Ningún conflicto armado que afecte a grandes grupos sociales debería minimizarse. Ucrania y la Franja de Gaza acaparan la narrativa, lo que no es para menos, pero el mundo es vasto y es importante destacar que África, un continente siempre convulso, también ha tenido años repletos de inestabilidad, algo cotidiano desde que sus comunidades lograron independizarse de las potencias occidentales.
Entre 2020 y 2021 hubo golpes de Estado en cinco países
africanos: Chad, Mali (dos veces), Guinea, Sudán y Níger; en 2022, Burkina Faso
sufrió un par más; el pasado agosto, rebeldes, nuevamente de Níger, tomaron
como rehén al presidente Mohamed Bazoum, y en septiembre hicieron lo mismo con
el embajador de Francia, Sylvain Itté. Asimismo, a finales de agosto, el
ejército de Gabón le quitó el poder al líder electo Ali Bongo y lo puso bajo
arresto domiciliario.
Sobre Sudán, por ejemplo, el Alto Representante de la
Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell,
se dijo “horrorizado” ante la reciente escalada de violencia en la región de
Darfur Occidental, donde los ataques de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) han
dejado miles de muertos y desplazados del pueblo masalit. En medio de rencillas
entre líderes locales, milicianos y rebeldes, todos financiados desde el
exterior, queda la gente del pueblo, como siempre... guerra, desplazados,
marginación también son conceptos que se sufren en la mayoría de las naciones
africanas.
Para muchos pueblos de este continente, el imperialismo
fue lo peor que pudo pasar, no sólo por la esclavitud y el saqueo de recursos
naturales, sino también por la forma en la que dividieron sus espacios. Luego
de la Conferencia de Berlín, de 1884, Occidente diseñó un reparto territorial
de las formas más arbitrarias e inverosímiles posibles, sin pensar en las
consecuencias para los pueblos originarios.
Cuando uno mira las fronteras políticas en África, se
observan líneas rectas que rompen toda delimitación geográfica natural. ¿Qué
implica esto? Como lo explica el líder independentista de Ghana, Kwame Nkruma,
esto destruyó la dinámica ancestral de cientos de poblaciones; por ejemplo, la
comunidad Ewe, que luego de los procesos coloniales quedó dividida en tres
países: el Togo inglés, el Togo francés y la Costa de Oro. Muchas familias un
día despertaron y, de la nada, ya las dividía una frontera.
Si de algo sirve la historia, una muestra de las
consecuencias que esto puede tener es la masacre en Ruanda de 1994, cuando los
hutus, empoderados con armamento occidental, aniquilaron a la etnia contraria,
los tutsis, dejando oficialmente un genocidio de 800 mil muertos.
En De cómo Europa subdesarrollo a África, de Walter
Rodney, se habla de enfrentamientos étnicos después de la llegada de los
europeos al continente. Rodney sostiene que la colonización europea creó nuevas
tensiones étnicas en África, que las potencias utilizaron las diferencias entre
sociedades originarias para dividir y controlar a los africanos, y que la
colonización también creó nuevas oportunidades para que los líderes locales
explotasen las diferencias étnicas para su propio beneficio. Y es que las
gestas independentistas del continente no sucedieron hace más de 70 años: en el
modelo político occidental, están viviendo una adolescencia muy temprana.
El genocida ugandés Idi Amin, conocido como El carnicero
de Kampala, es sólo un ejemplo de cómo los sueños de las gestas
independentistas africanas terminaron muy pronto y ascendieron al poder líderes
militares impulsados por intereses extranjeros y con enormes necesidades de
venganza entre etnias rivales. Así se puede explicar el crecimiento, por
ejemplo, del Grupo Wagner, que se enriqueció en África gracias a que los
gobernantes o golpistas pagan sus servicios incluso con concesiones mineras,
por lo que se creyeron lo suficientemente fuertes para levantarse contra
Vladimir Putin.
La historia de África es oral: antes de la
occidentalización no había libros sobre ella porque escribían su devenir en los
árboles, en las nubes y en la arena, según la región de la que se esté
hablando. Pero, como dice Eduardo Galeano en Muros, “las riquezas naturales
serán la maldición de las gentes”. La enorme abundancia de recursos en un
continente forzado a empobrecerse ha sido lo que, actualmente y desde el siglo
XIX, mantiene a África en constante conflicto y fuera de los reflectores. Pase
lo que pase, no hay que olvidar a África, que se encuentra escribiendo su
historia moderna.
https://www.excelsior.com.mx/opinion/opinion-del-experto-nacional/no-olvidar-a-africa-que-sigue-escribiendo-su-historia/1627054