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13/02/2024 | Historia - El olvidado pacto de 1122 que creó Occidente tal y como lo conocemos: ¨Gracias a ese acuerdo hoy somos prósperos¨

Andres Seoane

¿Puede un ignorado pacto de hace 900 años entre Iglesia y Estado seguir determinando la actualidad? Eso cree el politólogo Bruce Bueno de Mesquita en 'La invención del poder' (Siruela), donde analiza las consecuencias del Concordato de Worms (1122). "Gracias a ese acuerdo, Occidente es hoy próspero".

 

A partir del siglo XV, Europa vivió una serie de hechos que la llevarían a ser durante siglos lo que los antiguos romanos, con su habitual humildad, llamaban a su ciudad: caput mundi. El descubrimiento del continente americano y de nuevas rutas de comercio transoceánico, la invención de la imprenta y el consecuente auge de la cultura y la civilización y la Reforma protestante y su expansión del laicismo formaron el caldo de cultivo que conformaría lo que hoy conocemos por Occidente, término surgido en el siglo XVI para referirse a los países de cultura de base cristiana, una serie de territorios que expandió su visión del mundo por todo el orbe y cuyos últimos coletazos de dominio quizá sean el derrumbe de la Pax Americana que contábamos en estas páginas hace unas semanas.

"Las sociedades occidentales, sean europeas o no, tienen sus defectos y cuentan con un amargo pasado de tiranía y represión. Pero, con todos estos defectos que todavía perduran, acuden más individuos a Occidente desde todos los rincones del mundo de los que lo abandonan, y la razón es que Occidente parece haber encontrado la manera de proporcionar a sus ciudadanos una buena calidad de vida y unos altos niveles de tolerancia, innovación, prosperidad, felicidad y libertad", sostiene Bruce Bueno de Mesquita (Estados Unidos, 1946), politólogo, profesor de la Universidad de Nueva York e investigador principal en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, cuyo revolucionario y exhaustivo ensayo La invención del poder (Siruela) se propone resolver el origen de esta "excepcionalidad occidental".

Lo novedoso que plantea Bueno de Mesquita en esta investigación que subtitula Reyes, papas y el nacimiento de Occidente es que los sucesos que tuvieron lugar en los siglos XV y XVI sin duda reforzaron y propagaron el desarrollo de la excepcionalidad europea. "Pero esos sucesos no pueden ser el big bang que distanció al continente europeo del resto del mundo, puesto que la excepcional trayectoria en el terreno social, económico y político de Europa ya había sido establecida mucho antes de Colón, Gutenberg y Lutero", defiende el profesor.

¿Dónde, pues, hay que buscar el origen de lo que somos hoy en día? Según el politólogo, mucho antes, en concreto, hace casi un milenio, cuando Europa comenzó una andadura que la llevaría de forma imprevista a separar el poder laico del religioso. "A comienzos del siglo XII, Europa comenzó a separar sus caminos del resto del planeta, innovando mientras los demás se estancaban", sostiene Bueno de Mesquita.

"Los líderes de Europa occidental comenzaron, si bien a regañadientes, a recompensar los cambios y a quienes los favorecían. A trancas y barrancas, con tropiezos y también con gigantescos pasos atrás, con mayor o menor acierto en diferentes partes del continente, Europa rebasó a buena parte del mundo conocido al lograr separar la religión del gobierno y promover el secularismo, la prosperidad, la libertad y los descubrimientos".

Las luchas de poder entre Iglesia y Estado empujaron a los reyes a incentivar la economía y a dar más derechos políticos

Y, como explica La invención del poder, esto no fue el resultado de algo heroico o revolucionario, ni altruista, ni premeditado, sino que llegó por medio de un oscuro y casi olvidado acuerdo medieval firmado entre dos prominentes hombres que únicamente buscaban dinero y poder.

REPARTIR LA AUTORIDAD

"En el nombre de la santa e indivisible Trinidad, yo, Enrique, por la gracia de Dios Augusto Emperador de Romanos, por el amor de Dios, de la Santa Iglesia romana y del papa Calixto, y por la salvación de mi alma, dejo en manos de Dios, de los santos apóstoles de Dios, Pedro y Pablo y de la Santa Iglesia católica toda investidura por el anillo y el báculo y prometo que, en todas las iglesias del reino o del Imperio, la elección y la consagración serán libres".

"Yo, Calixto, siervo de los siervos de Dios, de acuerdo a vosotros, mi querido hijo Enrique, por la gracia de Dios Augusto Emperador de Romanos, garantizo que las elecciones de obispos y abades del reino teutón que pertenecen al reino tendrán lugar en vuestra presencia sin simonía y sin ninguna violencia; si se produce alguna discordia entre los partidos según el consejo o la sentencia del metropolitano y de los obispos provinciales, daréis vuestro asentimiento y vuestra ayuda a la parte más digna. Que el elegido reciba de vosotros las regalías, fuera de toda coacción por el cetro, y que cumpla los deberes a que esta obligado".

He aquí dos extractos del Concordato de Worms, un documento firmado en 1122 en esta ciudad alemana por el emperador del Sacro Imperio Enrique V y el Papa Calixto II, cuyo original se encuentra hoy en el Archivo Apostólico Vaticano. Con él, se ponía fin a la Querella de las Investiduras, la lucha de casi medio siglo entre papado e imperio por ver quién era la autoridad suprema de la cristiandad europea.

