El banco estadounidense alerta de la relación entre temperaturas extremas y niveles de almacenamiento.Europa vive la que está siendo la ola de calor más intensa del año hasta el momento.
El anticiclón africano Caronte, bautizado como el
barquero que según la mitología clásica llevaba a los muertos hacia el
inframundo, se está dejando sentir por buena parte del continente y, de forma
más violenta, en los países de la cuenca mediterránea, donde se espera que las
temperaturas ronden los 50 grados esta semana. A demás de un compañero de viaje
persistente, el calor extremo se ha convertido en una nueva amenaza para el
suministro de gas de Europa del próximo invierno.
Un reciente estudio de Bank of America concluye que
existe una estrecha correlación entre los niveles de almacenamiento de gas del
continente y la consecución de episodios de temperaturas límite, tanto mínimas
como máximas, como las que se están viviendo este verano.
El consumo de gas no sólo sube exponencialmente cuando el
termómetro cae a mínimos y las calefacciones tiran de la demanda, también
cuando el calor aprieta y la actividad de los aires acondicionados tensa el
mercado, obligando a los ciclos combinados (que queman gas para producir
electricidad) a funcionar a pleno rendimiento, lo que dispara a la vez el
consumo de combustible y el precio del recibo de la luz.
La seguridad de suministro sigue preocupando a los
Veintisiete, que fijaron en el 90% el nivel mínimo de llenado de las reservas
nacionales de gas a alcanzar antes del 1 de noviembre de 2023 (frente al 80%
del mismo mes de 2022).
Aunque, actualmente, la media de la UE supera el 81% (el
98% en el caso de España) Francisco Blanch, analista de Commodity & Deriv
Strategist, de Bank of America, recuerda que el pasado abril Europa parecía destinada
a alcanzar los inventarios completos uno o dos meses antes de lo previsto, a
menos que la demanda repuntara con fuerza o se produjeran más cortes de
suministro. Pero lo cierto es que, en la actualidad, aunque los inventarios de
gas europeos "gozan de muy buena salud" también son "ligeramente
inferiores a lo previsto".
En esta coyuntura, además de eventuales incidencias en la
cadena de producción de esta materia prima, posibles cambios en los patrones de
consumo pueden desestabilizar la balanza, como ha demostrado el impacto de las
recientes interrupciones de plantas de gas clave de Noruega, como la de Nyhamna
que gestiona Shell. "La dinámica de la oferta y la demanda puede ser
impredecible y tiene el potencial de dejar a Europa con un almacenamiento
insuficiente antes del invierno", admite Blanch, quien apunta que las pautas
de consumo todavía no se han normalizado de la onda expansiva de la invasión
rusa de Ucrania.
Los países de la Unión Europea van por buen camino, pero
no pueden relajarse dado que la relación temperatura-demanda podría empezar a
invertirse a medida que se acercan el otoño y el invierno, lo que desataría
tensiones de abastecimiento y de precio. "El gas en la UE sigue siendo
barato, pero propenso a sufrir shocks", insiste el analista.
Unas temperaturas por encima de la serie histórica
aumentarían la presión sobre el sector eléctrico, aunque sin llegar a dinamitar
el mercado, pues la demanda eléctrica todavía no ha recuperado el ritmo
anterior a la crisis energética. Mientras que, lo que marquen los termómetros
el próximo invierno, preocupa con más fuerza a los analistas de Bank of
America.
"El invierno plantea un riesgo más grave, ya que el
gas se utiliza directamente para calefacción en los sectores residencial,
comercial e industrial", señala Blanch. Un invierno normal dispararía la
demanda de combustible significativamente. Un clima más frío que el de 2022
tensaría los balances de esta materia prima. Si después de verano la
correlación entre clima y demanda vuelve a ser la de antes de la guerra, la que
se mantuvo entre 2017 y la primera mitad de 2022, "Europa se quedaría
corta de gas" y repuntará el precio.