Los 'Reichsbürger' en Alemania y la operación Azur en Francia para acabar con los gobiernos europeos y desestabilizar a los paÃses no son hechos aislados. ¿Qué está pasando?.
El pasado 7 de diciembre, 3.000 policías se desplegaron
por casi todo el territorio de Alemania con un objetivo: impedir un golpe de
Estado. Los agentes registraron más de 130 viviendas y detuvieron a 25
personas, una lista que se ampliaría en los días siguientes. Los detenidos
pertenecían al llamado movimiento Reichsbürger o de "los ciudadanos del
Reich", que no reconoce la legitimidad del Estado alemán contemporáneo, y
que cuenta con varias decenas de miles de seguidores en todo el país. Pero esta
pequeña facción, de acuerdo con las autoridades alemanas, había decidido pasar
a la acción para convertir sus aspiraciones en realidad.
Los presuntos conspiradores llevaban un tiempo haciendo
prácticas de tiro, habían adquirido teléfonos por satélite por si se producía
un bloqueo de las comunicaciones convencionales y habían acumulado grandes
sumas de dinero. Lo más preocupante es que el grupo contaba con un ala militar,
varios de cuyos miembros eran oficiales del ejército o de la policía,
incluyendo un miembro en activo de los comandos especiales o KSK.
El plan, según la Fiscalía alemana, implicaba el asalto
armado del Bundestag (el Parlamento alemán), la toma de diputados como rehenes,
la disrupción de las redes eléctricas y, finalmente, el derrocamiento del
Gobierno alemán. Después pondrían al frente del país a su líder, el aristócrata
Heinrich XIII, príncipe Reuss de Greiz, el cabecilla de toda la operación.
Según el fiscal general Peter Frank, la organización buscaba "eliminar el
orden existente en Alemania usando la violencia y medios militares". Y tenían
buenas conexiones. Una de las investigadas, por ejemplo, era la exdiputada de
Alternativa para Alemania Birgit Malsack-Winkemann, que en el nuevo régimen
habría sido nombrada "ministra de Justicia".
Pero este presunto complot era, además, sorprendentemente
similar a otro destapado a finales de 2021 por las autoridades francesas. Según
estas, una red de unas 300 personas lideradas por Rémy Daillet, una conocida
figura del movimiento antivacunas en Francia, planeaba asaltar el Palacio del
Elíseo y derrocar al Gobierno en un golpe de mano que denominaban operación
Azur. Entre los conspiradores había miembros del ejército retirados y en activo
—en algunos casos, oficiales—, que habían formado a otros en técnicas
paramilitares. Varios de ellos habían empezado a fabricar explosivos y a
almacenar armas. La policía también incautó listas de objetivos a atacar, que
incluían sedes institucionales, centros de vacunación y torres 5G. Daillet y
otras 13 personas fueron imputadas por estos hechos.
El plan golpista de la operación Azur era simple:
convocar una manifestación gigantesca frente al Elíseo y tratar de abrirse paso
hasta el interior del recinto. Cuando, inevitablemente, las fuerzas de
seguridad recurrieran a la violencia contra los manifestantes, los equipos
entrenados por el grupo de Daillet responderían abriendo fuego contra estas y
forzando el asalto a la sede del Gobierno francés. El plan, de hecho, fue
descubierto de forma fortuita cuando las autoridades investigaban a Daillet y a
su grupo por el secuestro forzoso de una niña al cuidado de su abuela, a
petición de la madre de la pequeña, a quien se le había retirado la custodia
legal.
Lo más inquietante es que ninguno de estos dos episodios
son hechos aislados. ¿Qué está pasando?
Un fenómeno en expansión
Este mes de enero, las autoridades alemanas y francesas
han llevado a juicio a varios miembros del movimiento Reichsbürger por
"fundar una organización terrorista nacional", "preparar un acto
de alta traición" contra el Gobierno y "un acto grave de violencia
con peligro para el Estado", que incluía el secuestro del ministro de
Salud alemán Karl Lauerbach, en el primer caso. En el segundo, por conspirar
para apuñalar al presidente francés, Emmanuel Macron, durante una visita al
nordeste del país en 2018. Lo asombroso es que ni los primeros son miembros de
la red de Heinrich XIII ni los segundos de la de Daillet, sino que se trata de
grupúsculos diferentes.
