Estamos viviendo tiempos en los que, para algunos, el poder se convierte en un tema. Las imposiciones ideológicas se tornan insoportables y el poder se hace evidente. En Argentina estamos en tiempos electorales, pero la influencia del poder no se limita al marco nacional, ya que el globalismo y su agenda ideológica totalitaria no entienden de fronteras.
En el capítulo inicial de su obra El poder, Romano
Guardini reflexiona acerca de lo que constituye la sustancia de este fenómeno.
En sus primeras disquisiciones, comienza diferenciado dos conceptos: el “poder”
es distinto de la “energía”. Al hombre antiguo, para quien el mundo se
identificaba con la divinidad, podía parecerle que la naturaleza tuviera poder.
Esto, porque se concebía que detrás de los fenómenos naturales actuaba una
“iniciativa” por parte de los dioses. Con el cristianismo, el mundo se desmitifica
y es posible reconocer en las fuerzas de la naturaleza, más bien, energía, pero
no poder. Así, se arriba a una primera característica del poder: la iniciativa.
Más adelante, se define al poder como “la capacidad de poner en movimiento la
realidad”. Pero no es la iniciativa, por sí sola, capaz de transformarse en
poder. Este fenómeno necesita, a su vez, de la idea, aunque esta tampoco es
capaz de tornarse autónomamente en poder. La idea tiene una “objetividad
absoluta”, pero no es capaz de obrar algo. La idea se hace poder cuando el
hombre la encarna en su vida.
Entonces, para hablar de “poder” —asegura Guardini— es
necesario, en primer lugar, advertir que esta es una realidad específicamente
humana. El hombre, por su inteligencia y su voluntad, es quien asume los dos
elementos del poder: “por una parte, las energías reales capaces de producir
modificaciones en la realidad de las cosas, (…) pero además, una conciencia que
las habite, una voluntad que proponga fines”. Por eso, luego Guardini arroja
una nueva definición: el poder es una “energía de la que alguien es personalmente
responsable”.
Un último factor esencial del poder es su universalidad.
El poder puede generar en el hombre, por un lado, una conciencia de sí, de su
fuerza y, por lo tanto, poseerse a sí mismo, o, por otro, orgullo y vanidad.
Con esta actitud tomada, el hombre conoce y obra en el mundo. Es decir, su
relación con la totalidad de las cosas está sometida al modo en el que el
hombre las entiende. Allí reside su carácter universal.
PODER Y RESPONSABILIDAD
El sacerdote y filósofo alemán se detiene en clarificar
esta cuestión: el poder no tiene un sentido a priori, sino que su fin es lo que
lo dota de sentido. Es decir, el poder no es ni bueno ni malo per se, porque su
valor depende de su dirección. El poder es bueno cuando plenifica lo que el
hombre es, y moralmente malo cuando lo pervierte. El hombre es responsable de
sus actos, por lo que la existencia del poder asume la existencia de la
responsabilidad. No hay algo tal como un poder sin responsabilidad, dado que el
poder es un hacer -o un dejar hacer-, y no obra de este modo sino alguien, una
persona. Cuando la responsabilidad sobre este hacer se percibe como anónima, es
cuando el poder se “naturaliza”. Dicho de otro modo, cuando el poder se percibe
como propio de todos, se lo percibe, más bien, como propio de nadie. Y en ello
radica uno de los peligros de esta realidad. Cuando el poder se desliga de la
responsabilidad, y, por lo tanto, el obrar de sus resultados, es cuando se
pervierte. Al caso sirve la siguiente cita: “En cuanto el acto deja de fundarse
en una toma de conciencia personal, en cuanto el que obra deja de asumir su
responsabilidad moral, se produce en él un vacío de naturaleza particular. No
tiene ya el sentimiento de ser él quien obra, el sentimiento de que el acto
comienza en él y que por esta razón deber responder del mismo. Parecería que
deja de existir como sujeto y que el acto no hace sino pasar a través de él.
Tiene el sentimiento de no ser más que un elemento dentro de un conjunto”.
Cuando esto sucede, se piensa que “en el fondo no es
alguien quien obra, sino una indeterminación que no se puede asir en ninguna
parte, que no se presenta ante nadie, no responde a ninguna pregunta, que no es
responsable de lo que ocurre”. Por lo tanto, el resultado del poder se percibe
como necesario e “inaprensible”, misterioso, y se hace objeto de “los
sentimientos que el hombre debe experimentar con respecto al destino, o aun
hacia Dios”. Así, desprovisto de todo orden moral, el poder humano termina por
ponerse en el centro de la existencia.
CONCIENCIA SOBRE EL PODER
Hemos visto que el poder es idea y acción. La acción es
fácil advertirla, pero, en cambio, la idea no siempre lo es. En todo momento y
lugar las acciones humanas son guiadas por un modo de comprender el mundo, por
lo tanto, si esta cosmovisión no se hace consciente, las propias acciones
responderán a las ideas de otro. Así, es posible caer en el sometimiento de los
muchos por parte de los pocos.
Para Ulrich Beck, “donde nadie habla de poder, está
incuestionablemente ahí, con seguridad y al mismo tiempo con grandeza en su
incuestionabilidad. Cuando el poder se convierte en tema es cuando comienza su
desintegración”. Para cuestionar el poder que se nos impone es necesario asumir
la importancia de las ideas.
https://www.laprensa.com.ar/Que-es-el-poder-y-por-que-importa-535128.note.aspx
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