"Desconocido para prácticamente todo el mundo, salvo los estudiosos del Medievo, de ningún modo el tratado apelaba explícitamente a la creación de la prosperidad, la libertad y la tolerancia, sino que se limitaba a decir en puridad tres cosas", explica el profesor. "En primer lugar: la Iglesia católica se arrogaba el derecho exclusivo de nombrar a los obispos. En segundo lugar: el Sacro Emperador Romano, junto con algunos otros reyes, estaba en su derecho de aceptar o de rechazar al candidato. En tercer lugar: si se rechazaba al obispo recién nombrado, el gobernante secular de la diócesis católica pertinente tenía que asegurar los ingresos del obispado hasta que fuera nombrado y tomara posesión de su cargo un obispo aceptable".

UN DELICADO EQUILIBRIO

¿Cómo un acuerdo sobre quién otorga el dominio a los obispos pudo tener tanta trascendencia? Ridículo, ¿verdad? No tanto si tenemos en cuenta el contexto. Por un lado, está el poder y el prestigio, que en esta época medieval, el siglo XII, se basaba más en la fuerza militar y la diplomacia que en otra cosa. Los reyes de entonces no eran los monarcas absolutistas ungidos por Dios de siglos después, sino señores feudales a los que otros nobles juraban vasallaje siempre que cumplieran ciertas condiciones. Un primus inter pares cuya corona siempre estaba en entredicho. Y una excomunión papal, como sucedió más de una vez en esta acerada lucha, libraba a estos súbditos de sus obligaciones. Eso, sin contar con el miedo al infierno que imperaba en una sociedad que creía a pies juntillas en los dogmas cristianos, los pecados y la vida eterna. En la salvación... o la condena.

Pero, además, estaba el dinero, claro. El poder eclesiástico (obispos, abades de los ricos monasterios y otros dignatarios) disponían de cuantiosas rentas y de gran influencia social y política que tanto el Vaticano como los diversos reyes querían controlar. Así, si un obispo era fiel a su rey, refrendaba sus órdenes y ponía a su disposición soldados y rentas. Pero si lo era al Papa, el dinero iba a Roma, y el obispo podía malquistar a la población de su diócesis con su señor laico.

"Es decir, los nuevos obispos se debían al Papa en lo religioso y al soberano laico en lo civil. Un poco como aquella frase de Jesús: dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Así, el Concordato de Worms incentivó a la Iglesia a intentar limitar el crecimiento económico y a los gobernantes seculares, justo lo contrario, a promover el crecimiento económico como camino para mejorar su influencia política sobre la de la Iglesia".

Este delicado equilibrio era complejo, como demuestra la propia historia. Mientras que las autoridades temporales estaban interesadas en aumentar la riqueza de sus territorios para aumentar su poder de negociación sobre la Iglesia y eventualmente romper con Roma, el Papa tenía interés en mantener a raya el desarrollo económico. "Se llegó a un punto en el que había tanta riqueza que los reyes ya no estaban interesados en cambiarla por poder político", sostiene el autor.

Cuando las personas pueden tener ideas contrarias a la autoridad política o religiosa, la sociedad sale siempre ganando

Bueno de Mesquita sazona su ensayo con elocuentes ejemplos, como el llamado Cisma de Occidente, la mayor crisis de la Iglesia europea, que desembocó en el Papado de Aviñón (casi 70 años en los que los papas estuvieron bajo control del rico y poderoso rey de Francia en esta ciudad) o la más conocida Reforma protestante, que resultó en una ruptura total con Roma de buena parte de los países del Norte del continente y en sangrientas guerras finalizadas con la Paz de Westfalia, que daría lugar al concepto de soberanía nacional y sería el marco de convivencia internacional hasta el siglo XIX.

A partir de aquí, Bruce Bueno de Mesquita pone al servicio de su tesis toda su experiencia diplomática, sus conocimientos como especialista en gestión política y asesor de la Casa Blanca, para explicar cómo todos estos eventos condujeron a la prosperidad posterior y actual de Occidente.

UN MODELO DE PRESENTE

"Para lograr el crecimiento económico necesario para obtener el control político, los gobernantes seculares tuvieron que persuadir a sus súbditos para que mejoraran la productividad. Una forma clave de hacerlo y, al mismo tiempo, evitar la rebelión probable si se aumentaran los impuestos, fue otorgar a cada vez mayores capas de la población una mayor participación en cómo se utiliza la riqueza generada por su trabajo, y la forma de hacerlo resultó ser la concesión de derechos y la creación de parlamentos y otros órganos representativos", explica.

Es decir, paulatinamente se produjo un crecimiento del comercio, la innovación y el reparto de riqueza, el auge de los parlamentos y la consecución de derechos civiles y políticos. La riqueza hizo posible que los reyes se separaran de la Iglesia, pero era un arma de doble filo porque también empoderaba a los sectores de la población recientemente enriquecidos, como demostrarían las revoluciones de los siglos XVIII y XIX. "Sin embargo, a pesar de los conflictos, la tendencia siempre fue avanzar hacia lo que aquellas partes de Europa que firmaron el Concordato son hoy: muchos de los países del mundo con ingresos per cápita más altos, menos corrupción y un gobierno más responsable".

Pero más allá de esta lectura del pasado con ecos en el presente, ¿qué nos dice hoy el revolucionario argumento del politólogo? "Tanto la lógica como la evidencia apuntan firmemente a los efectos beneficiosos de la competencia entre poderes y la separación entre los intereses estatales y religiosos", sostiene. "Países donde el Estado es religión y sin competencia política interna, como Rusia o China, u otros donde lo religioso es dominante, como ocurre en Oriente Próximo, aún están a tiempo de aprender de los beneficiosos incentivos desarrollados en los concordatos. Mi tesis demuestra que, aunque sea por intereses económicos del poder, cuando las personas son libres de tener y actuar según ideas, ya sean políticas, económicas o religiosas, que difieren de las que tienen las autoridades estatales o alguna otra fuente de poder, como las autoridades religiosas, toda la sociedad sale ganando. El modelo puede trascender a Occidente".

El Mundo (España)

 



 
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