El Confidencial, además, ha podido encontrar ejemplos
similares en Austria, donde otro grupo del llamado movimiento Staatenbund
(equivalente al Reichsbürger alemán) había tratado de incitar a miembros del
ejército a cometer un golpe de Estado en 2017, y en Australia, donde en 2021 se
detuvo a un hombre de Perth que había fingido ser un agente de policía para
tratar de formar un cuerpo paralelo de oficiales con el propósito de
"derrocar al Gobierno" y arrestar a parlamentarios
"traidores". Es decir, tenemos al menos media docena de ejemplos en
los que organizaciones de corte mesiánico y ultraconservador, con un pie fuera
de la realidad, conspiran para destruir violentamente el orden constitucional
en sus países, que se suman a episodios como el asalto al Capitolio de EEUU en
2020 o la toma del Congreso brasileño hace apenas unas semanas.
"La extrema derecha grupuscular de nuestros días,
con la consolidación de internet y el aumento exponencial de la actividad ultra
en redes sociales, ha provocado un solapamiento de perfiles, referencias, modos
de acción, etcétera", explica Arsenio Cuenca, investigador de movimientos
ultraderechistas afincado en París. Con todo, recuerda este experto, "los
individuos que componen esta nebulosa guardan cierto parecido con la
ultraderecha terrorista de antaño. En el caso de Francia, el ejemplo más claro
es el de la OAS", dice a El Confidencial.
Cuenca se refiere a la llamada Organización del Ejército
Secreto, un grupo terrorista compuesto por militares galos de alto rango,
activo durante los años de la guerra de Argelia y la época inmediatamente
posterior, que entre otras cosas trató repetidamente de asesinar al general
Charles de Gaulle por la "traición" que cometió al negociar la
independencia del territorio norteafricano. "Gran parte de los grupos de
extrema derecha desarticulados en Francia a día de hoy están compuestos
igualmente por miembros de las fuerzas del orden (ejército, gendarmería,
policía...). Al mismo tiempo, otro grupo terrorista ultra desarticulado en 2021,
que tenía como objetivo atentar contra musulmanes o el líder de LFI, Jean-Luc
Mélenchon, llevaba el mismo nombre", explica.
La radicalización de la ultraderecha digital
¿A qué se debe que este tipo de conspiraciones se estén
produciendo justo ahora, tan cercanas en el tiempo unas de otras, en lugares
diferentes? Cuenca explica que "estamos presenciando una radicalización
considerable del campo ultra. Sus ideas están cada vez más presentes en el
debate público, banalizadas. En EEUU, por ejemplo, miembros vinculados a las
fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado se sienten interpelados por los
discursos que tratan de amenaza comunista al Gobierno del presidente Joe Biden,
incitándolos a la acción", comenta.
La principal diferencia, sin embargo, estriba en el
contexto digital, que ha favorecido un pensamiento conspiranoico que ha
penetrado con fuerza entre quienes se ven a sí mismos como
"librepensadores" y "contra las corrientes dominantes de la
corrección política", como a menudo sucede en círculos ultraderechistas.
No es casual que en países como Alemania se haya producido un solapamiento
entre las redes antivacunas, los Querdenker o negacionistas del covid-19, el fenómeno
QAnon y aquellos que rechazan la autoridad del Estado y sus imposiciones. Y,
cuando los movimientos anticiencia se fusionan, además, con aquellos que no
solo rechazan la democracia, sino que, en algunos casos, están dispuestos a
utilizar la violencia para imponer sus ideas, el cóctel resultante es
explosivo.
Algunos expertos, de hecho, consideran que el factor del
pensamiento conspiranoico es el que más importancia tiene en este fenómeno.
"Mientras las autoridades y los políticos alemanes poseen una comprensión
profunda de algunas de las variantes del extremismo de ultraderecha, así como
del extremismo islámico, todavía se tiene que salvar la brecha del concepto de
terrorismo conspiratorio", señala el analista Thomas O. Falk en un reciente
artículo en la revista Foreign Policy.
