Este es el movedizo contexto en el que, desde hace unos pocos meses, la cobertura de la guerra entre Rusia y Ucrania parece haberse escurrido hacia pequeños nichos altamente especializados.
La única verdad indiscutible de la guerra es que se trata
de un fenómeno trágico, inestable e impredecible. Desde el estado psicológico
de los líderes hasta la compatibilidad de las municiones, la intensidad de las
lluvias o la moral en la retaguardia, las variables implicadas son casi
infinitas y pueden concatenarse de las maneras más soprendentes para inclinar
de un lado o de otro la balanza de fuerzas.
Este es el movedizo contexto en el que, desde hace unos
pocos meses, la cobertura de la guerra entre Rusia y Ucrania parece haberse
escurrido hacia pequeños nichos altamente especializados: la maniobrabilidad de
los tanques, las rumoreadas disputas entre el Ejército ruso y los mercenarios
del Grupo Wagner, la geografía industrial de Bajmut o las leyes para aumentar
la producción de proyectiles de artillería han pasado a primera línea de los
informativos. Mientras, la perspectiva general se vuelve borrosa. Así que
proponemos dar un paso atrás y resumir, en lo posible, las líneas maestras que
definen, 13 meses después, la invasión de Ucrania.
¿Dónde está el frente y cuál es el territorio en disputa?
La línea del frente es una media luna de 1.000 kilómetros
de longitud que atraviesa el este y sur del país. Los combates se suceden estos
días entre Dvorichna, en la norteña región de Járkov, y Kamianske, en la sureña
región de Zaporiyia. Rusia lanza una media de entre 20 y 29 ataques diarios, la
tercera parte que hace dos semanas, según el Institue for the Study of War.
Cada batalla es distinta en cuestiones como el número de fuerzas o el desempeño
de cada bando. La más intensa es la que se libra, desde el pasado agosto, en
torno a Bajmut. Su valor simbólico está claro; su valor estratégico es motivo
de debate. Los rusos avanzan poco a poco y con un gran coste de hombres y
equipos. Los ucranianos también están pagando un precio creciente por aguantar
posiciones. En opinión del Pentágono, demasiado elevado.
Se trata de una verdadera guerra de desgaste, con avances
lentos y sangrientos reminiscentes de la Primera Guerra Mundial. Desde
noviembre, por ejemplo, solo han cambiado de manos, en números netos y a favor
de Rusia, menos de 200 kilómetros cuadrados. Algo así como un 0,03% de la
superficie de Ucrania. En marzo de 2022, Rusia alcanzó su máximo dominio
territorial del país vecino: llegó a controlar casi el 30%. Luego sus tropas
fueron expulsadas del norte y del noreste, de manera que su control bajó a
cerca del 20%. Al perder gran parte de la región de Járkov y la ciudad de
Jersón, en otoño, su dominio actual ronda el 16% de Ucrania.
¿Cuál es el equilibrio de armamentos?
Sin embargo, pese a que el control de territorio es lo
más evidente y mensurable, una de las grandes claves de la guerra es el
armamento; su calidad y sobre todo su cantidad. En términos generales, la
primera parte de la invasión rusa fue un fracaso, dada su incapacidad de tomar
Kiev y su retirada forzosa del norte y del noreste. Pero también hubo éxitos:
entre ellos, la destrucción de buena parte de la infraestructura de defensa ucraniana,
como sus aeródromos, sus fábricas de armamento y sus depósitos de munición. Lo
que dejó a Ucrania completamente dependiente de la asistencia de sus aliados en
lo que se refiere a equipos y armas.
El actor fundamental en esta ayuda es Estados Unidos, que
ha entregado o prometido a Ucrania, en el último año, 46.000 millones de
dólares en asistencia militar: más del triple que los nueve siguientes aliados
juntos. Pero existen dos problemas inmediatos: el primero, que la ayuda viene
de muchos países con distintos armamentos y requerimientos logísticos, de forma
que parte de estas ayudas tarda en llegar, y es necesario entrenar a las tropas
ucranianas en su uso y coordinación; un esfuerzo que, según el especialista en
el sector militar ruso del Center for Naval Analyses, Michael Kofman, resulta
insuficiente al ritmo actual.
