«La lucidez y compromiso de Biden en Ucrania han sacado a la luz las inmensas debilidades estratégicas de la UE. Nos guste o no, es un hecho: EE.UU. lidera, a través de Ucrania, todos los combates contra los rusos. Mañana guiará la reconstrucción».
EN economía existe una ley conocida como 'ley de las
consecuencias inesperadas': una acción A, que se supone que desencadena un
resultado B, que conduce a un resultado C, que no es deseado ni deseable.
Parece que la ley en cuestión es válida para las relaciones internacionales,
como ha aprendido Vladímir Putin por las malas. Difícilmente podía imaginar y,
a decir verdad, nadie imaginaba, que su deseo de conquistar Ucrania hace un año
tendría como consecuencia principal la restauración del imperio de Estados
Unidos. Ni los propios gobernantes de Washington lo previeron. Resulta,
recordemos, que Joe Biden sabía de antemano la hora exacta de la invasión rusa.
Tras hacérselo saber al presidente Zelenski y a los dirigentes de la OTAN,
concluyó que Rusia renunciaría, puesto que ya no habría ningún efecto sorpresa.
Pero los aliados de Estados Unidos, empezando por Zelenski, creían que la
información era errónea y que los servicios de información de Estados Unidos se
equivocaban, como ocurrió en Irak y Afganistán en el pasado. Los rusos nunca se
atreverían; era, por fuerza, un farol. Solo veinticuatro horas antes del
ataque, Zelenski tomó en serio la alerta estadounidense y preparó la defensa de
Kiev.
Del lado ruso, Putin, prisionero de sus malos servicios
de espionaje y de su megalomanía, ya no podía retroceder; sabemos que estaba
convencido de que los ucranianos recibirían con flores a los tanques rusos. Así
es como Joe Biden salvó la existencia misma de Ucrania. El mérito es suyo. Es
poco probable que Donald Trump o Barack Obama, dada su anterior pasividad con
los rusos en Crimea o en Siria, hubieran mostrado tanta determinación para
salvar una democracia. Joe Biden, pase lo que pase a continuación, ya ha
entrado en la gran historia de las democracias, al dar fe de su capacidad para
defenderse de la tiranía. En cambio, esta lucidez y compromiso de Biden han
sacado a la luz las inmensas debilidades estratégicas de la Unión Europea. Sus
dirigentes creían que, en nuestro continente, el tiempo de las guerras
pertenecía al pasado y que ahora solo contaba la economía. Los únicos en Europa
que no compartían este optimismo histórico eran los polacos y los bálticos, por
su experiencia y su proximidad a los rusos. En Bruselas les consideraban
paranoicos.
Es cierto que el presidente francés clamaba en el
desierto por una defensa europea independiente, pero lo hacía por la
tradicional rivalidad con Washington y por intervenir en campos de batalla
lejanos, como Oriente Próximo o África. Ningún país europeo, hasta la invasión
de Ucrania, tenía una estrategia o armamento dirigido a Rusia. El razonamiento
dominante en Europa era que el destino de Rusia era ser europea y que, tarde o
temprano, se volvería más democrática. Este debía ser el 'final' de la historia.
Confieso haberlo creído, a veces, pero porque en Moscú solo frecuentaba a unos
cuantos intelectuales democráticos, menos representativos de lo que esperaba.
Este razonamiento eurocéntrico e hiperoptimista hacía
caso omiso de la larga historia de Rusia, la permanencia de las identidades
nacionales y la locura de los tiranos. De modo que, cuando Putin atacó, a
Europa, muy indefensa, y a todos los miembros de la OTAN no les quedó otra
alternativa que alinearse completamente con Estados Unidos. Adiós a los sueños
de independencia europea, a la primacía de la economía, a la ampliación al Este
hasta Vladivostok. Solo hay una potencia, una «superpotencia», dijo Hubert
Védrine, ministro socialista francés de Asuntos Exteriores. Nos guste o no, es
un hecho: Estados Unidos lidera, a través de Ucrania, todos los combates contra
los rusos y proporciona toda la información y la mayor parte del equipo. Mañana
guiará la reconstrucción de Ucrania.
Las consecuencias de esta resurrección del imperio
estadounidense son considerables. Para Europa, esto significa que la
preferencia de Estados Unidos por una gran zona de libre comercio atlántica se
impondrá sobre la inclinación de los burócratas de Bruselas por una Europa
fuerte e independiente. Prevalece el atlantismo. La OTAN volverá a ser una
alianza decisiva, pero completamente en manos de Estados Unidos.
El resto del mundo, especialmente en Asia, está
aprendiendo de la resistencia estadounidense y ucraniana que es mejor no
desafiar al statu quo. No hay duda de que Corea del Norte dejará de invadir
Corea del Sur por un tiempo y China se abstendrá de atacar Taiwán. Nos
alegramos de ello. Observemos además que las potencias intermedias, como Japón,
Filipinas, Corea del Sur y probablemente India, se están acercando rápidamente a
las posiciones estadounidenses. En África, las ambiciones de China se verán
frustradas por la vacilación de los gobiernos locales, que ya no querrán
irritar a Estados Unidos.
Queda Rusia, camino de su autodestrucción, sentada sobre
un arsenal de armas nucleares inutilizables. Porque Putin, en su delirio, solo
ha entendido una cosa: usar armas nucleares llevaría a borrarlo del mapa del
mundo.
Este imperialismo estadounidense de facto no es
necesariamente popular, ni en la izquierda ni en la derecha. Pero puestos a
amoldarse a una potencia dominante, mejor que sea Estados Unidos.