Pocas veces, a lo largo de la historia del pensamiento en general y de la teología en particular, aparecen figuras tan completas y sin doblez como la de Benedicto XVI. Él hace recordar a esos obispos teólogos que, además de no abundar, se los extraña cuando ya no viven entre nosotros.
Al momento de encontrar la razón de ser de la vida de una
persona y, en particular, la de un ministro del Señor como es un obispo, un
lugar privilegiado es el de sus pensamientos más íntimos que se vuelven
manifiestos por el verbo oral o escrito. Si tuviera que caracterizarse la razón
de ser del ministerio episcopal de Joseph Ratzinger, debería tenerse en cuenta
el lema episcopal que eligió cuando fue consagrado y nombrado arzobispo de
Múnich y Frisinga: Cooperatores veritatis.
A lo largo de su vida, Ratzinger buscará ser el
predicador y glosador del Verbo que acampó entre nosotros (cf. Jn 1, 14)
propter nostram sualutem y, teniendo muy en cuenta que quienes recibirán la
palabra son los hombres de hoy, argumentará en favor de la estrecha relación
entre la fe y la razón, entre la teología y la filosofía, y, al interior de la
teología, entre el auditus y el intellectus fidei (cf. Juan Pablo II, Fides et
ratio, nº 65).
El magistral Discurso en la Universidad de Ratisbona (12
de septiembre de 2006) 1 es un texto preciso y de colección para conocer el
modo de ser “cooperadores de la verdad” en la actualidad. Luego de recordar los
dichos del emperador bizantino Manuel II Paleólogo al señalar que “no actuar
según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”, Benedicto XVI comenta
inmediatamente: “La convicción de que actuar contra la razón está en
contradicción con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o
vale siempre y por sí mismo? Pienso que en este punto se manifiesta la profunda
consonancia entre lo griego en su mejor sentido y lo que es fe en Dios según la
Biblia. Modificando el primer versículo del libro del Génesis, el primer
versículo de toda la sagrada Escritura, san Juan comienza el prólogo de su
Evangelio con las palabras: «En el principio ya existía el Logos». Ésta es
exactamente la palabra que usa el emperador: Dios actúa «σύν λόγω», con logos.
Logos significa tanto razón como palabra, una razón que es creadora y capaz de
comunicarse, pero precisamente como razón. De este modo, san Juan nos ha
brindado la palabra conclusiva sobre el concepto bíblico de Dios, la palabra
con la que todos los caminos de la fe bíblica, a menudo arduos y tortuosos,
alcanzan su meta, encuentran su síntesis. En el principio existía el logos, y
el logos es Dios, nos dice el evangelista. El encuentro entre el mensaje
bíblico y el pensamiento griego no era una simple casualidad”. De este modo,
Benedicto XVI concluirá que “partiendo verdaderamente de la íntima naturaleza
de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego
ya fusionado con la fe, Manuel II podía decir: No actuar «con el logos» es
contrario a la naturaleza de Dios”.
Teniendo presente la misión evangelizadora de la Iglesia,
Benedicto XVI resalta que “no sorprende que el cristianismo, no obstante haber
tenido su origen y un importante desarrollo en Oriente, haya encontrado
finalmente su impronta decisiva en Europa. Y podemos decirlo también a la
inversa: este encuentro, al que se une sucesivamente el patrimonio de Roma,
creó a Europa y permanece como fundamento de lo que, con razón, se puede llamar
Europa”. Esta consideración recuerda la afirmación tan lograda del historiador
franco-inglés Hilaire Belloc y que resume uno de los núcleos de su pensamiento
más genuino: “La Fe es Europa y Europa es la Fe”.
Frente a la “pretensión de deshelenización del
cristianismo”, Benedicto XVI recuerda que, en el trasfondo del planteo, “subyace
la autolimitación moderna de la razón”. “Este concepto moderno de la razón se
basa, por decirlo brevemente, en una síntesis entre platonismo (cartesianismo)
y empirismo, una síntesis corroborada por el éxito de la técnica”.
Sin dejar de reconocer “lo que tiene de positivo el
desarrollo moderno del espíritu”, Benedicto XVI precisa que “la intención no es
retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón
y de su uso”. Debe renovarse el reencuentro de la fe y la razón superando la
limitación que la última “se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede
verificar con la experimentación”. De este modo, deben abrirse “sus horizontes
en toda su amplitud”.
“Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta
aversión a los interrogantes fundamentales de su razón –observa Benedicto XVI–,
y así sólo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la
amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el
que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el
debate de nuestro tiempo. «No actuar según la razón, no actuar con el logos es
contrario a la naturaleza de Dios», dijo Manuel II partiendo de su imagen
cristiana de Dios, respondiendo a su interlocutor persa. En el diálogo de las
culturas invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud
de la razón”.
Dios quiera, en su infinita misericordia, que Benedicto
XVI, cooperador de la verdad, habite en su Casa.