El segundo problema es que los arsenales de EEUU y Europa
están adaptados a un tiempo paz, de manera que son relativamene exiguos. Sobre
todo en lo que se refiere a los misiles de alta precisión y a la artillería:
una manera de combatir que se creía olvidada en un mundo de conflictos
limitados y asimétricos. Pero es justo eso lo que necesita Ucrania: mucha más
artillería y munición de artillería. Washington y Bruselas trabajan en elevar
la producción, pero por ahora estas carencias se notan, según distintos
análisis, en el campo de batalla, con el racionamiento de proyectiles y un
mayor riesgo para las vidas de los desprotegidos soldados ucranianos.
Los rusos también están gastando ingentes cantidades de
artillería y otros equipos bélicos, y racionando proyectiles. Pero hay una
diferencia esencial: Ucrania no tiene infraestructura de defensa y depende de
sus aliados. Rusia conserva la suya y está previsto que lo haga en el futuro.
Para no escalar el conflicto, EEUU no ha dado a Ucrania las capacidades
necesarias para golpear la industria militar rusa, y, pese a las sanciones, los
rusos siguen siendo capaces de producir, y de comprar, parte del material que
necesitan. Una ventaja que puede ser clave en el largo plazo.
¿Cómo va la guerra económica?
Un situación similar a la de las armas se manifiesta en
la economía. La viabilidad económica de Ucrania está siendo ensombrecida,
evidentemente, por la destrucción causada por los rusos: buena parte del tejido
industrial del país, concentrado en el este y el sur, está reducida a escombros
o, en el mejor de los casos, inhabilitada. Lo mismo sucede con las amplias
provincias agrícolas del sur y del sureste: con sus campos de trigo, cebada y
girasoles abandonados, atravesados por trincheras y plagados de cráteres. Y los
puertos de Ucrania siguen siendo bloqueados, pese a la apertura limitada del
acuerdo del grano que acaba de ser renovado durante 60 días.
La postal empeora si miramos los datos demográficos. Dos
de cada 10 ucranianos, unos ocho millones en total, han abandonado el país en
el último año. Y más de cinco millones han sido desplazados internamente hacia
otras regiones de Ucrania. De quienes se han quedado, una parte sustancial está
enrolada en las fuerzas armadas, y otra, en paro, dada la desolación económica.
El Banco Nacional de Ucrania estimaba el pasado verano que el desempleo
nacional es del 34%. De los desplazados internos, según otro sondeo, el 60%
perdió su trabajo.
Esta situación obliga a los ucranianos a depender, para
cosas como pagar el salario de sus funcionarios o dar un techo y un plato de
comida a los más perjudicados, de la ayuda externa. A este respecto, EEUU ha
entregado a Kiev más de 30.000 millones de dólares. De los 60.000 millones enviados
por la Unión Europea, la mayor parte fuer destinada a necesidades económicas y
humanitarias.
En total, el coste de reconstrucción de Ucrania ha sido
estimado entre 300.000 millones y un billón de dólares. La cifra más baja de
este rango, los 300.000 millones, ya supondría aproximadamente el doble del PIB
ucraniano de 2021. Quién, cómo y en qué condiciones pagará esta factura va a
ser uno de los grandes retos una vez se acabe la guerra. Entre otras cosas,
hará falta una garantía de seguridad militar que permita a Ucrania atraer las
inversiones requeridas.
La situación económica en Rusia, por el contrario, es muy
distinta. Las 11.000 sanciones impuestas por Occidente no han causado el daño
esperado. El sector privado ruso, acostumbrado ya a navegar las sanciones
aplicadas tras la anexión ilegal de Crimea en 2014, se ha ido adaptando a la
fuga de inversiones, y el Gobierno ha continuado el giro hacia el este que ya
había iniciado antes de la agresión: China, India y países del llamado sur
global están comprando parte del gas y del petróleo ruso que ya no consumen los
europeos. Aunque algunos sectores, como el automovilístico, han sido gravemente
heridos, la situación económica general rusa continúa siendo estable. Mientras,
la ucraniana está siendo golpeada a diario.
