esquina, se
confabulan y hacen equipos como si todo esto tratara de pandillas de chavales
descritas por un Charles Dickens africano. Pero no, no es solo eso. Los talibé
forman parte de una estructura social centenaria que puede llegar a recaudar
entre 20 y 30 millones de euros anuales en Senegal. Y va más allá, porque los
talibé forman parte de una tradición anterior incluso al colonialismo y ligada
a la religión islámica, a la educación que muchos padres de la región desean
para sus hijos y a la tradición profunda de África Occidental.
Empieza con lo religioso
La palabra talibé procede del árabe talib, cuyo
significado puede traducirse como “estudiante” o “buscador”, ambas en
referencia a los estudios coránicos en los que participa. Es evidente que la
palabra talibán también procede de esta raíz, ya que estos también eran en sus
inicios estudiantes de las madrasas (escuelas coránicas) de Afganistán. A
alguno puede sorprenderle hoy que haya talibanes en todo el mundo, aunque el
nombre sólo haya trascendido en Occidente cuando hace referencia a los
radicados en el país de Afganistán. Al talibé de África Occidental todavía no
le crece barba y su arma es la lata de tomate, no tienen ningún interés en
tirotear a estadounidenses o en hacer la Yihad. Lo que sí es habitual es que se
suban en los autobuses abarrotados que barruntan por las ciudades, donde en
ocasiones entonan tímidas cancioncillas locales antes de pasar la lata entre
los pasajeros. Les gusta jugar al fútbol con botellas de plástico tiradas en la
calle y respetan las aceras de otros niños, en una especie de pacto callejero.
La intencionalidad original de los talibé consistía en
que los padres les enviasen una temporada a la escuela coránica en lugar de a
cualquier otra escuela, todo para que aprendieran los entresijos de la religión
musulmana que predomina en la zona, conozcan e interactúen con la realidad
social de sus países desde temprana edad y, si hay suerte, para que alguno de
los chiquillos se convierta en el futuro en un marabout, un maestro del Corán y
respetado líder religioso de la comunidad. Los niños pueden pasar años enteros
en la escuela coránica, conocida aquí como daara, o bien son enviados por los
padres en las temporadas donde no son requeridos para trabajar en el campo. Van
a la escuela cuatro meses, vuelven a trabajar los campos en los cuatro meses
que siguen, y así hasta que los padres lo consideren o hasta que el niño deje
de ser niño. En Senegal uno puede encontrar niños talibé venidos de Guinea
Bissau o de Mali por estas razones.
Pero las sociedades de África Occidental se encuentran
divididas en lo que respecta a los talibé, especialmente en Senegal. Mientras
la mayoría de la población apoya la tradición y los hay que no ven el momento
de enviar a sus hijos a la draasa con una muda, tal y como sus padres les
enviaron a ellos, otros reniegan de ello y tachan el uso de los talibé como
niños mendigos de explotación infantil y trata de menores. Abogan que la
intencionalidad original de los talibé ha derivado en el uso de menores para
enriquecer las arcas de las escuelas coránicas, mientras el estudio de los
textos sagrados parece haber sido relevado a un segundo plano. El mayor ruido
hasta la fecha lo han hecho oenegés como Human Rights Watch y Amnistía
Internacional, aunque el mayor peso lo aporta el creciente debate social que se
está dando en Senegal.
Abusos sexuales y explotación infantil
Además, existen registros en los que se estipula que
algunos de los talibé mayores abusan sexualmente de los más pequeños, a
sabiendas de que los talibé son siempre niños, esto es, varones, nunca niñas.
Lo que no quita que Almami, un joven senegalés de veinticinco años que sueña
con ser músico y que fue talibé durante cuatro años, asegure sin lugar a dudas
que “cuando tenga hijos los llevaré a la daara, igual que hicieron mis padres
conmigo. ¿Por qué? Porque la vida aquí es dura, muy dura, y cuanto antes
aprenda un niño que la vida de aquí es dura, antes empezará a trabajar para
salir de ella”. Cuenta una ocasión en la que se rompió un brazo y fue a decirle
a su marabout que no podría pedir dinero durante unos días: “Como respuesta, el
marabout me dio una paliza y me dijo que fuera a pedir dinero, inmediatamente”.
Y pese a todo, en opinión de Almamy y de tantos como él, una temporada de
talibé fortalece los corazones de los niños, otorgándoles así las herramientas
para enfrentarse a los duros pormenores del día a día en África Occidental.
Almamy, sin embargo, no mandaría a su hijo a una daara
como la que fue él de niño. “Existen muchos tipos de daara y las hay donde la
mendicidad es un aspecto menor en la educación de los niños, y todos esperamos
que las daara del futuro sean todas así”. Nadie niega que la mendicidad ejercita
la humildad del individuo, aunque siempre deba hacerse en una justa medida.
Se calcula que cerca de 100.000 niños talibé mendigan a
diario en las calles de las principales ciudades de Senegal. El marabout les
exige a estos que regresen a la daara con una cantidad mínima recaudada que
ronda entre los 400 y los 800 francos CFA (entre 60 céntimos y 1,2 euros
diarios), dependiendo de si el día coincide o no con una festividad. Lo que
preocupa especialmente a las ONG y las organizaciones de los derechos humanos
es que los castigos que reciben los niños que no consiguen el mínimo diario pueden
pasar por quedarse sin cºena (lo que implica que no coman en todo el día) o por
sufrir verdaderas palizas a manos de los marabout o de otro talibé de mayor
edad y rango dentro de la jerarquía de la escuela coránica. Estas palizas,
unidas a los abusos sexuales que pueden llegar a sufrir, relativiza las buenas
intenciones de enviar a un retoño a la daara.
Cabe a destacar que la financiación de los talibé no
depende de la caridad de los europeos que vienen de visita a la región.
Exceptuando a los niños más astutos y que patrullan las zonas turísticas, la
mayoría recogen su cuota diaria de manos de la benevolencia de sus
compatriotas. Hablamos de una tradición que sobrevive gracias a aquellos que
viven inmersos en ella (como cualquier otra tradición), y se entiende que
depende de quienes viven una tradición valorarla, remodelarla y promover los
cambios necesarios para respetar los derechos básicos del ser humano sin
abandonar la esencia que los identifica.