El crecimiento de la amenaza, en cualquier caso, es
meteórico. En 2018, la Oficina Federal para la Protección de la Constitución
cifraba el número de miembros del movimiento Reichsbürger, que no deja de ser
un término paraguas para aquellos individuos que no reconocen la legitimidad
del moderno estado alemán, en 15.600. Para este año, el número ha crecido hasta
los 23.000, de los cuales, según estiman los servicios de inteligencia
alemanes, unos 2.100 están dispuestos a utilizar la violencia. Este movimiento
estaba considerado como inofensivo —cuyos miembros hacían poco más que negarse
a pagar impuestos y emitir sus propios pasaportes—, hasta que en 2016 uno de
ellos se resistió a un arresto durante una redada y disparó contra la policía,
matando a un agente e hiriendo a otros cuatro.
Erosión democrática y fabulación violenta
"Las detenciones en Alemania arrojaron luz sobre el
creciente movimiento antidemocrático en el país, ejemplificado en el momento en
el que manifestantes motivados por el escepticismo hacia el covid, por
conspiraciones y por un sentimiento antigubernamental asaltaron el Reichstag.
Aunque fueron rápidamente repelidos, el simbolismo no pasó desapercibido para
aquellos que entienden la historia de los movimientos antidemocráticos",
escribe la consultora de inteligencia privada The Soufan Group, especializada
en terrorismo y extremismo violento, en un reciente análisis.
"Hay preocupaciones legítimas de que lo que puede
empezar como un comportamiento antidemocrático o antigubernamental puede
evolucionar y fusionarse con conceptos como el aceleracionismo para incrementar
la probabilidad de complots para atacar a políticos, una perspectiva que ya ha
impactado directamente a Alemania", prosigue el documento. El aceleracionismo
es una corriente política que busca generar caos para acelerar el colapso del
sistema actual y permitir el nacimiento de uno nuevo, una corriente que tiene
presencia tanto en la extrema izquierda y el ecologismo radical como en la
extrema derecha.
Algo similar sucede en la vecina Francia, en un contexto
si cabe aún más inestable. "Creo que en Francia existe una importante
voluntad contestataria que puede derivar en una violencia alienante. Lo vimos
con el movimiento de los chalecos amarillos o con las agresiones que ha sufrido
el presidente Emmanuel Macron en este último año", señala Cuenca.
"Del mismo modo, en Francia hay un problema de aprovisionamiento de armas,
así como un número mucho más reducido de extremistas violentos dispuestos a
pasar al acto, en comparación con otros países europeos como Alemania",
indica.
En ese sentido, EEUU, debido al enorme número de milicias
organizadas y la facilidad de acceso a las armas, es el país en el que los
expertos consideran que es más probable que se produzca un estallido violento
motivado por estos mismos factores. En 2020, el FBI consiguió abortar los
planes de un grupo de milicianos que se preparaban para secuestrar y asesinar a
la gobernadora del estado de Míchigan, Gretchen Whitmer, por las restricciones
impuestas por esta en espacios públicos durante la pandemia del coronavirus. El
lema del grupo era: '¡Liberen Míchigan!'.
España tampoco está exenta de este tipo de riesgos, como
muestra el caso de Manuel Murillo, el vigilante de seguridad que en 2018
fantaseó con matar al presidente Pedro Sánchez con un rifle de francotirador, y
que la pasada primavera fue condenado a siete años y medio de cárcel por estos
hechos. Murillo, de hecho, comparte muchos rasgos con los individuos y grupos
descritos a lo largo de este artículo, como su formación en seguridad, su
ideología ultraconservadora y su tendencia a la fabulación violenta.
¿Podría un complot como los descritos arriba llegar a
derribar el orden constitucional en una democracia occidental? Por ahora, las
instituciones, a ambos lados del Atlántico, han logrado resistir todos los
embates, cuando no anticiparse a los planes de los conspiradores. En general,
por el momento, todos estos planes violentos han sido vistos como poco
realistas y, en cualquier caso, con escasas posibilidades de llegar a alterar
un sistema que se está demostrando mucho más robusto de lo que creen sus
detractores. Pero, precisamente, esa desconexión de la realidad en quienes
están dispuestos a llevar a cabo sus fantasías radicales no los hace menos
peligrosos, sino todo lo contrario.