El primer ministro designado de Israel es brillante, trabajador y dedicado a la supervivencia del Estado-nación del pueblo judío. Puede que a uno no le gusten todos los ministros de su probable nuevo Gobierno.
Algunos se han preguntado si pueden seguir apoyando a
Israel ante determinadas propuestas de algunos posibles ministros. Pero es
importante seguir apoyando a Israel aunque no se esté de acuerdo con algunas
políticas de un Gobierno concreto.
Los Gobiernos israelíes van y vienen en función de los
resultados electorales. Ha habido cinco en los últimos cuatro años. Pero el
apoyo a Israel no debería variar en función de si se está de acuerdo o no con
el resultado de unas elecciones concretas, al igual que el apoyo a Estados
Unidos no debería depender de si los demócratas o los republicanos están en el
poder en un momento dado. Uno puede ser un patriota que se levanta y saluda a
la bandera de las barras y estrellas aunque no esté de acuerdo con la
Administración del momento. Se puede trabajar duro para cambiar esas políticas.
A veces cambian. A veces no. Así funciona la democracia.
También se puede ser un ferviente sionista, lo que
significa simplemente que se cree firmemente en la idea de que haya un
Estado-nación seguro y democrático para el pueblo judío. Eso es todo lo que significa
el sionismo. No implica el apoyo a determinadas políticas israelíes, como la
ocupación de Judea y Samaria (la Margen Occidental) o una solución de dos
Estados para la cuestión palestina. En una democracia, sus ciudadanos deciden
esas cuestiones, y los que no lo somos tenemos derecho a discrepar de sus
decisiones.
Se puede seguir respaldando la seguridad de Israel frente
a enemigos externos como Irán y terroristas como Hamás y Hezbolá. Se puede
seguir invirtiendo en su economía. Y se puede seguir defendiéndolo en los
campus contra las acusaciones falsas. Al mismo tiempo, se puede protestar
contra los esfuerzos mal concebidos para debilitar al Tribunal Supremo y
reforzar los poderes del establishment religioso. Se pueden apoyar los derechos
de los homosexuales y la igualdad de los ciudadanos árabes y no judíos. Pero se
puede hacer con espíritu de crítica constructiva, como se haría con el propio
país.
No es necesario abandonar Israel por el resultado de unas
elecciones. Tampoco es necesario amenazar con hacerlo si su Gobierno adopta
políticas con las que no se está de acuerdo. Como se quejó una vez el entonces
presidente Bill Clinton: «¡Israel es una democracia, maldita sea!». Su
argumento era que podía llamar al líder de un aliado no democrático y decirle
lo que tenía que hacer. No podía hacer lo mismo con Israel, donde los
ciudadanos deciden lo que debe hacer su Gobierno.
Debemos respetar la democracia israelí incluso cuando no
estemos de acuerdo con sus frutos, del mismo modo que quienes han perdido las
elecciones presidenciales en nuestro país deben respetar el proceso y aceptar
el resultado. La democracia no asegura buenos resultados. Sólo asegura un
proceso justo. Como bromeó Churchill, «la democracia es la peor forma de
gobierno, con excepción de todas las demás que se han venido probado de tiempo
en tiempo...».
Quienes comprensiblemente no están de acuerdo con el
resultado de las recientes elecciones israelíes deberían reconocer que es
producto de unos factores que afectan generalmente a todas las elecciones
democráticas: cambios demográficos, consideraciones económicas, amenazas
externas, etc. Los resultados de los comicios venideros pueden ser muy
diferentes.
Así que, por favor, a medida que Israel se acerca a su
75º cumpleaños, observen el panorama general: ningún país ha contribuido más al
mundo en sus primeros tres cuartos de siglo; ningún país que se haya enfrentado
a peligros comparables ofrece un mejor historial en materia de derechos
humanos, cumplimiento de la ley y preocupación por los civiles enemigos.
Los Gobiernos y las políticas cambian. El apoyo a la
única democracia de Oriente Medio debe ser una constante.
https://es.gatestoneinstitute.org/19246/israel-independencia-gobierno