¿Cuál es la moral de la retaguardia?
La inmensa mayoría de los ucranianos continúa apoyando el
esfuerzo de guerra. La confianza de la población en el presidente, Volodímir
Zelenski, es del 84%, según un sondeo del Instituto Sociológico de Kiev
realizado en diciembre. Solo la institución de las fuerzas armadas es más
popular que la del jefe de Estado, con un 96% de simpatía. Estos números, y las
crónicas que llegan desde el terreno, indican que la opinión pública ucraniana
no está preparada para negociar la paz en el corto plazo, sobre todo porque una
porción importante de su país continúa en manos enemigas.
En Rusia, el paisaje no está tan claro. La agresión
contra Ucrania y el subsiguiente aislamiento internacional de Rusia han
permitido al régimen de Vladímir Putin liquidar lo que quedaba de la oposición
y de los medios de comunicación independientes. En ese panorama, con unos
medios controlados directa o indirectamente por el Gobierno, y duras penas de
cárcel para cualquiera que exprese un rechazo de la guerra, resulta difícil
saber qué piensan realmente los rusos. La sabiuduría común dice que Putin jamás
habría lanzado su ataque sin al menos contar ya no con el apoyo, sino con la
indiferencia de sus compatriotas. Hasta ahora, las esperanzas occidentales de
ver una desestabilización de su régimen, o incluso un golpe de Estado o una
disolución de Rusia, continúan siendo fantasías.
Casi tan importante como la moral en Ucrania y en Rusia
es la moral en Estados Unidos, el país responsable de orquestar la coalición de
apoyo a Ucrania y de porporcionar la mayor parte del dinero, de las armas, del
entrenamiento y de la Inteligencia que permiten a Kiev continuar defendiéndose.
Aunque la simpatía de los estadounidenses sigue estando decididamente con
Ucrania, el entusiasmo de los republicanos ha descendido. Su ala populista
cuestiona el respaldo a Ucrania, y cabe la posibilidad de que, en las próximas
citas electorales, esta facción se fortalezca e incluso Donald Trump, o el
también escéptico Ron DeSantis, alcancen el poder. De momento, la
Administración Biden ha asegurado el apoyo a Ucrania hasta el verano, lo que
cubriría las esperadas contraofensivas que, a todas luces, planea Kiev.
¿Qué podemos esperar en los próximos meses?
Las negociaciones para sellar la paz, sea con un tratado,
un armisticio o un acuerdo político, continúan siendo improbables. Ni Rusia ni
Ucrania quieren sentarse a hablar, pese a los ocasionales gestos públicos. Lo
que quieren es ganar la guerra. Para Ucrania, se trata de una cuestión
existencial; para Rusia, en cierto modo, también, ya que perderla podría poner
en serios problemas al régimen de Putin. Ningún lado está dispuesto, por el
momento, a ceder. Dada la dificultad de apostar por la paz, ningún país ha
querido ofrecerse realmente como mediador. Porque sabe que fracasaría.
Esta situación puede cambiar después de los combates que
previsiblemente se librarán en primavera y en verano. En estos momentos,
Ucrania acelera sus esfuerzos de reclutamiento, entrenamiento y recomposición
de fuerzas, mientras espera las nuevas llegadas de armamento aliado. Por
ejemplo, de los carros blindados necesarios para mover su infantería en una
hipotética recuperación de territorios.
Pese a la ingente cantidad de periodistas desplazados
sobre el terreno, la afluencia de informes detallados por parte de think tanks
y universidades y el aluvión de materiales audiovisuales y de fuentes abiertas
que satura cada día las redes sociales, la niebla de la guerra sigue presente.
Hay demasiados elementos en juego como para alcanzar conclusiones claras, que
solo desvelará el paso del tiempo.
https://www.elconfidencial.com/mundo/2023-03-20/rusia-ucrania-guerra-cinco-claves-para-entender-invasion_3595921/